ejemos fuera de plano toda pretensión de que hoy en México pueden instrumentarse buenas políticas económicas. Ni el gobierno ni el Congreso, ni los grandes empresarios y tampoco muchas de las organizaciones sociales con más poder están ya en posibilidad de reorientar esta economía y esta sociedad.
La esclerosis política está tan avanzada, el entramado de intereses es tan improductivo, y el entorno institucional tan disfuncional, que sólo se pueden hacer propuestas con horizontes cada vez más chatos y aplicar medidas de políticas más ineficaces y costosas.
La fiscalidad es la expresión más brutal de esta situación de cuasi parálisis en la que estamos metidos hasta el cuello. Es la esencia de los conflictos que invariablemente marcan el desenvolvimiento de la economía política.
Eso se sabe desde hace siglos, no finjamos. El colapso de las teorías económicas y de las acciones de gobierno que se están viviendo por todas partes del mundo no pueden ignorarse sin riesgos grandes. El país no resiste mucho más. La gota que desborde el vaso no está muy lejana.
Hoy es muy patente esta situación en México. La grave crisis actual y –dejémonos de falacias– aún habiéndose importado, lo que ha hecho es exponer de manera abierta la enorme fragilidad de esta economía y el límite absoluto de las reformas que se han denominado como estructurales, pero que han estado lejos de serlo verdaderamente.
Las empresas públicas, las formas de su gestión y la planeación que debería haber en ese sector son clave en la crisis. Igualmente lo son las repercusiones de las privatizaciones que se hicieron con bombo y platillo. La estructura de los mercados está distorsionada y la mayor competencia es un ingrediente de discursos gastados.
La única manera en que políticamente desde el gobierno y técnicamente
desde Hacienda se ha sabido enfrentar la actual restricción fiscal, que es producto de la misma debilidad estructural del aparato productivo y de las cuentas públicas, es tapando un hoyo por aquí y otro por allá. El Congreso carece de miras para ir más allá, es parte integrante del perverso juego que todos juegan.
El debate sobre los impuestos de las semanas recientes no sólo pone en evidencia la incapacidad de pensar y hacer buenas políticas
, sino que resulta muy ilustrativo de la pequeñez política de los partidos y la distancia cada vez más grande que tienen con los ciudadanos.
Un punto o dos de aumento del IVA, dos puntos al ISR, gravámenes a la telefonía, cambio del régimen de consolidación –pero, claro, sin cancelar los beneficios de ese régimen
, dice el secretario Carstens (ver página de Internet de SHCP), gravámenes al tabaco o la gasolina. Tal desorientación a veces da la impresión de que los criterios pudiesen llevar a poner una carga fiscal a todos aquellos que usen zapatos color café sin agujetas.
Las limitaciones de una ley de ingresos como la que se va a aprobar son claras, ni siquiera va a lograr el objetivo político enmascarado y con miras a las elecciones de 2010, que es provocar otra recuperación espuria.
Esta política fiscal de hoyo por hoyo con impuestos desarticulados es una mala política, no hay más. Es lesiva para el consumo de la mayoría de la gente, no alienta la inversión, el ahorro y el empleo, tampoco la confianza. Lo que preocupa en el Banco de México, que es una estabilidad cada vez menos servible y la valoración de las agencias calificadoras tampoco aporta ya nada positivo.
Lo que se logrará es destruir más riqueza, cancelar oportunidades y agrandar costos en términos intergeneracionales.
El trabajo legislativo es insulso. Cómo se evalúa económica y financieramente un déficit fiscal esperado el año entrante de 2.5 por ciento del PIB, cuando en otras naciones este año ha llegado a proporciones varias veces superiores como medio de contener la recesión.
¿Dónde está el análisis de las distintas facetas de la crisis fiscal que padecemos? Estas no se reducen a una falta coyuntural de ingresos, es mucho más profunda. ¿Dónde quedaron las afirmaciones no muy lejanas de la salud fiscal de la economía mexicana? ¿Quién responde por eso?
Si alguien piensa que la incipiente recuperación en Estados Unidos nos va a jalar para librar la debacle de este gobierno, que lo considere otra vez. Basta ver con cuidado la evolución reciente de la actividad económica en ese país (informe del BEA del Departamento de Comercio de la semana pasada). Cualquier recuperación que haya en la economía mexicana va a ser débil, con mayor desempleo y subempleo, y de corta duración. (Véase el indicador adelantado de la actividad económica que produce el Inegi y que en agosto vuelve a ser negativo 6.9 por ciento). La irresponsabilidad política es enorme.
No podemos caer en este juego de modo miope. La ley de ingresos será onerosa y si el presupuesto de ingresos demuestra otra vez las pautas políticas que se han seguido los últimos 20 años el escenario será mucho más conflictivo. Gobierno y Congreso están alejados. La reforma política e institucional no funciona y el presupuesto federal de 2010 es una muestra del callejón sin salida en el que estamos metidos.