Opinión
Ver día anteriorDomingo 15 de noviembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

De lambiscones, gandayas y acomplejados

C

on frecuencia una tarde de toros revela igual o más cosas en el tendido que en el ruedo, como si el verdadero drama no fuesen los dos animales enfrentados –el de negro y el de luces–, sino los miles de espectadores que además de pagar un boleto despliegan, con entusiasmo, su ignorancia, frivolidad y otros padecimientos no menos elegantes.

En la corrida inaugural de la temporada 2009-2010 en la Plaza México, el domingo pasado, varios hechos, gestos y detalles mostraron por enésima vez la temperatura anímica, la idiosincrasia y la ética que se cargan taurinos y espectadores en la capital del país, empezando por la inexcusable impuntualidad del torero valenciano Enrique Ponce y concluyendo con su reiterado cinismo especulador, ahora con el demagogo toro de regalo, una vez que comprobó los beneficios de ser el consentido de la gente bonitonta que acude a aclamarlo, haga lo que haga.

Desde luego los tres alternantes aprovecharon la oportunidad para adular al potentado Alberto Bailleres, quien desde su barrera de primera fila comprobó que, independientemente de sus pobres resultados como empresario taurino, ser uno de los hombres más ricos del mundo, propietario de las ocho plazas más importantes, pero subutilizadas del país después de la México y de las ganaderías de Begoña y Mimiahuápam, sigue inspirando lisonjeros reconocimientos. Por ello los diestros mexicanos le brindaron sendas faenas, mientras que el español le mandó su capote de paseo.

Por su parte, el juez Eduardo Delgado, emulando a otras despistadas autoridades, se sumó al bochornoso desfile de desfiguros por lo menos en dos momentos: uno, cuando junto con matadores y cuadrillas esperó por más de tres minutos a que Quique Poses –Lumbrera dixit– apareciera en el ruedo, en vez de ordenar que iniciara el paseíllo a las cuatro en punto de la tarde, y dos, cuando aprobó a dos novillones como reservas que a la postre el valenciano tuvo que regalar, aunque muy probablemente se los haya pagado la empresa o el ganadero de San José.

¿Pero a quién se le ocurrió escoger ese chivo cornalón como impertinente regalo? Inclusive los postrados bonitontos pitaron aquel engendro que sólo la desvergüenza del torero consentido supuso que podría lidiar entre aplausos mitoteros y oles de hispanópatas. ¿Esa idea de trapío tiene el ganadero para venir a la Plaza México? Pero síganle los universitarios taurinos con sus zalamerías al Divo de Chiva, que por lo menos un premio Príncipe de Asturias sí ligan.

Hoy parten plaza el michoacano Fernando Ochoa, el extremeño Miguel Angel Perera, que tan buen sabor dejara el año pasado, no obstante un innecesario rabo de aldea, y el capitalino José Mauricio, luego de su gran tarde la temporada anterior con un toro de Barralva. El encierro es de dicha ganadería queretana, propiedad de Luis y Ramón Álvarez Bilbao.