n su reciente Perspectivas de la economía mundial, el FMI da cuenta del cambio significativo que ha ocurrido en el desempeño económico esperado para este año y el siguiente. En julio pasado se proyectaba que la crisis no sería tan profunda, y que la recuperación iba a ser muy lenta. Para el conjunto mundial la estimación para 2009 era un crecimiento de apenas 0.3 y en esta nueva entrega se prevé una caída de -1.1; en julio se estimaba que la recuperación en 2010 sería de 0.6 y en octubre se piensa que será mucho más dinámica: 3.1 por ciento. El deterioro de las expectativas para 2009 es consistente con la evolución de la crisis y la recuperación de 2010 tiene que ver con las medidas desplegadas por los gobiernos.
En América Latina esta crisis ha sido enfrentada de mejor manera que en el pasado, debido a las fortalezas construidas en la bonanza de 2003-2008. La mayoría de los países de la región aprovecharon las condiciones que permitieron que los precios y el volumen de las exportaciones latinoamericanas crecieran significativamente, que abarataron el costo de los recursos externos y que aumentaron el monto de las remesas recibidas. Estas condiciones permitieron que se redujera la deuda pública externa, que se mantuvieran las cuentas fiscales sanas y que, lo más importante, hubiera un crecimiento económico relativamente alto que pudo traducirse en una reducción de la pobreza.
México se benefició de altos precios del crudo, recibió cuantiosas remesas y los costos del financiamiento externo se redujeron sensiblemente. Como otros países latinoamericanos, México redujo su deuda externa, logró que las finanzas públicas se mantuvieran en equilibrio, pero su desempeño económico fue notoriamente mediocre. Los números son contundentes: mientras la región creció en esos seis años a una tasa promedio de 4.9 por ciento, y Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Perú lograron tasas de 8.5, 4.3, 4.8, 5.4 y 6.9, respectivamente, nosotros lo hicimos al 3.6 por ciento. Ello tiene que ver con tres razones fundamentales: la incompetencia del equipo gobernante, la miopía de los actores políticos y la visión de futuro de los grupos empresariales.
Así, cuando América Latina resistía la crisis con una balanza de pagos manejable, finanzas públicas sanas y un sistema financiero que no se involucró en titulizaciones, en México la crisis nos golpeó como a pocos países. De nuevo los números son contundentes: en 2009 la región tendrá una contracción de 1.9, Argentina crecerá 1.5, Brasil -0.8, Chile -1, Colombia 0.6, Perú 2 y México caerá a una tasa impresionante de 7 por ciento. Esto, por supuesto, es resultado de decisiones políticas y acciones económicas. La incapacidad para desarrollar un programa eficiente de contención de la crisis del equipo gobernante, de los actores políticos y económicos es proverbial.
Para los próximos años el mundo espera una recuperación lenta e inestable. A corto plazo los países que aplicaron medidas fiscales y monetarias para contener la crisis tendrán que ser cautos al decidir el momento de retirarlas para evitar que la recuperación se complique. A mediano plazo las políticas económicas deberán ajustarse a un contexto de lento crecimiento de los países desarrollados, lo que significará ingresos públicos poco dinámicos que obligarán a aplicar criterios de gasto socialmente prioritarios que promuevan un mayor crecimiento y combatan la pobreza. Los países de la región parecen preparados para enfrentar este nuevo desafío.
El gobierno mexicano ha propuesto para 2010 un programa centrado en la estabilidad de las finanzas públicas, cuando los gobiernos del mundo se ocupan del desempeño económico. Se trata de que el gasto público sirva para estimular la recuperación, como han hecho Estados Unidos, Alemania, Francia, etc., o bien que, como en México, la necesidad de incrementar los ingresos tributarios sea lo que importe, aunque eso afecte la recuperación. El gobierno mantiene la línea que ha llevado al fracaso económico, los actores políticos privilegian sus intereses inmediatos y los grandes grupos económicos conservan su perspectiva particular. Nuestro fracaso, en consecuencia, persistirá.