Fernando Ochoa, un témpano vestido de luces, desaprovechó a los 2 mejores del encierro
Perera oyó avisos en los dos ejemplares de su lote y le cortó una orejita a un séptimo cajón
Lunes 16 de noviembre de 2009, p. a38
Ante un marrajo que lo buscaba por la zurda, luciendo sin arredrarse una muleta poderosa y agresiva, y tirándose a matar de frente, el mexicano José Mauricio, del viejo barrio de Mixcoac, cuajó ayer la faena más interesante de la segunda función de la temporada grande 2009-10, en la que el español Miguel Ángel Perera regaló un séptimo cajón, cómodo y chico, de carácter impredecible, al que le cortó una orejita.
Sin sello ni mando, el ibérico repitió lo mismo que el invierno anterior: graciosas monerías ante animales escasos de trapío y nada de nada frente a bestias de mayor complejidad. Con su primer enemigo, de nombre Edu, con 501 kilos de peso, playerito pero arreglado de los pitones, mostró el don del temple y una notoria incapacidad para trazar el tercer tiempo del muletazo; de hecho, levantaba el trapo al girar para reponerse, creando la equívoca impresión de que el bicho soseaba cuando era él quien le descomponía la embestida.
Harto de verlo repetir la suerte del derechazo sin culminarla, alguien le gritó con toda justicia ¡toro!
, reclamo que irritó a quienes antes que el europeo partiera plaza ya le habían concedido orejas, rabos y patas sólo por su origen español y no por sus dotes artísticas. Éstas fueron puestas de relieve ante el bovino de regalo, un novillo adelantado, limado de los pitones y agarrado al piso, que de pronto embestía a gran velocidad, tomando por sorpresa a los banderilleros, que estuvieron fatales toda la tarde.
Con ese pequeño dije, Perera ocultó su falta de mando toreando en redondo y girando a la par que el rumiante, que en una de ésas, en una tanda por la zurda, a punto estuvo de pegarle una cornada en el glúteo izquierdo.
Quienes no gustan de este joven matador, seco, vertical e inexpresivo, debieron reconocer, no obstante, la sobria belleza del quite en que combinó tres tafalleras, dos gaoneras y una revolera impecables.
A José Mauricio le salió Ramoncín, de 515, negro cornivuelto y astracanado, fuerte y de sobrecogedora estampa, que sembró el pánico entre los banderilleros luego de tomar dos varas que le hicieron mucha sangre. Impasible ante la seriedad de la fiera, el torero de Mixcoac se quedó quieto en los medios para girar por chicuelinas, pero lo más emocionante de su actuación comenzó en cuanto cogió la muleta y se llevó al cuadrúpedo a los medios intercalando trincherazos y pases de la firma antes de rematar de testuz a rabo por la izquierda.
Tras dos bocetos de tandas por la derecha, aguantando mucho y mandando más pero sin acoplarse todavía al ritmo del cornúpeta, citó por la izquierda con la muleta atrasada, obligando a que el animal pasara primero delante de sus muslos antes de perseguir la franela, y girando en redondo con la mano abajo, dándole siempre todas las ventajas al enemigo, logró verdaderos naturalazos que pusieron a la gente de pie. Luego de algunos adornos se perfiló para matar, cerca de la puerta de toriles, y hundió el acero hasta las bolas, para hacerse acreedor a una merecidísima oreja, que pitaron los panistas y los hispanistas.
Del resto del encierro enviado por la ganadería de Barralva –mezcla de sangre mexicana de San Mateo y española del Conde de la Corte– sólo cabe decir que fue un hato de mansos rajados, entre los cuales el primero y el cuarto, con todo, fueron excelentes, pero por desgracia le tocaron al michoacano Fernando Ochoa, un témpano vestido de luces, que los desaprovechó al grado de que el público lo despidió con un abucheo, muy al estilo Torreón...