l gobierno declaró que la crisis económica ha terminado. La Secretaría de Hacienda está muy complacida con la Ley de Ingresos aprobada por el Congreso. Así se plasma en la presentación del 5 de noviembre en un foro organizado por la empresa Bloomberg. Ahí se ratifica que la reforma alcanzada es de naturaleza estructural, pues mediante los nuevos impuestos se compensa la fuerte caída de los ingresos petroleros.
Si a esto se le puede denominar una reforma estructural habría que discutirlo de modo serio. Su significado convencional está ya muy desgastado luego del ciclo de 20 años de auges y crisis provocado por su acepción según el difunto Consenso de Washington de 1989.
Pero más allá de la referencia que la reforma estructural tiene para el discurso de la globalización y al ajuste que debían hacer las economías emergentes
como se hizo disciplinadamente en México, esta Ley de Ingresos recientemente aprobada no puede sentar las bases para generar un cambio notorio en el comportamiento de la economía a mediano plazo.
El senador priísta Francisco Labastida dijo cuando la ley se aprobó que votamos por algo que no está bien, pero era el mal menor
, y llamó un Frankenstein a la iniciativa que recibieron del Ejecutivo. La presidenta de ese partido, Beatriz Paredes, dijo que nadie había quedado complacido.
Esto no es sólo parte del abundante anecdotario político. El PRI es hoy una bisagra clave para el gobierno de Calderón y el acomodo que hicieron y que dio paso al optimismo de Los Pinos y Palacio Nacional debe, cuando menos, considerarse en lo que representa para el funcionamiento de la economía y para la democracia que se manifiesta cuando se legisla. Esto, sobre todo, a la mitad del sexenio como estamos y todos ellos con la mira ya en las presidenciales de 2010. Todo esto no convence para nada.
Nadie explica, por ejemplo, ni en el gobierno ni en el Congreso por qué la Ley de Ingresos debió salir al rescate de la debacle de Pemex. Hay ahí una explicación política, financiera, económica y no menos aún estratégica que sigue pendiente y que ninguno pretende, por lo que se ve, ofrecer a los ciudadanos. A la gente se le imponen más cargas sobre su menguado ingreso, pero las responsabilidades políticas se esconden bajo el tapete.
La única acción explícita al respecto de Pemex y el uso de los recursos que genera es aplicar un inevitable
aumento de los impuestos. Y esto en plena recesión económica. Y se sostiene que con estas medidas parciales y que son el mal menor
se alcanzará el crecimiento el año entrante y, además, se podrá sostener hacia delante. La lógica no es muy clara, por decir lo menos.
Las ideas prevalecientes en el quehacer de la política económica en el país están tan arraigadas que parecen una camisa de fuerza. No hay indicios de que se advierta el cambio radical que la crisis financiera y económica mundial ha impuesto en la gestión de la economía. A eso hay que sumar el efecto perverso sobre las condiciones de producción y de financiamiento en esta economía; el castigo sobre el mercado laboral y la fragilidad, esa sí, estructural que se padece en el proceso de desarrollo.
Pero como ya alguien ha dicho, los políticos sólo saben aquello que necesitan saber, y esto no tiene que ser mucho. Lo que necesitan saber es lo suficiente para llegar al poder o mantenerse en él. Las ideas con las que gobiernan provienen de fuera de la política. La Ley de Ingresos volvió a acomodarse para no lastimar a quien no se debe.
Es un parche más, un poco de esto y otro de aquello. El crecimiento que espera generar el gobierno con el Presupuesto Federal de 2010 es cuestionable, no se corresponde con el desempeño observado hasta ahora y está ubicado en un entorno muy incierto tanto dentro como fuera.
En Estados Unidos la recuperación productiva es todavía muy leve; el desempleo acaba de alcanzar una tasa de 10.2 por ciento, la mayor en 26 años; el aumento del gasto de los consumidores no se manifiesta aún, ni la inversión especialmente en el sector de las pequeñas y medianas empresas, y la fragilidad financiera no se ha superado.
Crecer a 3 por ciento el año entrante, de alcanzarse según el plan oficial, será sobre la base de una caída del orden de 7 por ciento en 2009. Rearmar las condiciones para aumentar la inversión, reponer el gasto de consumo, aumentar el empleo y acomodar las condiciones de la productividad es otra cosa, para la que este presupuesto no alcanzará.
Las estructuras, es decir, los entramados humanos, materiales e institucionales que soportan el funcionamiento de la economía están dañados seriamente. Esta cuestión no puede seguirse posponiendo, sobre todo mediante la alternativa de elevar los impuestos y con políticas de corto plazo.
No hay muchos secretos básicos para alentar el crecimiento y el bienestar, como la continuidad de medidas de política pública y la organización de los mercados que sienten las bases para generar más riqueza. Esto no existe aquí. Aún estamos muy lejos de ponernos en esa situación. Pero ahí está la verdadera reforma que se necesita, lo demás puede crear recuperaciones de la actividad económica que seguirán siendo efímeras pero de las que muchos seguirán beneficiándose.