Hadewijch
l misticismo de la joven novicia Hadewijch (Julie Sokolowski) es a tal punto desaforado que sólo concibe su realización plena en la comunión física con Cristo. Esta idolatría que expone sin rodeos, hace que la madre superiora del convento le ordene su regreso al mundo exterior, donde habrá de probar la solidez de su fe y doblegar su fanatismo. El nombre verdadero de la joven es Céline, pero adopta el de Hadewijch como tributo a una poetisa mística flamenca de la Edad Media. Como ella, Céline mortifica su cuerpo, se niega a todo contacto humano que la aleje del amante celestial, y se vuelve un ser neurótico y enajenado, peligro para sí misma y para la congregación religiosa. La cinta del francés Bruno Dumont (La vida de Jesús, La humanidad, Flandes), inicia en el claustro rural para trasladarse después al París donde residirá la joven con sus padres.
El cambio es novedoso dada la fidelidad de Dumont al territorio rudo de una provincia animada por personajes con conductas y reacciones instintivas muy primitivas en todos los órdenes de la vida social y afectiva. El territorio familiar en el que se desenvuelve Céline posee una impecable armonía burguesa. Hastiada de este mundo de lujo y convenciones morales, establece una relación amistosa con un joven de origen árabe, a quien presenta en casa, guardándose de responder a sus intentos de seducción. Aunque participa de muchas actividades del mundo profano, Céline lleva a cuestas la disciplina auto infligida del convento y su inquebrantable voluntad de entrega mística a Jesús. Esta persistencia en la conducta fanática tendrá derivaciones inquietantes que incluyen su involucramiento en actos terroristas.
El realizador maneja muy bien la delicada reinserción de la joven a su mundo familiar burgués y la ruptura con su familia cuando empieza a frecuentar a Yassine (Yassine Salihine), su joven pretendiente. Sin embargo, al entrar Céline en contacto con Nassir (Karl Sarafidis), hermano de Yassine y apóstol de una beligerancia islámica donde la fe sólo se prueba a través de la acción, preferentemente armada, la película cambia bruscamente de tono y acumula un buen número de incongruencias, además de una postura ideológica por lo demás ambigua.
La prueba de fuego con la que la joven habrá de superar su obsesión por el amor místico y regresar al mundo de las relaciones humanas, sugiere un proceso fascinante, pero Dumont lo resuelve de manera un tanto arbitraria. De modo similar, la descripción del integrismo musulmán y el poder de atracción que ejerce sobre la joven cristiana termina siendo un argumento endeble. Los soldados de Cristo o de Alá en un combate apenas esbozado son un pretexto insustancial para plantear y resolver el conflicto existencial de Céline/Hadewijch. Entre la Teresa de Alain Cavalier y el filme de Robert Bresson, El diablo probablemente, Dumont ha escogido la tercera vía de una azarosa divagación política.