ay ciudades cuyo destino cambia de acuerdo a la historia y que al cambiar modifica a sus habitantes: pueblos sometidos a un exterminio que habrá de perpetuarse, al parecer, hasta la consumación de los siglos (fecha incierta), y en donde sus habitantes, descubren el sentido de su propia destrucción y enloquecen. En mi primera estancia en Berlín Occidental y en Alemania creí encontrarme con emblemas de ese género de ciudades y pueblos. El 1 de septiembre de 1939, al estallar la Segunda Guerra Mundial, Berlín tenía 4.5 millones de habitantes. Los bombardeos aéreos –que comenzaron en 1941– exterminaron a 320 mil habitantes hasta la fecha de la capitulación, el 8 de mayo de 1945. El bombardeo de los ingleses de julio de 1943 causó cuarenta mil muertos y 370 mil casas y edificios destruidos. A principios de 1945, la batalla de Berlín demolió la ciudad y casi la borró del mapa, decenas de miles cayeron defendiendo la ciudad.
El lunes 12 de abril de 1965 llegué a Berlín Occidental y viví siete años en esa ciudad. Había dejado atrás los nueve meses en la región de Baviera donde, en el lejano Instituto Goethe de Brannenburg-Degerndorf –muy cerca de los Alpes austriacos–, comencé a aprender el idioma alemán. Me preparaba para ingresar en la Universidad Libre de Berlín durante el semestre de verano, tenía una beca de cinco años de la misma universidad.
El Berlín que recuerdo –veinte años después de la derrota del Tercer Reich– era todavía un montón de ruinas y escombros, terrenos baldíos sin nombre, por doquier las huellas terribles de la guerra. Un valeroso grupo de sobrevivientes antinazis –mis profesores–, cuyas edades fluctuaban entonces entre los cuarenta y cincuenta años, encarnaban la oposición al destino trágico de Alemania: haber conseguido la propia ruina cuando creían alcanzar la grandeza.
Al concluir la Segunda Guerra Mundial, la ciudad se dividió en cuatro sectores: el norteamericano, el británico, el francés y el soviético. Sin embargo, el sector soviético, Berlín Oriental, se declaró muy pronto en la capital de la República Democrática de Alemania; los otros tres sectores se convirtieron en una suerte de ciudad libre e independiente, Berlín Occidental, bajo el control de los aliados.
Vivíamos en una isla en el corazón de Alemania socialista, cercados por un muro de cuarenta y cinco kilómetros que rodeaba la ciudad, y a 115 kilómetros de la República Democrática de Alemania. Adonde quiera que se iba se erguía el muro y sus dos accesos al otro Berlín; el sector francés conocía el paso de Stolpe-Heiligensee; el británico el célebre Checkpoint Charlie, donde John Le Carré sitúa su novela El espía que vino del frío, y la Friedrichstrasse, estación del tren suburbano (S-Bahn), único acceso para extranjeros de todas nacionalidades. Los berlineses occidentales tenían prohibido el paso a Berlín Oriental, el puente aéreo trabajaba permanente, veintitrés vuelos diarios nos mantenían conectados con Alemania Federal.
Tres millones seiscientas mil personas abandonaron, entre 1945 y 1961, la zona soviética y Berlín Oriental. La estampida de fugitivos aprovechó el paso a Berlín Occidental como el único acceso a Occidente, lo que significó un severo problema para el gobierno comunista de Alemania Oriental. Medio millón de personas pasaban cada día la frontera en ambas direcciones y, sin duda, comparaban las condiciones de vida en uno y otro lado. En 1960 alrededor de 360 mil personas se mudaron de forma definitiva a la zona occidental. La República Democrática de Alemania se encontraba a unos pasos del colapso social y económico.
El 15 de junio de 1961, dos meses antes de construir el muro, el presidente del Consejo de Estado de la República Democrática Alemana, el estalinista Walter Ulbricht, declaraba que nadie tenía el proyecto de construir un muro. El 12 de agosto de 1961, el Consejo de Ministros de la República Democrática anunció: con el fin de poner punto final a las actividades hostiles de revanchismo y militarismo de la República Federal de Alemania y Berlín Occidental
, se construirá en la República Democrática, incluida la frontera con los sectores de ocupación occidental, el muro de Berlín, o como decían los miembros del Partido Comunista, "el muro de protección antifascista" (Antifaschistischer Schutzwall), que estaría de pie desde el 13 de agosto de 1961 hasta el 9 de noviembre de 1989, es decir, 28 años y tres meses.
A las seis de la mañana del domingo 13 de agosto de 1961 en las fronteras entre los sectores oriente y occidente de Berlín, se levantaron barreras temporales y en las calles se despegaron los adoquines y grandes pedazos de asfalto, y las otras calles se poblaron de obstáculos de acero antitanques. Unos cinco grupos de los Vopos (la policía del pueblo), veinte mil en total, así como las milicias de trabajadores impidieron cualquier tráfico en las fronteras entre sectores, y a los rollos de alambre de púas que dividían Berlín Oriental y Berlín los sustituyó un muro construido con gruesas y enormes piedras bajo la estricta vigilancia de los soldados fronterizos de la República Democrática. Un enorme gueto había nacido, punta de lanza de futuros refugiados. Los tanques estadunidenses se enfrentaron a los tanques soviéticos en la línea divisoria.
Al principio de mi estancia en Berlín Occidental muchas veces me aproximé a la Bernauer Strasse, subí por la escalera al puesto de observación del muro y contemplé desde allí cómo las banquetas de esa calle pertenecían al barrio de Wedding (Berlín Occidental), mientras que las casas y los edificios de apartamentos al barrio del Centro (Berlín Oriental). A la hora de levantar el muro la gente saltaba por los balcones hacia la zona occidental Por un momento me imaginé la Ciudad de México dividida por un muro a lo largo de la Avenida de los Insurgentes y me precipité en el tobogán de una pesadilla. Digamos que yo vivía en Avenida Coyoacán y no podía encontrarme con mis padres que vivían en la colonia Hipódromo-Condesa.
Una de las escenas que más me desconcertaron ocurrió una noche calurosa de verano del año de 1965. Había dejado abierta la ventana de mi cuarto en la residencia de estudiantes (Studentendorf), muy cerca de uno de los grandes lagos del Berlín dividido, el de Wannsee, y de pronto me despertaron ráfagas de las ametralladoras lejanas. Imaginé que la gente se había lanzado al lago para nadando alcanzar a la orilla occidental. Si mi memoria no exagera, el tableteo de las metralletas se prolongó hasta el amanecer. No se sabe cuántas personas murieron en ese intento, como no se sabe con exactitud el número de personas que murieron tratando de evadir el muro o las otras fronteras entre las dos Alemanias. Al respecto, la discusión es interminable. La procuraduría general del Berlín unificado asegura que fueron 270 muertos incluyendo a 33 ciudadanos que volaron por los aires como consecuencia de haber pisado minas terrestres. Por su parte, el Centro de Estudios Históricos de Potsdam estima en 325 la cifra total de muertos en la zona del muro.