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El compositor estadunidense se presentó el sábado pasado en el Voilá Acustique, de Polanco

Por primera vez en el país, Philip Glass desplegó su música con Bach en el espejo

Lo acompañaron la chelista Wendy Sutter y el percusionista Mick Rossi

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Durante 90 minutos, Glass puso al desnudo el entramado de sus complejas partiturasFoto Fernando Aceves
 
Periódico La Jornada
Lunes 9 de noviembre de 2009, p. a12

Philip Glass en la intimidad de su música de cámara. Al piano, solo; con la chelista Wendy Sutter; en trío, con el maestro Mick Rossi, mago de las percusiones: por primera vez en México, la música más esencial, el entramado de sus partituras de complejidad extrema, puesto en sencillez, al desnudo. Privilegio.

La noche del sábado convirtió un recinto, el Voilá Acustique, en nave sideral. Durante 90 minutos, ese rincón de Polanco se hizo red de rituales, receptáculo de armonía, punto de ignición con una música serena.

Todo inició con Philip Glass al piano acústico, solo. Dos de las cuatro piezas que escribió en 1988, de título Metamorphosis. De tan transparente su manufactura, establece esta serie una sucesión de espejeos y de espejismos: al principio suena a Wim Mertens, para enseguida de una docena de compases en el pianito de media cola, se escucha en todo su esplendor el sonido, las armonías, los acordes que hacen inconfundible la música de Philip Glass.

La repetición de notas forma remolinos, oleaje, laberintos que hipnotizan. Un pasaje de introspección profunda conduce de inmediato a ese vasto sistema de vasos comunicantes que establecen los grandes creadores entre sí, incluso sin cruzar palabra: por ejemplo, esa sucesión de cinco notas con la mano izquierda, entretejida con armónicos en la derecha, todo en tiempo lento y calmo, lento y firme, lento y melancólico, para culminar en una nota desgajada desde los dedos índice y anular de la mano derecha que, en el momento del apareamiento de las grullas que evocan estas notas, se ha cruzado por encima de la mano izquierda para hacer descender la alondra en vuelo que soñaron, en partituras sin tiempo, antiguos maestros zen.

Elevado soliloquio

Enseguida apareció en escena Wendy Sutter, cargando en brazos un hermoso violonchelo Amati y soltando desde sus hombros libre el vuelo de palomas de colores varios: las tres primeras piezas del disco Songs and Poems for Solo Cello (reseñado recientemente por La Jornada en su sección Disquero), donde el compositor estadunidense establece alturas y honduras simultáneas: la elevada condición del soliloquio introspectivo puesto en ideas que se comparten en cuanto suenan, y la profundidad del contenido que se vuelca en arpegios.

Escuchadas en vivo y con el portentoso sonido del Amati, esa obra maestra de laudería barroca, resultó evidente otro espejeo: la consecución de una línea de canto desnuda y simple, aunada a una complejidad de unicidad aparente y un emparentamiento inevitable con las Suites para Chelo Solo de Bach. Entonces: Philip Sebastian Bach, o bien: Johann Sebastian Glass.

Al final del concierto habría nueva demostración de esta suerte de anagrama, pero antes entró a escena Mick Rossi para entrepiernarse un tambor yembé y una tarola, mientras Philip Glass regresaba al piano acústico, y juntos entablaron otra pieza clásica: el Etude Number Ten.

Enseguida regresó Wendy Sutter con su violonchelo Amati y los tres terminaron por verter en vivo el contenido completo del disco antes referido: cuatro piezas numeradas con el exquisito nombre de Tissue, en lugar de Opus.

Luego de otras piezas para piano y violonchelo escritas e interpretadas por Philip Glass con Wendy Sutter, se volvió a formar el trío para tres piezas de Los biombos, partitura que escribió el autor neoyorquino para un montaje de esa obra de teatro de Jean Genet.

Solfas siderales

Del original, que hizo y grabó en disco con Foday Musa Suso, a la versión camerística que sonó la noche del sábado en Polanco, se tendió una hamaca de sensualidad y encanto, la tersura del tisú.

Siguió una alucinación: Philip Glass se sentó junto a Mick Rossi para ejecutar a cuatro manos The Chase: pelo negro-gris los dos, ambos con atuendos negros hacia el gris, cuatro manos casi idénticas, vistos de perfil parecían gemelos siderales soltando solfas a velocidad crucero. Cuando agradecieron los aplausos en frenesí, parecían robots-humanos escapados del filme Blade Runner, con permiso de Vangelis.

En la cima del éxtasis sonaron piezas de otro disco digno de arcángeles: Book of Longing, El libro de los Anhelos, que hizo con Leonard Cohen y que también presentó el Disquero.

Sonaron cuatro encores. Magia. Fascinación. Todo el poderío de una música que al desnudarse adquiere condición de eternidad.

Cerró Philip Glass este concierto para la historia con una de sus obras emblemáticas: el Etude Numer One, para piano solo.

Otra vez Bach en el espejo. El Clave Bien temperado. Ni glosa ni cita ni homenaje. Simple y contundente juego de espejos. Vasto sistema de vasos comunicantes. No es Bach lo que suena sino Philip Glass. Y sin embargo se mueven los parámetros. La contundencia, el poderío de la música de Philip Glass evoca la piedra de toque universal, la semilla plantada hace cinco siglos por Johann Sebastian Bach. Johann Sebastian Glass.

El recital de música de cámara de Philip Glass que ofrendó la noche del sábado en Polanco quedará para la historia.

Privilegio.