El violonchelista ruso se presentó ayer en las horas postreras del encuentro cultural
Su instrumento, más la resonancia majestuosa del recinto, amplificaron la belleza de las piezas interpretadas
Domingo 1º de noviembre de 2009, p. 2
Guanajuato, 31 de octubre. El violonchelista ruso Mischa Maisky fue la única celebridad que participó en los 19 días que duró la edición 37 del Festival Internacional Cervantino. Su presentación, el mediodía del sábado en el Templo de la Valenciana, cubrió a cabalidad las expectativas: multitudinario, exitoso. Calidad artística a la altura de su linaje de gigantes de la música.
La mera aparición en un calendario de actividades artísticas de las Suites para violonchelo solo de Bach constituye un acontecimiento. Que quien las ejecute sea uno de los reconocidos como superiores entre la legión de intérpretes, convierte en insoslayable el hecho.
Las suites Uno, Dos y Seis, constituyeron el programa, con resultados dignos de memoria. La más reciente hazaña realizada hasta entonces la logró el holandés Pieter Wiespelwey en octubre de 2005, cuando llenó la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM de público y belleza con la serie completa, las seis suites de Bach con un instrumento barroco, en una sola sesión.
El recital de ayer con Mischa Maisky aparece como nueva impronta, a pesar de limitarse a la mitad de la serie integral. Refrendó lo conocido por sus grabaciones discográficas de estas obras, en especial la edición Deutsche Grammophon con aderezos interactivos que permiten leer la partitura en el instante en que suenan las notas.
Y fue más allá, pues en cuanto el oído se acostumbró a sus conocidos tempi rápidos, el final del Preludio de la suite número uno, ese pasaje tan pleno de fascinante magia, resultó sencillamente arrebatador.
Lo cuántico y lo relativo
De ahí en adelante Mischa Maisky condujo aurigas por rumbos siderales. Contribuyó con su talento y de manera no programada a la consecución temática de este Cervantino, dedicado a la astronomía: con la música de Bach, elemento alquímico en estado de pureza absoluta, el universo se expande.
Las dos teorías fundamentales de la física, la cuántica y la relatividad, que se ocupan respectivamente de lo más pequeño y lo más grande, encuentran con la música de Bach posibilidades de traspasar el hasta ahora infranqueable Muro de Planck, que se produce en el tiempo infinitesimal de 10 elevado a la menos 43 potencia.
Era tal el dominio del espacio y el tiempo que logró el violonchelista con su instrumento que el público que abarrotó las bancas del Templo de la Compañía parecía contener la respiración todo el tiempo. Solamente el zumbido de una abeja lejana se escuchaba y el corazón retumbando de la gente.
La eterna discusión que surge cuando de música barroca se trata apareció luego de terminada la primera obra del programa: hay intérpretes que miran a los autores barrocos a través del cristal del Romanticisismo y con las herramientas expresivas decimonónicas modelan, o deforman, a los barrocos.
La manera romántica de Maisky para tocar a Bach se resuelve con sus acentos, sus recursos variados, su atención a elementos de embelishment, remates de frases, rulitos y adornos varios, pero sobre todo con un fraseo hiperpersonalizado que distingue su sonido.
Y a propósito de su sonido, su sonar, el fabuloso violonchelo Montagnana que siempre trae consigo, encontró una caja de resonancia mayor y majestuosa: la acústica natural del Templo de la Compañía amplificó la belleza de esa obra de arte de laudería.
El referente obligado es la grabación que hizo Mstislav Rostropovich de las Suites de Bach en un antiguo templo europeo. Otro referente que vino a mientes fue la presencia inigualable y omnipresente del maestro Jordi Savall, cuyas grabaciones de las Suites para viola da gamba sola de Jean de Saint Colombe le père, brillan también en esta galaxia posGutemberg.
Mischa Maisky culminó la Primera Suite, salió de escena y retornó con cambio de vestuario. Ahora camisa negra con bombachas en lugar de la espectacular del inicio, en color plateado idéntico a las capas de Santo, el enmascarado de plata. Para la segunda parte acudiría en azul celeste y dos encores dos ante el júbilo del público: repitió la Allemande de la Segunda Suite y luego la Giga (Yiyigiga) de la Primera.
Lo mejor del extraordinario recital de Mischa Maisky fue su interpretación fuera de serie de la Segunda Suite de Bach, en especial el segundo movimiento, Allemande.
Su digitación izquierda magistral, pero sobre todo su técnica de arco tan asombrosa como, otra vez, hiperpersonalizada, rindieron maravillas tales que cuando sonó, en la segunda parte del programa, la Quinta Suite, todo en el Templo de la Compañía era esférico, redondo. Nuevamente la armonía de las esferas.
La Sarabanda de la Quinta Suite es también impronta. La escena de Gritos y susurros, de Ingmar Bergman, donde Liv Ullman y Bibi Andersson hacen paráfrasis de La Pasión, es coronada por Pablo Casals (el referente insuperable, el non plus ultra, el hacedor de las abrumadoramente mejores versiones de las Seis suites de Bach) con esta Sarabanda que culmina, en el filme y en el concierto de este sábado en Cuévano, con un difuminado en rojo profundo y luego en dorado, formado por las auras agraciadas de todos los circunstantes.
Fue un postludio espléndido, un privilegio artístico y espiritual en las horas postreras del Cervantino 37, aunque para muchos fue el broche final en cuanto a calidad artística, una vez apreciado el alto arte de los lituanos de Meno Fortas.
Una franja de luz dorada sobre el cielo transparente.