esde Los Pinos han asegurado que el plan prosigue, sin titubeos, por la ruta marcada por los traficantes de influencias: la energía eléctrica y negocios anexos serán entregados al capital privado, especialmente al trasnacional. Al menos eso piensan en las altas esferas ahora que el golpe destructor ha ¿eliminado? dos de las piezas cruciales: el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) y la compañía donde sus aguerridos trabajadores laboraban: Luz y Fuerza del Centro (LFC). El disolvente decreto es irreversible
, afirma, lleno de chicanera altanería, el pomposo secretario de Gobernación. Pero la batalla de resistencia social, política y cultural apenas empieza y ya la marea ha empezado a modificar su curso.
El proceso para la defensa de la empresa, su sindicato y sus trabajadores será complejo, largo y agotador. Mientras la opinión ciudadana se matiza con los golpes subsiguientes de información verídica y verificable, las rampantes mentiras difundidas por el oficialismo son descartadas por los ciudadanos al emerger los números que, por sí mismos, expresan parte sustantiva del estado que guarda LFC. Al mismo tiempo se revelan y discuten las voraces intenciones ocultas tras el inclemente vocinglerío mediático desatado. Hasta los mismos conductores radiotelevisivos, editores y columneros más despiadados empiezan a cubrirse las espaldas que habían dejado a la intemperie. La enorme muestra de solidaridad y enojo concitado durante la marcha del jueves pasado bien pudo ser un punto de inflexión del ánimo nacional. El precio de legitimidad a pagar por el señor Calderón y aliados es y será altísimo.
Las cuentas de la ineficiencia de LFC, que tanto se afanaron en resaltar los apoyadores y merolicos mediáticos, tienen una contraparte explicativa sencilla y contundente. Las pérdidas que aquejan a LFC se deben a los enormes subsidios que Hacienda (Los Pinos) decide otorgar a las empresas asentadas en el territorio que sirve: 57.3 mil millones de pesos (mmdp). Se aumentan así, indebidamente, los costos operativos (egresos) de la empresa eléctrica. A eso se deben los 42 mmdp previstos para 2010. Las mentiras propagadas por el señor Calderón, repetidas hasta el cansancio por sus difusores, aliados y cómplices hacen pasar tal erogación como producto de los tan cacareados como falsos privilegios de los trabajadores y su sindicato. Además de ese despiadado cargo por subsidios, LFC tiene que arriar con el sobreprecio (15 por ciento) que le sorraja la Comisón Federal de Electricidad (CFE), el cual llega a 12.8 mmdp. Los pasivos laborales por pensiones, de las que tanto se despotrica, suman al año 12.4 mmdp. Por tanto, si al total de ingresos que obtiene LFC (46.6 mmdp) se agregan las anteriores mermas (subsidios y sobrecostos) la utilidad resultante andaría por los cielos. El alegato anterior no ignora ni soslaya las muchas ineficiencias, trampas o corruptelas que tanto aquejan al consumidor. Tampoco se omite el lastre de altos costos de operación debido a equipo obsoleto y falta de mantenimiento. La solución exigiría un proceso de correcta y sana administración.
Durante el álgido y triste periodo anterior y posterior al demoledor golpe asestado a los trabajadores resalta un fenómeno por demás preocupante. Proviene de las entrañas mismas de las llamadas clases medias. Se condensa en un rencoroso sentimiento de desprecio racista, indiferencia y escasa o nula solidaridad en el mejor de los casos. Es un resabio acumulado en la humanidad de sus integrantes que ha salido a la superficie mezclado con posturas clasistas y temores varios. Una parte de tan corrosivo fenómeno anidó en toda una gama de individuos, por lo demás acosados por las actuales penas y lo cerrado de los horizontes futuros que acarrea la actual crisis. Esa muchedumbre expresa su descontento por las que, presume, son ventajas indebidas para los trabajadores y queda subyugada por un afán diferenciador de la pelusa, de los nacos, de todo aquello que huela a pobreza o anonimato.
Este segmento clasemediero sólo mira hacia arriba, hacia los –en serio– privilegiados por el sistema a los que exculpa de todo pecado. Tales personas son las que con su actitud y manera de recrear y responder a los dictados superiores justifican y, amamantan las apropiaciones masivas de la plutocracia. Asumen que en la rebatinga algo les tocará. Además prestan su concurso, barato y domesticado para que el capital colectivo sea malgastado o repatriado hacia los núcleos externos de poder.
En medio de tan dolorosa realidad, otro segmento de la clase media (mucho más pequeño) con salidas a los medios de comunicación masiva se destaca por su labor de zapa en la conciencia colectiva. Son personajes muchas veces salidos de lo profundo de ese lirón humano colindante con la precariedad y las ilusiones vanas. Han escalado posiciones en las retribuciones salariales. Se sienten ahora ajenos a los dolores y tribulaciones de la masa, de los trabajadores y, en muchos sentidos, lo están. Pero más que todo se piensan distantes, selectos, salvados de los apretujones, con buenas maneras, estudios avanzados e inteligencia siempre atenta a lo que sucede en las alturas. Sus miradas se clavan en sus superiores, en sus patrones, a los que ven como benefactores y creen que, por sus atentos servicios, serán recibidos en el círculo de las elites decisorias: un espejismo en el que nunca se verán reflejados. Ignoran el desprecio que les dispensan los plutócratas. Sin embargo, fondean con sus altavoces rentados, las ambiciones privatizadoras y las pulsiones entreguistas del poder. Son una malhadada camada de defensores de las causas más ruines que lastran la actualidad. Ruindad que encubren con aparente objetividad, exigiéndole, suplicándole al señor Calderón, que sea congruente, que siga adelante y ponga orden en las muchísimas distorsiones del modelo seguido. Una petición de principio llena de hipocresía y falsedad porque saben, a ciencia cierta, que en el fondo, lo que hay son negocios de gran tamaño y afanes insanos de perpetuarse en el poder.