La muestra virtual se basa en la biblioteca y objetos personales del escritor argentino
Incluye volúmenes en los que intercambió dedicatorias con escritores de la época, como Paz, Monterroso o Calvino
Revela su afición casi obsesiva de buscar erratas en los textos
Domingo 15 de noviembre de 2009, p. 6
La biblioteca personal del escritor argentino Julio Cortázar, así como los gustos, manías y preferencias que se revelan a través de ella, están a la mano de los cibernautas desde esta semana mediante la exposición virtual Los libros de Cortázar, organizada por el Instituto Cervantes.
En una sección especial de la página del Centro Virtual Cervantes (cvc.cervantes.es/literatura/libros_cortazar/) se pueden ver algunos de los volúmenes que fueron propiedad del autor de Rayuela, divididos en cinco apartados.
El primero de ellos reúne páginas de libros que fueron firmados por Cortázar para identificarlos como suyos. Aunque en algunos volúmenes sólo garabatea su nombre o apellido, en otros pone el seudónimo de Julio Denis o el lugar y la fecha en el que los adquirió.
Destacan en esta parte varios libros autografiados por el poeta chileno Pablo Neruda, así como algunas anotaciones de Cortázar en respuesta a su amigo, mediante las cuales dialogaba con él.
Así, en la página 114 de ese volumen, el argentino le dice a Neruda: Craso error, Pablo
; en la 418 le enmienda la plana al decirle: Te confundes con la fiesta para tus 70 años
, mientras en la 379 menciona: Pinochet se los venderá a los yanquis, es lo más seguro
, en referencia a la colección de libros y caracoles que el escritor le había donado al Estado chileno.
Diálogos imaginarios y objetos olvidados
Con pluma, lápiz o marcador, Cortázar emprende diálogos imaginarios con sus amigos sobre las páginas escritas por ellos mismos.
De esta forma, pueden encontrarse varios libros en los que Cortázar y otros autores de la época intercambian dedicatorias y pensamientos, como en el caso de Octavio Paz, Augusto Monterroso, Italo Calvino y Alejandra Pizarnik, entre otros.
Así como llaman la atención los títulos con dedicatorias cálidas, entre los que están los firmados por Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Juan Gelman y Mario Vargas Llosa, también están las páginas mudas de libros que nunca fueron adornados con la firma de sus autores, pese a que ellos tuvieron relación con Julio Cortázar, como Jorge Luis Borges o Ernesto Sábato.
En otra sección de la muestra pueden verse los objetos que dejó olvidados el gran cronopio entre las páginas de sus libros, como fotos, entradas a algún museo, pequeñas ramas de árbol, boletos de tren o incluso dibujos realizados en papeles sueltos.
Hay también libros con formatos curiosos, como el volumen Discos visuales, impreso en México en 1968 con ilustraciones de Vicente Rojo, o una versión de Cartas a un joven escritor, de Sábato, hecho en cartón reciclado y tela.
Una de las aficiones lectoras de Cortázar, llevada a un extremo casi obsesivo, era buscar erratas. Al encontrar alguna, no sólo marcaba la equivocación sobre la página, sino que incluso le reclamaba
a la persona que él consideraba responsable.
Che, Otero Silva, ¡qué manera de revisar el manuscrito, carajo!
, le espeta al editor de Confieso que he vivido, libro de memorias de Neruda.
Igualmente, al leer Paradiso, de José Lezama Lima, se pregunta con cierta irritación: ¿Por qué tantas erratas?
La muestra, reunida y comentada por el periodista y escritor español Jesús Marchamalo, es posible gracias a la viuda del autor argentino, Aurora Bernárdez, quien donó a la Fundación Juan March los más de 4 mil volúmenes que su esposo tenía en su casa de París.
En la biblioteca de Cortázar figura una cantidad enorme de literatura del siglo XX, incluidas varias versiones de sus propias obras, traducidas a distintos idiomas. Pero también hay libros de arte, ediciones antiguas de clásicos españoles, libros de poesía en inglés y francés, diccionarios y obras de consulta general.
A manera de colofón, la página del Centro Virtual Cervantes incluye una pequeña descripción de las características que tenía la casa del cronopio en la calle Martel, que describe como un lugar espacioso y cómodo, en el que atesoraba sus libros y discos, y donde le gustaba leer con un buen disco de jazz como fondo.