Opinión
Ver día anteriorLunes 7 de diciembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El movimiento de cara a Copenhague
L

a conferencia de Naciones Unidas sobre cambio climático, la llamada COP15, además de representar un horizonte inevitable si la humanidad quiere rescatar lo que aún se puede salvar de la devastación ambiental producida en los últimos 200 años, se perfila como una óptima oportunidad para medir y recomponer el movimiento social global. Ya lo hemos dicho anteriormente: mucho se centra en la calidad de los razonamientos y en la capacidad tanto de desarrollarlos como de imponerlos a los (ex) poderosos del planeta.

Antes de adentrarnos en el ámbito de las ideas, conviene describir algunas novedades importantes con respecto de la movilización que se está organizando alrededor de COP15.

Ante todo es importante subrayar la enorme diferencia entre las protestas organizadas alrededor de cumbres generalmente señaladas como ilegítimas –G-8, FMI, BM, OMC, etcétera– y la movilización alrededor de una conferencia que tiene mucha más legitimidad de existir o, por lo menos, es mucho más legitimada por distintos sectores del movimiento. Esto es un hecho fundamental, pues éste es el enfoque que el movimiento manifestará en Copenhague: será la combinación de protesta/contestación y diálogo con las partes reunidas. El objetivo general no será bloquear a los delegados, asediar la cumbre, cancelar el encuentro entre los poderosos, sino, al contrario: determinar la conferencia e imponer puntos de vista y decisiones. Claro, habrá algo de protesta, sobre todo a la luz de la ley, aprobada en tan sólo 72 horas, que asigna un mínimo de 40 días de cárcel para los llamados troublemakers. Las organizaciones ya están preguntando: ¿quiénes son los crea problemas? ¿Nosotros o ustedes, gobiernos que destruyen el planeta?

Con todo, y a pesar de lo anterior, esta conferencia representa para el movimiento la posibilidad concreta de una recomposición alrededor del tema ecológico. Una recomposición que se viene buscando desde hace unos años y que, por única vez, tiene la posibilidad de desarrollarse no tanto alrededor de las oposiciones, sino de las propuestas.

Hasta ahora, el asunto climático y ecológico ha sido enfrentado con dos actitudes. Por un lado, con la visión, casi catastrófica, de que el mundo estaría al borde de una destrucción de magnas proporciones y entonces se lanza la apelación a la salvaguarda de la naturaleza; por el otro, sobre todo en el ámbito de la reflexión crítica, el asunto ecológico siempre ha jugado un papel secundario, pues antes venía lo económico y lo social: la única dialéctica posible o importante era entre trabajo y capital.

La coyuntura actual, pero sobre todo la crisis ecológica actual, quizás nos permita salir de esta dicotomía y meternos de lleno en otros ámbitos de reflexión, es decir, la dialéctica entre el capital y la vida: no hay justicia social sin justicia ecológica. Y viceversa.

El movimiento tendrá que tener mucho cuidado en no caer en la trampa de la propuesta green economy, promovida por el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Sin duda, producir bienes y generar energía de manera limpia ayudará; nos hará bien en cuanto seres humanos. Pero la cuestión central es otra: el control y el manejo de esa producción y esa generación. Es el monopolio de los conocimientos y de las tecnologías lo que hay que vencer primero. Así las cosas, el capitalismo verde no es otra cosa que la propuesta de salida de la crisis por parte del capital, el enésimo revire que el capital realiza cuando descubre sus propios límites estructurales.

Y entonces, si son las ideas y las nuevas reflexiones el potencial valor adjunto de este movimiento, será importante plantear alternativas, viables y eficaces, que sólo podrán serlo si prefiguran la liberación de la humanidad. Del sueño a la realidad, según muchos activistas que ya caminan rumbo a Copenhague, el tema central de esta época es la independencia. Si el problema real no es la producción limpia y ecocompatible, sino la manera capitalista de implementarla, entonces lo que hay que reclamar es la independencia del crecimiento permanente y explotador del capital.

Por ejemplo, soberanía alimentaria, que se traduce en independencia de la esclavitud de las siembras transgénicas, que además de lo dicho provoca dependencia de los productores agrícolas; independencia en la producción de saberes y circulación de los mismos, y, sobre todo, independencia energética. Este último aspecto conlleva una crítica importante al modelo productivo de los agrocombustibles, lo cual a su vez abre el terreno para comenzar a fincar las responsabilidades de las crisis actuales también en otras latitudes del planeta.

Es fácil hablar hoy de decrecimiento como oportunidad de salvación frente al desastre inminente. Y no es posible criticar a quienes justamente creemos en esta posibilidad como salida. Pero tampoco hay que ilusionarse: el decrecimiento individual, personal, aunque fuera comunitario, solamente alarga la vida del actual modelo capitalista, pues hace durar más sus fuentes energéticas. En realidad, decrecimiento es hacer independientes nuestras necesidades del crecimiento devastador del capital. Dicho a la manera de los que están a punto de manifestarse en Copenhague: ¡Haz crecer tu independencia, acorta tu dependencia!