Sábado 7 de noviembre de 2009, p. a19
La nueva grabación discográfica de la mezzosoprano romana Cecilia Bartoli es uno de los acontecimientos culturales más trascendentes de los años recientes: desde su mero título, Sacrificium, es un manifiesto social y artístico al mismo tiempo, una reivindicación de lo femenino, una denuncia de las atrocidades y crímenes de lesa humanidad que se cometen en nombre del arte y, sobre todo, una obra maestra de interpretación, recreación, vida en música.
El subtítulo es indicativo también de un periodo de esplendor, contenido de este álbum: La Scuola dei Castrati, y se alarga el encabezado así: El sacrificio de cientos de miles de niños en el nombre de la música
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Dice más el titulaje del disco: “En 78 minutos de música (once estrenos mundiales) Cecilia Bartoli devela el extraordinario mundo de los castrati y canta arias inspiradas por las superestrellas castradas de Nápoles, como Farinelli y Caffarelli, incluyendo alguna de la música más virtuosística que se haya escrito jamás para la voz humana”.
El resultado es sencillamente espectacular, extraordinario, asombroso, inigualable.
Escuchar este álbum proporciona un estado de placer ensimismado y, entre otras virtudes, borra del paisaje hasta entonces conocido esa cierta sensación de angustia que suelen despertar en el escucha voces llevadas al extremo de sus posibilidades físicas.
Las voces de los grandes castrati que se conocen mediante grabaciones rescatadas, aúnan a su singular belleza una atmósfera que no abandona un cierto dejo bizarro.
En contraste, la interpretación que hace Cecilia Bartoli de las 12 piezas que conforman el álbum, 11 en estreno mundial, recuperan la belleza en su estado puro. Fueron escritas para hombres que sufrieron mutilación. Ahora suenan en libertad, en la voz inigualable de esta belleza romana.
No es la primera mujer que acomete este repertorio tan difícil. Sí es pionera en ofrendar sus dotes musicales fuera de serie en un contexto humanístico, reflexivo, aportador.
Hilvana tal coherencia con una de sus producciones recientes, reseñada en su oportunidad en este espacio (La Jornada, 6 de octubre de 2007): la hermosa caja-libro objeto titulada María Cecilia Malibrán, enlazamiento de los nombres de dos grandes cantantes de la historia: María Malibrán y Cecilia Bartoli.
Aquel disco es también una reivindicación de lo femenino: María Malibrán era considerada, hasta antes del disco de Cecilia Bartoli, una figura de escándalo, material de la prensa del corazón, una leyenda para la comidilla en lugar de una soprano fulgurante y una mujer de una dignidad admirable, pionera de la emancipación femenina.
Ahora se extiende hacia la denuncia del abuso infantil. Como se sabe, el periodo de esplendor artístico protagonizado por los cantantes castrados surgió de la misoginia de la Iglesia católica: la prohibición papal de que las mujeres cantaran en las iglesias llevó a los detentadores del poder a mutilar a cientos de miles de niños para conservar su tesitura vocal aguda y suplir así en los templos a las mujeres.
Un antecedente notable de esta actitud social, humanística, artística admirable que tiene Cecilia Bartoli, quien posee también una de las mejores voces operísticas de toda la historia, es su disco Opera proibita, también reseñado aquí (La Jornada, 10 de octubre de 2005), que contiene arias prohibidas por dos papas, el nada inocente Inocente XII y de manera inclemente por Clemente XI. Ese disco, también imprescindible, despliega en su cuadernillo un homenaje a Fellini, ese gran maestro que también evidenció la doble moral cristiana. Una serie de fotografías de Cecilia Bartoli emulando a la hermosa Anita Ekberg en la fuente de Trevi, evocando aquella secuencia magistral del filme La dolce vita. En el nuevo disco, la secuencia fotográfica establece ahora un sugerente juego de androginia.
Al igual que el dedicado a María Malibrán, el nuevo disco, Sacrificium, llega a México en dos formatos: el tradicional, como disco sencillo con su cuadernillo tradicional, profuso e icónico, y una versión de lujo, un libro-objeto semejante al titulado María Cecilia Malibrán. (Ambas versiones se consiguen en Sala Margolín, Córdoba 100, casi esquina Álvaro Obregón, Colonia Roma).
El libro contiene textos extensos, ensayos históricos intensos y un diccionario donde, de la A a la Z, se ofrecen las definiciones que responden a las preguntas recurrentes en torno a los castrati y otras interrogantes insospechadas.
El primero de esos textos, La Scuola dei Castrati, se explaya en ese periodo de esplendor sensual de forma y contenido, poesía y música y perfección del canto virtuosístico. Además de estudiar a fondo ese fenómeno histórico-cultural, se detiene en la figura del compositor, pedagogo y empresario napolitano Nicola Porpora, el más importante educador de voces del siglo XVIII, entre ellas las de Farinelli, Caffareli, Salimbeni, Appiani y Porporino, las máximas estrellas de todo aquel periodo.
Cinco de las 12 obras contenidas en el disco son de la autoría de Porpora y una de su gran competidor: Leonardo Vinci (no confundir con Leonardo da Vinci).
El texto titulado con ironía Evviva il cotellino! (¡Viva el cuchillito!) trae a colación el grito de los operópatas de aquella época cuando ponían los ojos en blanco de placer ante las voces fabulosas de los grandes castrati. Ese grito sonó en los teatros barrocos miles de veces y documenta con claridad aquella antinomia entre belleza y crueldad.
Ironiza más el autor del texto: “La explotación corporal al servicio de las tendencias de la moda, el arte selecto, el erotismo estimulante y el negocio lucrativo es también, en el siglo XXI, un fenómeno muy extendido. Sin embargo, un grito como Evviva la anoressia! En medio de los elegantes desfiles pret-a-porter de París o Milán provocarían hoy un escándalo”.
De nuevo Cecilia Bartoli logra un disco de belleza apabullante, concebido al mismo tiempo con harta jiribilla musical, musicológica, cultural, social. Una clara aportación humanística. Una obra de arte del canto. Un disco de belleza en estado puro.
¡Evviva Cecilia Bartoli!