n su serie La Tauromaquia, Goya el genial pintor aragonés, evidencia la lúdica y plástica presencia-ausencia de la muerte en la vida. Capta que la vida y la muerte son, en realidad, un discurrir de vida-muerte, en consonancia con lo descrito por Freud en uno de sus más profundos textos: Más allá del principio del placer, donde coloca el acento en la complejidad de nuestro paso por el mundo. Disimulación de la marca interna mediante el deseo, expresado en la escritura que expulsa, desplaza lo otro y su doble; tal como lo expresan pictóricamente los lienzos y grabados del maestro aragonés. Esta especie de mundo puesto a descubierto sacando a la luz una España surgida de la fecunda y renovadora entraña del pueblo español. De esa raza que no fue la de los conquistadores.
Goya pintó la raza en sus tipos más característicos y en su expresión de ambiente popular, y supo recoger, asimismo, el espíritu y la gracia de la raza sufriente, marginal, oprimida pero no doblegada y lo hizo apoyado en un colorismo desbordado y una intensidad de emoción explosiva, desde su propia entraña, la de esta raza, carne y espíritu del pueblo que llevaba en el alma, y lo logró mediante una soberana inspiración y una destreza y genio de excepción.
Goya sintió la raza de los oprimidos tan hondamente, que al interpretarlos llegó a las más profundas raíces de su sicología, matizada por el dolor, para recoger toda la alegría de vivir, todo el donaire escondido, en el alma popular, mexicana o española o universal. Ya que la obra de Goya trasciende y atraviesa tiempos, espacios y culturas. Su esencia es el ser y su más íntima sustancia.
Goya vivió la parte trágica de la raza española, a su vez conquistada bárbaramente en las exaltaciones de un egoísmo ciego. Pasión que lo llevó a afrontar con gesto de inimitable valentía, la muerte; como lo hizo sentir y palpitar en aquéllos hombres oscuros, especie de descamisados, que morían en los infames fusilamientos de La Moncloa. Lo más pulsional: la vida y la muerte; la belleza y lo siniestro; el amor y el odio; lo inasible y el cuerpo vibrante; la indefensión y el desamparo; la condena y la brutalidad, pero también la redención posible en la sublimación y en el genio creador.