a visita a Brasil del presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, y el discurso de su anfitrión, el presidente Luiz Inacio Lula da Silva, marcan un importante respiro para el acosado gobierno de Teherán, respiro que muy probablemente se ensanchará en el resto del periplo latinoamericano –Venezuela y Bolivia– del polémico visitante.
Al margen de las antipatías o simpatías que despierte este personaje político, e independientemente de la realidad deplorable que impera en Irán en materia de derechos humanos, es inocultable que la República Islámica es objeto de una campaña mundial, orquestada por Estados Unidos y la Unión Europea, orientada a denegarle el ejercicio de su soberanía nacional. El programa iraní de desarrollo nuclear puede resultar preocupante, si se da crédito a los adversarios occidentales en que Teherán pretende dotarse de armas nucleares, o no, si se cree a las propias autoridades de Irán, que niegan tal perspectiva y aseguran que los empeños del país por dotarse de uranio enriquecido tienen como propósito la generación de energía atómica con fines pacíficos. Sea como fuere, no existe fundamento ni justificación para prohibir a Irán el desarrollo armamentista que se permitió a Israel, India, Pakistán y, posiblemente, Corea del Norte. Cualquier intento diplomático fundamentado para disuadir a Teherán de fabricar bombas nucleares tendría que tener, como contrapeso mínimo, la exigencia internacional efectiva de que el gobierno de Tel Aviv –que es, hasta la fecha, la única potencia atómica de Medio Oriente, cuya institucionalidad democrática no es menos cuestionable que la de Irán, y que representa un enemigo acérrimo para éste– renuncie a la posesión de tales artefactos. De otra manera, las demandas internacionales a Teherán no rebasan el ámbito de la simulación, la hipocresía y la doble moral.
Es claro, desde otro punto de vista, que una de las razones principales de los actuales fenómenos de rearme de diversas potencias medias y regionales es el unilateralismo, la arbitrariedad y el carácter depredador y violento que ha ostentado la política exterior estadunidense en la mayor parte de la década en curso; y si bien tales características fueron impulsadas por la presidencia de George W. Bush, su sucesor, Barack Obama, no ha conseguido eliminarlas, y en algunos casos (como el de Afganistán) ni siquiera atenuarlas. Pero, si realmente se desea evitar temores que conduzcan a las espirales armamentistas, atómicas o no, en vez de recurrir a las amenazas y las fintas militares habría que empezar por despejar la generalizada percepción de amenaza que se desprende de la política exterior de Washington, e incluso de la de Bruselas.
Acaso con estas consideraciones en mente, y teniendo en cuenta la condición de potencia regional que ostenta su propio país, el mandatario brasileño puso el dedo en la llaga cuando señaló, antes de reunirse con su par iraní, la improcedencia de aislar a la República Islámica y la pertinencia de dialogar con sus autoridades en torno al diferendo por su programa de desarrollo atómico, al cual tiene tanto derecho como Brasil
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El punto central de esta concordancia no reside, como pretende el hegemonismo occidental, en afanes armamentistas, sino en la necesaria defensa de las soberanías nacionales frente a poderes planetarios que siguen pensando en un mundo dividido entre colonias y metrópolis.
En otro sentido, la presencia de Ahmadinejad en Brasilia y la valiosa y razonable postura de su anfitrión siguen delineando a Brasil como un actor cada vez más importante en la diplomacia internacional. Tras el golpe en Estado en Honduras, ante el cual otros gobiernos han exhibido obsecuencia y hasta complicidad, Brasilia ha desempeñado el papel más lúcido y constructivo, y si en la nación centroamericana no ha sido posible revertir el cuartelazo, ello ha sido por la ambigüedad calculada de Washington y de sus sectores más conservadores.
La proyección de Brasil va más allá de este hemisferio. En días recientes visitaron el país sudamericano el presidente de Israel, Shimon Peres, y el titular de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmoud Abbas. Ahora, tras el encuentro con Ahmadinejad, Lula adquiere la condición de un interlocutor central y creíble que podría introducir factores dinámicos en la empantanada y exasperante situación de Medio Oriente. Cabe esperar que así sea.