Weihenmayer, quien acompañó a la expedición, fue el primer invidente que subió al Everest
Para el estadunidense las cumbres son símbolos
Dudé poder lograrlo, admitió el guía Ponce de León
La experiencia sensorial es algo inolvidable, relatan protagonistas de la hazaña
Viernes 13 de noviembre de 2009, p. a16
Héctor Ponce de León cuenta con más de 30 años de experiencia en montañismo pero, “para ser sinceros, cuando me hablaron de subir a ciegos al Izta me surgieron ciertas dudas sobre si sería posible.
He ascendido más de 100 veces, he guiado a personas de todo el mundo, pero nunca había hecho algo así. Era muy ignorante y llegué con una idea preconcebida de lo que un débil visual era capaz, pero ellos me derribaron todos estos prejuicios.
Un grupo de 28 personas, con y sin discapacidad visual, mexicanos y estadunidenses, entre ellos Erik Weihenmayer, primer alpinista ciego en conquistar el Everest, concretó este miércoles el ascenso a la Mujer Dormida, luego de cuatro días de expedición.
Fue un verdadero trabajo de equipo y eso es mucha gente que se une y decide romper barreras
, destacó Weihenmayer, quien llegó a México para acompañar la aventura, presentar la primera edición en español de su libro Tocar la cima del mundo, y brindar pláticas motivacionales.
La preparación incluyó seis meses de entrenamiento, con pruebas en el Ajusco y el Nevado de Toluca, explicó Ponce de León.
Temía mucho al mal paso
y tenía que ir describiéndoles el terreno, pero tuve que darles menos instrucciones de lo que esperaba y llegamos a hacer escaladas de pared de hasta 20 metros en la roca
.
Un gran reto
José Manuel Pacheco, de Ciudad Nezahualcóyotl, recuerda con emoción la experiencia que vivió hace unas pocas horas.
“Fue un reto muy grande para mí y los compañeros Jesús, Berenice, Marco, Fabiola. Era un límite que teníamos que lograr, pero conocer el terreno fue lo mejor: sentir las piedras, el lodo, rocas sueltas, la neblina, el frío, la altura...¡fueron tantas cosas!
Subir a la cima fue algo muy padre, cuando estaba arriba llamé para compartirlo, porque era mucha la emoción
, explica, y dice que sentir la montaña centímetro a centímetro, su superficie, temperatura y olor fue lo que los marcó.
Admite que existe el miedo, desde el principio, en mi cabeza y en la de los compañeros, porque nunca se nos hubiera ocurrido
escalar una cima de cinco mil metros. Pero enseguida remarca: confiábamos en el equipo, nos guiaba y nos iba diciendo caída de hospital o caída de funeraria
.
Entre risas, agrega que vivir en esta ciudad es una barrera constante, con tantos obstáculos... es una forma muy complicada de vivir, casi una escalada. Aquí también te encuentras con avenidas de hospital o de funeraria
.
Pacheco tiene 31 años. Es débil visual avanzada, estudia Comunicación y Cultura en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y trabaja en la organización no gubernamental Ojos que sienten.
Cumbres como símbolos
Las cumbres son símbolos importantes
y las grandes hazañas se realizan destruyendo las barreras
, remarca Weihenmayer, de 41 años, quien nació en el pequeño pueblo de Hightstown, New Jersey, con un problema en lo ojos.
De su infancia recuerda muchos exámenes traumáticos y frecuentes visitas a médicos y especialistas, que proponían terapias como congelarle el ojo o sumergirlo en agua durante meses.
A los 13 años perdió la visión por esa enfermedad degenerativa y aunque primero sintió miedo, después vi que al quedarme ciego nada iba a cambiar, lo único era que no veía, pero seguía teniendo lo mismo, el mismo espíritu
.
Hoy relata que pudo superar la barrera de la ceguera –es graduado de la Universidad de Boston, maestro de secundaria y entrenador de lucha libre– y decidió cumplir el sueño de subir montañas: así es como se hacen las grandes hazañas, destruyendo las barreras y subiendo los pies a lo más alto
.
En 2001 marcó un hito en la historia del alpinismo: fue la primera persona ciega en conquistar la cima del Everest, la montaña más alta del mundo (ocho mil 848 metros sobre el nivel del mar).
La hazaña no quedó allí, siguió con expediciones y el año pasado terminó de escalar los siete picos más altos del orbe.
En el ascenso utiliza bastones largos para ir barriendo el terreno a recorrer y sigue los sonidos de las campanas que se atan a las chamarras de sus compañeros y Jeff Evans, su guía desde hace 15 años.