ace 200 años que nació este personaje, de quien temprano conocimos la fotografía oficial –que no es la única que existe–, tomada, según se cree, en 1845 por Marcus Roth.
El rostro del retratado se presta a realizar análisis fisiognómicos; parece pertenecer al gremio de personajes de La caída de la casa de Usher, personificando al narrador, que es el propio autor, entonces de 36 años, si bien luce mucho mayor.
Ese mismo año vio su despunte El cuervo (The Raven) en el New York Evening Mirror, donde Poe fungía como editor asistente, aunque algo después llegó a ser propietario, por unos cuantos meses, del Broadway Journal.
Unos 10 años antes se había casado con la niña Virginia, quien todavía no cumplía 14. Ella murió a los 25, debido a reiteradas rupturas de vasos sanguíneos que empezaron a sobrevenirle cinco años atrás, mientras entonaba una canción.
Conozco dos homenajes mexicanos que se han brindado al escritor, conmemorando no sólo su bicentenario, sino los 160 años de su muerte, acaecida en el Washington College Hospital de Baltimore, donde fue llevado desde la taberna donde perdió el conocimiento, que no recuperó. Eso sucedió en la madrugada del 7 de octubre de 1849.
El primer homenaje mexicano es universitario y corresponde a Vicente Quirarte. Poe entre nosotros
apareció en el número de octubre de la Revista UNAM; primordialmente está referido a la vida póstuma del poeta, narrador, editor y cadete en West Point en nuestro país, y contiene alusiones a los Beatles y los cineastas.
La recepción mexicana de Poe se inició en 1867 y corresponde a la famosa traducción de El cuervo, por Nicolás Mariscal, que acompañada de las aguadas de Julio Ruelas apareció en la Revista Moderna en 1900. Quirarte alude a otros ilustradores, señaladamente a F. Xumetra. Se reproduce una de Mirror Cradle, que presenta a Poe sentado en su propia tumba de Baltimore presidida por el cuervo; un gato negro le hace compañía.
El texto incluye una interesante analogía con Jorge Cuesta y termina con una carta que Quirarte envía desde El Escorial a su destinatario de ultratumba.
El segundo homenaje lo brinda Miguel Ángel Alamilla en la galería Juan Martín (Dickens 33, Polanco, en vigencia).
Pintor, escultor y dibujante, aunque no ilustrador, Alamilla declara en la advertencia incluida en el catálogo que los relatos de Poe le fueron reveladores
y que soñaba con ilustrarlos, cosa que llegó a hacer, encontrando que sus resultados no lo satisfacían. Algo después se hizo pintor abstracto
y se alejó para siempre del mundo de la ilustración y la representación.
Por sentado se da que las piezas de Alamilla, en tinta negra y lápiz sobre papel, no representan
, pero algunas sí aluden, sea a los demonios interiores de Poe que le fueron consuetudinarios, o quizá al recuerdo subliminal de algunas de sus narraciones, como La caída de la casa de Usher o Manuscrito encontrado en una botella.
La casa Usher termina demolida por la tempestad y el manuscrito corresponde a las últimas vivencias del náufrago de la nave arrastrada en el océano hacia el Polo Sur. Por lo menos el viento, los restos, las colisiones y en una ocasión hasta el perfil de una ventana o la embarcación que se perfila a lo lejos hicieron su aparición, aunque el pintor no haya pensado de antemano en imagen detectable alguna. Planos anteroposteriores los hay, atmósferas también, y sobre todo formas que parecen arrancadas de sus ámbitos originales.
Las expansiones de la mancha, barridas, ráfagas y trazos de Alamilla pueden hacer pensar más en Soulages o en Franz Kline que en Edgar Allan Poe si es que el espectador desconociera el carácter de homenaje y el título que la exposición guarda. Esto sucede debido al ímpetu gestual, rápido por necesidad, que las genera y al hecho de limitarse a los matices que, saturados o desleídos, logra a partir del negro, dando lugar a variadísimos tonos de gris.
Al dejar respirar el papel en ciertas zonas, los blancos se convierten en puntos fuertes de estructura. Se trata de fuentes de luz en ambientes de tenebra. Poe le fue, ciertamente, el disparadero que propició la serie, que resulta capaz de despertar en el espectador las ganas de acudir a sus escritos. No obstante, la valía está en los manejos que depara a través de recursos escuetos.
Harold Bloom no incluyó a Poe en El canon occidental y uno se pregunta si esto sucedió debido, no a su carácter atormentado o a sus desaguisados alcohólicos, sino a las vecindades con otros escritores, como Nathaniel Hawthorne.