Primermundismo efímero
n amigo pensante que no es aficionado a los toros, sino a la vida en todas sus manifestaciones, me hizo esta observación que valdría la pena que anotaran los antitaurinos serios: El problema es cuando no discutes un asunto racionalmente, sino lo atacas o defiendes sin información, sin argumentos y sin conocer el punto de vista opuesto. Entonces se vuelve no un diálogo inteligente, sino el empeño fútil de tratar de eliminar o consolidar creencias. Al parecer, la gente necesita cosas qué temer. La gente se enamora de lo que teme, y si intentas cuestionar aquello que quiere tanto, se enoja
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En reiteradas ocasiones se ha comprobado que en México la fiesta de los toros es una tradición sin defensa de ninguna especie como no sea su propio historial, sobre todo el de la pasada centuria, y que una clase gobernante obsesionada con sus ambiciones y no con las necesidades del país de plano ignora el fenómeno taurino.
Quizá por ello el grueso de los aficionados, no los taurinos ni los franciscanos asiduos a las plazas, se ha convertido en un segmento cada vez más reducido, sin capacidad de defensa e indiferente, sin disposición a actuar en favor de un espectáculo del que se ha ido alejando.
Ante esta situación los aficionados sanos de México no tienen más alternativa que moverse, ingeniárselas, comprometerse e involucrarse más activamente con el espectáculo que dicen amar y querer preservar. Pero lo grave es que nadie hace nada, o algunos hacen como que hacen sin que a la postre suceda nada.
Del subdesarrollo pasamos a un efímero primermundismo taurino por obra y gracia de la capacidad económico-organizativa de una sola empresa que una vez al año puede traer a varios de los mejores diestros de España para alternar con algunos nacionales, la mayoría con pocos festejos toreados.
Luego de protagonizar tardes memorables en plazas mexicanas que incluso merecen el dudoso honor de ser invitados presidenciales, estas figuras extranjeras regresan a su país de origen mientras nuestra fiesta brava retoma su nivel habitual de incompetencia gracias al divisionismo y apatía de los directamente involucrados.
¿Cuánto tiempo seguiremos intentando redescubrirnos a nosotros mismos como país taurino, en una apertura que mal oculta una dependencia? ¿El interés por los toros podrá mantenerse al término de la próxima temporada grande? ¿Es inalterable este romance mal correspondido con España, en lo taurino y en lo demás?