l realizador estadunidense James Gray es un estupendo recreador de atmósferas. Con apenas cuatro largometrajes, ha cimentado desde 1994 una gran solvencia en el manejo del thriller en comunidades neoyorquinas de inmigrantes, judíos provenientes de Europa oriental, atrapados en turbios conflictos familiares, y muy a menudo lanzados hacia una pendiente de fatalidad.
En su primera cinta, Pequeña Odessa (Little Odessa, 1994), el director de 25 años presentaba una relación entre hermanos (Tim Roth y Edward Furlong) con un realismo exacerbado y no pocas resonancias bíblicas, al tiempo que planteaba como finísimo contrapunto dramático el contacto del protagonista delincuente con su madre enferma (Vanessa Redgrave). En ningún momento naufragaba el relato en el sicologismo ni en la tentación tremendista. El cineasta era ya un retratista de perdedores en las barriadas desfavorecidas. Un discípulo aventajado de Martin Scorsese explorando el territorio de la mafia rusa. Este talento lo reitera seis años después en Cuestión de sangre (The yards), y siete años más tarde en Dueños de la noche (Ours is the night), películas estelarizadas por Joaquin Phoenix.
Lo que hoy acomete James Gray en Amantes (Two lovers), una aparente historia romántica, sorprende sólo a medias; primeramente porque la situación de triángulo amoroso que propone, con una serena intervención de los padres de una pareja, pronto se aparta del modelo convencional de enredos familiares y de pareja, para centrarse en un riguroso análisis del comportamiento moral de cada personaje involucrado en la historia de amor; segundo, porque lo previsible de la trama y sus soluciones resulta ser algo casi siempre engañoso. La imposible comedia sentimental se resuelve en un drama existencial de falso desenlace feliz.
Leonard Kraditor (Joaquin Phoenix) es un joven judío, recién abandonado por su prometida y aquejado por un padecimiento crónico, el trastorno bipolar, que le hace transitar de un estado de euforia a otro de depresión absoluta, hasta conducirlo a repetidas tentativas de suicidio. Privado de un equilibrio emocional y dependiente en extremo de la familia y del trabajo en el negocio de tintorería de su padre, con apenas una mínima distracción en la fotografía, Leonard es un hombre continuamente medicado, cuyo desarrollo emocional parece haberse detenido en la adolescencia. Es en esta condición que sus padres (Moni Moshonov e Isabella Rossellini) le arreglan un noviazgo y la perspectiva marital con una joven judía (Vinessa Shaw), proyecto que casi naufraga cuando él conoce a una vecina (Gwyneth Paltrow), encantadora y emocionalmente inestable, con quien establece lo que clínicamente sería una identificación histérica, pero que Leonard toma como una gran pasión amorosa.
El Nueva York que presenta el realizador está en las antípodas del higiénico y pintoresco Manhattan de la cinta coral Nueva York, te amo (Emmanuel Benhiby); es crepuscular y melancólico como el ánimo de sus personajes inadaptados que prefieren dialogar en lo alto de una terraza azotada por el viento, desplazarse bajo lluvias inclementes, zozobrar en calles vacías o en los andenes del metro. Un Nueva York más próximo al descrito por Paul Auster que al celebrado por Woody Allen o Paul Mazursky.
En esta ciudad paradójicamente fantasmal, James Gray describe la persistencia de la tradición judía, la vida comunitaria del antiguo ghetto resumido hoy a una célula familiar sin grandes puertas de salida. En este espacio poblado de sentimientos nobles, hay espacio suficiente para la alegría doméstica y también para la resignación. Las historias de amor languidecen ahí o se petrifican en la rutina satisfecha. Leonard Kraditor encuentra salvación y refugio en este último cementerio de las ambiciones.
Como se ve, estamos muy lejos de la tradicional comedia romántica diseñada en Hollywood.
Se exhibe en salas de Cinépolis y Cinemex.