Viernes 30 de octubre de 2009, p. 3
En la víspera de su clausura, que ocurrirá pasado mañana en la Alhóndiga de Granaditas, el balance del Festival Internacional Cervantino en su versión 37 es ampliamente positivo.
Se ataron hitos, se descubrieron territorios artísticos, se afianzaron logros.
A pocas horas del cierre y en espera de que no ocurran contratiempos de último minuto, hubo cambios notorios en el paisaje urbano: la presencia policiaca y militar, ominosa en años anteriores, se redujo significativamente, en proporción mayor a la afluencia de jóvenes que acuden a Cuévano en ritual de tribus urbanas. Les interesa un comino lo que ocurra teatros y recintos adentro: las chicas y los chicos sólo quieren divertirse.
En años recientes ese fenómeno social y también cultural había sido tratado con mano oscurantista. La represión condujo a más violencia. Ahora por fortuna eso aminoró, los jóvenes disfrutaron su alegre desmadrito y los espectadores teatros adentro padecían sus gritos encimados a la música, a los parlamentos teatrales, a la danza.
Tal convivencia fluyó entonces con naturalidad, en contraste con el caos en que se convierte esa urbe de noble piedra y cerco campirano cada vez que hay Cervantino. Una ciudad entera que vive de ese festival, cuyas ganancias son superiores a las tradicionales decembrinas, necesita ordenar su vialidad, distribuir correctamente sus servicios para evitar el colapso que afecta por igual a lugareños que a turistas. Insisten en agredir a la gallina de los huevos de oro.
En lo artístico, las suites para violonchelo solo de Bach con Misha Maiksy, el portento teatral lituano de Meno Fortas y el genio de Robert Lepage con su proyecto Andersen y su compañía Ex Machina constituyen un broche de oro sideral, para hacer juego con la idea temática de este año: la astronomía.
Calidades artísticas siderales, astronómicas.
Y sin embargo se mueve el Cervantino.