omo sucede con casi todo lo trascendente, en la sala de nuestra casa apareció de manera inexplicable una copia de Sueños, la película del célebre realizador japonés Akira Kurosawa. Filmada en 1989, esta película, secuencia de ocho historias (sueños y pesadillas), es una de las obras maestras de la cinematografía por su belleza, honestidad, originalidad, compromiso y profundidad de sus mensajes. Como sucedió con otros grandes artistas, como Octavio Paz, Maurice Béjart o Gabriel García Márquez, el cineasta japonés fue consciente de los peligros que acechaban, y siguen acechando, a la humanidad o a la especie humana. Por ello, las tres últimas historias de su película son valiosos testimonios de lo que podría llamarse un cine ecológico
, género que ha sido irresponsablemente inundado de producciones amarillistas y comerciales.
En la primera historia, Kurosawa presenta escenas fulgurantes de un holocausto nuclear en Japón que provoca la huida desesperada de millones de japoneses, quienes, perseguidos por las nubes radiactivas, terminarán tirándose al mar. La segunda historia, complemento de la primera, presenta un paisaje arrasado por la contaminación y la radiactividad, donde solamente quedan algunos seres vivos deformes y los sobrevivientes humanos son mutantes que ante la ausencia de alimentos se ven obligados a devorarse entre ellos. En contraste, la tercera historia es una descripción bucólica de una aldea campesina, donde la sabiduría de sus habitantes ha creado una realidad delicada y armónica basada en la tradición y el trato cauto del entorno natural. Sobra señalar la gran influencia budista en esta última historia.
La película parece lejana: fue filmada hace dos décadas en la realidad japonesa, que es diferente a la mexicana. Sin embargo, adquiere vigencia inesperada en los cruciales momentos que vive el mundo y el país en términos ambientales. Ya no es la contaminación nuclear, sino el calentamiento del planeta y la contaminación genética, que se extiende por enormes áreas, lo que podría generar en pocas décadas escenas tan apocalípticas como las de Sueños. Ya hemos tenido algunos adelantos con la canícula que azotó a Europa en 2003 y que dejó más de 20 mil muertes por el calor extremo, o con los inesperados impactos del huracán Katrina en Nueva Orleáns. Igualmente siguen siendo las aldeas o comunidades campesinas e indígenas ámbitos donde subsisten, persisten y resisten, los últimos reductos de la memoria de la especie humana; donde podemos encontrar inspiración para hallar caminos alternativos a la tragedia industrial.
Por lo anterior, es más que seguro que Kurosawa habría firmado, de estar vivo, el documento por el cual más de 700 científicos, intelectuales y estudiantes de México y de varias partes del mundo han interpelado a Felipe Calderón solicitándole, con base a un alud de evidencias científicas, la inmediata cancelación de los permisos para la siembra experimental del maíz transgénico en México, procedimiento largamente buscado por las grandes corporaciones (Monsanto a la cabeza), violatorio de la Ley de Bioseguridad del país.
El documento, auspiciado por la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS), fue firmado en pocas horas por varios galardonados con el Nobel y premios nacionales de ciencia, UNAM y de la Academia de Ciencias de México, y hace manifiesta su indignación por la liberación de maíz transgénico en un país cuyo territorio todo es su centro de origen (véase www.unionccs.net). Esta reacción de la comunidad científica nacional e internacional que ha sido casi instantánea no es casual. Responde a una situación de enorme preocupación, a un escenario de emergencia. Aquí, las más de 50 razas de maíz que existen en territorio nacional son una obra de creación colectiva llevada a cabo por más de 250 culturas en un periodo de 7 mil años. Se trata de un patrimonio biológico, agronómico, cultural e histórico no sólo de México, sino de la humanidad entera, que estará amenazado por la proliferación de los diseños generados por la biotecnología corporativa o a su servicio. Diseños que, ha quedado demostrado, contaminan inexorablemente las variedades originales o nativas.
Estoy seguro que Akira Kurosawa desde donde se encuentre está solicitando una audiencia en Los Pinos para charlar con Calderón y convencerlo de que si no él, al menos alguno de sus más cercanos asesores lea el documento de la UCCS. Una lectura limpia, objetiva y honesta de las innumerables evidencias científicas derivadas de la más reciente investigación nacional e internacional debería auspiciar por lo menos un debate nacional, amplio y sin restricciones sobre el tema.
Ignoro si el Presidente conoce la obra de Kurosawa, y aún más si le agrada o desagrada. Tampoco sé si Kurosawa está enterado del despido de 40 mil trabajadores y del aumento de impuestos, dos sablazos de emperador contra la ciudadanía. Pero bien valdría la pena que alguna inteligencia cercana al poder, en un gesto casi heroico, lograra proyectar al mandatario las tres historias finales de Sueños, acción que no toma más de 20 minutos, y que quizás logre inducir en él un pensamiento reflexivo. Antes de que el maíz y el país se conviertan en la pesadilla siguiente.