De tropezones y mexhincados
oco le duró el gusto al nacionalismo taurino –y del otro– de México, que luego de definir y reafirmar expresiones y voces propias de gran originalidad a lo largo del siglo XX, inició un lamentable proceso de sudamericanización –generosos con los de fuera, mezquinos con los de casa– en que la autoestima cedió el lugar a las importaciones.
Si bien sesudos sociólogos, antropólogos, sicólogos y politólogos sostienen que lo de la Conquista sucedió hace mucho tiempo como para que todavía México se resienta por ello, la triste realidad es que el tropezón de Colón, de inmediato considerado como descubrimiento
por la mentalidad europea, sigue causando estragos en el continente tropezado en todos sentidos.
Nuestro aún no superado complejo de inferioridad ha tenido momentos de gran lucidez como las Leyes de Reforma y la Constitución de 1857 y ciertos rasgos de algunos regímenes posrevolucionarios, sobre todo con el general Cárdenas, para caer después en una creciente dependencia y frivolización de las instituciones y la sociedad, llegando inclusive a escupir sobre la tumba de Juárez el mandatario que se soñó más perverso que la Iglesia, precisamente a raíz de una mentalidad colonizada y su torpe concepto de modernización del país.
En materia taurina esta postración hacia lo extranjero ha alcanzado en las últimas tres décadas unos niveles bochornosos, prefiriendo los dueños del negocio –como en el resto de las actividades del país– la importación de productos buenos, regulares, malos y pésimos, en detrimento de la producción, promoción, estímulo y consumo de toreros con capacidad de convocatoria y competencia. Hoy se publica la foto del torero extranjero que fracasó y no la del nacional que triunfó. De ese tamaño.
Esta vasallaje de los mexhincados
–señores taurinos de la intrépida Europa, pásenle a lo barrido, perdonen tanto tiradero y tomen posesión de su pobre casa, donde los atenderemos como se merecen y les aplaudiremos cuanto hagan–, lejos de reflejar un hispanismo consciente y selectivo muestra una actitud de sometimiento e inferioridad, sustentada no sólo en la admiración irreflexiva sino en la certeza de que acá no pueden surgir iguales o mejores que aquellos a los que se admira.
En lugar de toreros ponga usted economía, bancos, comercio, tecnología, televisión, publicidad, cultura, espectáculos, deportes y desde luego políticos tontos, y tendrá un cuadro completo de lo que es un país colonizado, dependiente, acomplejado y, lo peor, renuente a pensar y decidir por sí mismo, a modificar criterios y retomar rumbos. Así nos va.
En la tercera corrida de la temporada, hoy harán el paseíllo Manolo Mejía, que regresa a la Plaza México luego de su rotunda faena izquierdista al bravo Don Fer de El Junco, el año pasado, y quien dará la alternativa a Ernesto Javier Calita, que obtuvo varios triunfos en cosos españoles, atestiguando el alicantino José María Manzanares hijo, con un encierro de Julio Delgado, cuyas reses canjea impunemente Ponce el consentido.