Impensable hace 30 años que el abuelo del punk se convirtiera en tesoro nacional británico
Soy un eslabón perdido; nadie me conoce: Malcolm McLaren
El ex manager de Sex Pistols debe su fama a que en los 70 supo mezclar moda, música y política
La falta de emoción hoy día es un síntoma de que la cultura no está en buena forma
Sábado 5 de diciembre de 2009, p. 8
¿Está Malcolm McLaren en peligro de convertirse en tesoro nacional británico, como Stephen Fry, Alan Bennett y la finada reina madre? Hace 30 años, cuando era la fuerza dominante de la banda de rock más notoria del mundo, los Sex Pistols, habría sido impensable. Pero en una era adicta a la nostalgia y ayuna de autenticidad cultural, la sugerencia no parece tan disparatada.
McClaren tiene sus ligas con el establishment. Fue compañero de la diseñadora Vivienne Westwood, con quien tuvo un hijo, Joseph Corre, empresario de ropa íntima que alguna vez causó escándalo al rechazar la Orden del Imperio Británico. Ha presentado programas muy galardonados en la BBC, que alguna vez proscribió los discos de su banda, y se le ha invitado a presentar su noche de anécdotas y cuentos chinos en el Royal Festival Hall y la Sydney Opera House luego de su exitoso debut en el Festival de Edimburgo de este año. Hasta ha coqueteado con la idea de ser alcalde de Londres.
La entrevista se realizó en el Centro Báltico Gateshead de Artes Contemporáneas, al que acudió para la presentación mundial de su nueva película, Paris: Capitol of the 21st Century. Vestido con un costoso traje de paño escocés y bufanda gris a cuadros, se parecía más a un académico que al hombre que John Lidon, alias Johnny Rotten, describió alguna vez como la persona más malvada de la Tierra
.
Conocedor del arte del fracaso
Al planteársele la posibilidad de que ocupe un lugar en la historia de la moderna cultura británica, respondió con rara modestia: Más bien soy como un eslabón perdido que mucha gente no conoce. Alguien tiene que atar los cabos sueltos entre los años 60 y los 90. Me lo han dejado a mí porque nadie está consciente de lo que los artistas tuvieron que enfrentar en los 70
, dice.
Según los curadores del Báltico, este abuelo del punk, hoy de 66 años, quien vive en exilio voluntario en París con su pareja coreana-estadunidense, Young Kim, de 37 años, debe ser valorado como un artista cuyo momento ha llegado
.
Él y sus contemporáneos estaban bien versados en el noble arte del fracaso
. McLaren recuerda con admirable vigor las oportunidades otorgadas a su generación de disfuncionales hijos de la guerra
, a quienes se dio tiempo y espacio para experimentar antes que Margaret Thatcher arribara para cerrar las viejas escuelas de arte y convertir la cultura en mercancía.
El nombre de Thatcher aflora varias veces en la conversación. La dama de hierro llegó al poder cuando la llama del punk se extinguía y McLaren abriga un vergonzante respeto hacia ella. “Sin ella –dice–, nunca hubiéramos tenido un Blair o un Cameron. Ésos son sólo imitadores.”
Pese a su admiración por las viejas escuelas de arte, para McLaren la acción estaba más allá de las decadentes instituciones. Encontró su camino al escuchar música pop y visitar los pequeños clubes y galerías más allá de la calle Oxford. Un nuevo mundo se abría al encender la radio o simplemente cruzar la calle. Ese mundo se expresaba de modo inevitable en la música que se conectaba a ciertos artistas contemporáneos, a ciertas modas y a ciertas posturas políticas, y no a nada relacionado con las escuelas de arte
, recuerda.
Esa relación entre arte, música, moda y política explica por qué las bandas más famosas con las que se asoció –primero los New York Dolls, luego los Pistols– llegaron a generar tanta emoción en los setentas. Y por qué hay tal ausencia de ella en el mundo actual, dominado por El factor X, aunque para McLaren esta creación extremadamente lucrativa de Simon Crowell no es mortificante, sino más bien exasperante, síntoma de una cultura que no está en buena forma
y es arrasada por la contaminación
de la globalización.
La notoriedad que alcanzó en la época del punk ha sido difícil de superar, aunque jamás la hubiera imaginado el día que por primera vez salió a buscar fortuna en King’s Road, enfundado en un traje de lamé color azul eléctrico. La historia de ese primer día de búsqueda de una oportunidad es tan fantástica como entretenida. Acompañado de la entonces adolescente Westwood (se conocieron en un edificio londinense habitado por paracaidistas y pronto ella se embarazó de él), fue conducido a un bazar de Chelsea por un misterioso empresario estadunidense que le dio las llaves y jamás volvió por ahí: uno de esos sucesos frecuentes en los años 70, según dice. La venta de algunos discos y objetos de arte le permitió construir Sex, la boutique que fundó con Westwood, la cual creó el look punk y se convirtió en leyenda.
Converso al hip hop
En las décadas posteriores a la problemática separación de los Sex Pistols, la trágica muerte de Sid Vicious y su novia Nancy Spungen y una agria disputa judicial con Lidon, en la que la debió entregar el control del grupo y 880 mil libras a su antiguo protegido, McLaren alcanzó éxito comercial y de crítica. Fue un temprano converso a la causa del hip hop, en el que obtuvo un masivo éxito global con el tema Buffalo Gals; fue pionero de los sonidos africanos y a finales de la década se encargaba de la música de las campañas publicitarias de British Airways.
Ha incursionado en el cine: Fast Food Nation (2006) fue un respetable éxito, y escribió la música de Kill Bill vol. 2, de Quentin Tarantino, con base en un tema de She’s not there, de los Zombies. Pero es poco comparado con su periodo de esplendor a la cabeza de los Sex Pistols.
“Es muy difícil superar eso –concede–. Todo se ve pequeño en comparación: se puede uno traumatizar si no se hace a la idea de que lo pequeño es bello.”
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya