Dancervantino
Corpo, alto impacto
recedido de gran fama, el grupo brasileño Corpo, fundado en 1970 por Rodrigo Paderneiras en la ciudad brasileña de Belo Horizonte, rebasa las ambiciosas expectativas del propio coreógrafo. Además de sus propuestas conceptuales, ha logrado conformar un conjunto de veintitantos bailarines de alto impacto que llevan en la sangre la poderosa explosión del exuberante Amazonas.
Ver al grupo Corpo nos remite a la más violenta entrega a la danza, con la pasión arrolladora de lo auténtico, en toda su genuina belleza e impacto sorprendente.
Paderneiras y el grupo Corpo han logrado, además, una expresión propia y un color y estilo absolutamente únicos, totalmente brasileiros: en el largo camino de la síntesis de elementos y culturas, han logrado recorrer de lo local a lo universal.
Las técnicas de baile –como Paderneiras llama al ballet, el contemporáneo, congo yoruba u otros–, poderosamente arraigadas en los cuerpos sin rastro académico, rebasan la construcción de un lenguaje impactante y expresivo, superando, mejorando y utilizando la técnica y las raíces étnicas de Brasil. Crean una danza explosiva, sensual, dulce y tierna, la cual se funde con el río profundo de la Tierra ancestral, la vida y el pálpito de la existencia.
En el escenario de la caja negra y la luz blanca, los bailarines –extraordinarios todos–, enfundados en sencillas mallas negras, sin efectos, colorines o extravagancias escenográficas y sólo con sus movimientos, remontan la austeridad del foro.
La música de Tom Zé y Zé Miguel Wiznik crece y se desarrolla como riachuelos que se convierten en torrentes devoradores. Palpita en cada célula de los bailarines, quienes en crescendo impactante muestran una nueva estética de sabor latino, tan indescriptible pero tan especial, de nuevos virtuosismos y sorprendentes acrobacias que reviven el poder del suelo y la Tierra.
Rodillas, piernas y caderas golpean, tocan y se funden con el piso, el aire, las alturas y los propios cuerpos, en una serie de reminiscencias rituales de danzas eróticas, de fecundidad, trabajo y celebración, en las cuales el dolor no tiene cabida.
Así, en la obra Parabelo, Corpo muestra su categoría de grupo de artistas de gran personalidad y diversas complexiones, unidas por su notable calidad, fuerza escénica. En cada articulación, músculo y esqueleto de cada uno de sus integrantes brota un gran placer al bailar.
Al final de Parabelo se muestran suaves colores en los atuendos. La discreta escenografía y el vestuario –siempre con mallas– son parte de la sencillez, donde el movimiento parece bastarse a sí mismo y se libera de la parafernalia a la que se recurre en el espacio escénico por la falta de inventiva en el lenguaje corporal.
Los 42 minutos de Ongoto, obra de contrastes y contrapuntos, desgranan los temas musicales llenos de rito y belleza en la selva de movimientos, situaciones y emociones de aquellos incansables 20 jóvenes poseídos por el hechizo de la danza.
Según Paderneiras, verticalidad y horizontalidad, caos, orden y brusquedad, blandura y volumen se contraponen a la banda sonora, revelando significados, ritmos y melodías subyacentes al estímulo sonoro.
El de Corpos es un juego de virtuosismos en todos los sentidos, en el que nunca faltan elementos para mostrar la diversidad de su mundo: color o vestuarios recargados, para traducir el corazón de una tierra poderosa.
Los cuerpos y sonidos revientan, exuberantes, en las sensaciones transmitidas al espectador. La danza, más poderosa que nunca, mostró su vigencia.
Después de 85 minutos de espectáculo fascinante, el público, en una exclamación repetida y gigantesca, aplaudía a rabiar. Por parejas, los bailarines recibían una ovación; las palmas arreciaban y nadie quería abandonar el recinto.
Cuando Paderneiras se presentó, el aplauso se intensificó, como uno más del grupo maravilloso, en un espectáculo inolvidable que hizo retumbar el Teatro de la Ciudad.
El público, satisfecho con este programa dancístico del Festival Cervantino, salió tarde a la calle, como antes, cuando los espectáculos de este tipo rebasaban con mucho los 45 o 50 minutos que ahora se acostumbra que duren las obras.