A la orilla del río
l 7 de julio de 2005, la ciudad de Londres padeció una serie de atentados terroristas dirigidos a su transporte público, cuyo saldo fue de 50 muertos. El realizador francés de origen argelino Rachid Bouchareb (Baton rouge, 1985; Indigènes, 2006), ofrece en A la orilla del río (London river), su sexto largometraje, la evocación de dicha tragedia a partir de la experiencia íntima de dos seres que buscan a sus hijos, posibles víctimas de las explosiones.
Elizabeth Sommers (Brenda Blethyn), residente de la isla de Guernsey, madre de la joven Jane que cursa sus estudios en Londres, acude apesadumbrada en busca de su hija al no obtener noticias suyas. Como en su caracterización más memorable, Secretos y mentiras (Mike Leigh, 1996), la madre es de nueva cuenta un manojo de gesticulaciones y llantos contenidos, que Bouchareb aprovecha muy bien para elevar paulatinamente la intensidad dramática del relato. Como contrapeso inteligente, propone la personalidad sobria y emotiva de Ousmane (Sotigui Kouyaté), personaje africano en busca del hijo que no ha visto en muchos años, y cuya súbita desaparición deja en suspenso toda posibilidad de reconciliación afectiva.
A la orilla del río explora con perspicacia las reacciones de recelo de la pulcra señora Sommers, quien descubre escandalizada que su hija vive en un barrio de inmigrantes, comparte su departamento con un joven africano y, para colmo de enigmas, estudia la lengua árabe. ¿Quién puede querer aprender árabe?
, se pregunta con candor y sin vacilar un instante. No hay en realidad racismo en sus palabras, ni en sus gestos de estupor ante personas de credo y color diferentes al suyo, simplemente la extrañeza frente a una realidad urbana para ella insospechada y por el hecho de que una hija suya haya podido asimilarla de modo tan completo. Esta situación, entre cómica y dramática, conduce a un encuentro harto complicado entre ella y Ousmane, el hombre que pacientemente tolera el rechazo inicial de la madre, su desconfianza instintiva, sobre todo cuando una coincidencia irónica lo vuelve un ser muy ligado a la vida sentimental de la joven Jane Sommers, amante de su hijo.
El drama que relata la cinta tiene que ver más con los sentimientos conflictivos de los padres distanciados de hijos que apenas conocen, que con la tragedia evocada tan sólo a través de noticieros. El drama intimista de Bouchareb evita cuidadosamente las salidas fáciles, manteniendo en el espectador la duda sobre el destino real de los jóvenes, a pesar de todas las pistas y convenciones que parecerían tener resuelto el asunto de antemano. Contrariamente al tono más polémico de sus cintas anteriores, algunas verdaderas radiografías de la mentalidad racista, el cineasta de origen magrebí adopta hoy en su narración los tonos más controlados del realismo social de los ingleses Ken Loach y Mike Leigh, y maneja con buen tino los componentes del melodrama urbano. Obtiene también actuaciones formidables que le permiten cerrar ese círculo intimista de reconocimiento afectivo y serenidad que es la materia central de su película.