Sábado 24 de octubre de 2009, p. a19
La gran noticia es que la maestra japonesa Mitsuko Uchida realizó un nuevo disco dedicado a su querencia mayor: Mozart.
La buena nueva es mayúscula. Se trata de quien es considerada por muchos como la mejor intérprete viviente de la música de Volfi, lo cual es mucho decir en un universo de pianistas que gozan de enorme reconocimiento en el mismo territorio.
Lo que distingue a Mitsuko Uchida cuando toca Mozart es que el escucha encuentra respuesta a una de las preguntas más fascinantes, difíciles e inquietantes: ¿qué es lo mozartiano?
Si uno escucha las sonatas, los conciertos para piano y orquesta, todo aquello con teclado de Mozart, con esta creadora de atmósferas encontrará la definición mejor de lo mozartiano.
Elegancia, gracia, fragancia. Equilibrio. Balance, inocencia, frescura, transparencia, ligereza. Y también: sombras, terciopelos lilas, nuances grisáceos, tonalidades ocre. Felicidad en equilibrio con reflexión, pena, saudade, spleen. Stimmung. Eso es Mozart.
¿Por qué habría de regresar Mitsuko a Mozart si ya grabó todas las sonatas y todos los conciertos?
La respuesta también está en este disco fabuloso. Por amor.
Y también por fascinación. En un proceso semejante a como Glenn Gould, ese otro semidiós del pianismo, decidió regresar, en el final de su vida, a las Variaciones Goldberg, cuando ya había logrado la perfección, en el justo inicio de su carrera, cuando grabó precisamente esa partitura.
Mitsuko Uchida es lo mejor que le ha pasado a Mozart en las décadas recientes, dice y acierta otra vez el maestro Luis Pérez, quien es una de las personas que más saben de música, porque la ama, y de discos.
Precisamente en la Sala Margolín (Córdoba 100, casi esquina con Álvaro Obregón), donde el melómano, el iniciado y el iniciante encontrarán muchos tesoros discográficos, con el plus de la orientación discreta, humilde y oportuna de esta persona fundamental para la cultura en México; ahí se puede conseguir el nuevo disco de Mozart, que es una buena manera de decir el nuevo disco de Uchida.
Ella interpreta al piano y dirige al mismo tiempo a la Orquesta de Cleveland en dos de sus conciertos favoritos, los numerados 23 y 24, con sutileza tal que uno no recibe sino caricias en el alma en cada nota, en cada pliegue, en cada sístole y en cada diástole de este latir apasionado, amoroso, terso y sublime. El contenido de este disco se puede describir en palabras como un discurso amatorio superior.
Los movimientos lentos adquieren mayor delicadeza, ternura, colores tenues pero firmes. La claridad con la que Uchida dice todas y cada una de las notas que escribió para teclado el autor austriaco es no solamente asombrosa, sino aportadora, generadora de luz.
Esa luminosidad se escancia en el ambiente de manera inmediata y allí se queda, como una fragancia que nace cada vez que late el corazón.