La mesa de diálogo entre Gobernación y líderes sindicales revive ánimo de trabajadores
Sábado 17 de octubre de 2009, p. 5
La expectativa sobre los resultados que puedan obtener los dirigentes sindicales luego de la instalación de una mesa de diálogo en la Secretaría de Gobernación redujo ayer sensiblemente la asistencia de trabajadores de Luz y Fuerza del Centro (LFC) a los lugares destinados a la entrega de finiquitos e indemnizaciones.
Las filas de las primeras horas se integraron, sobre todo, por quienes la víspera habían obtenido ficha, pero antes de las 15 horas ya prácticamente no quedaba nadie. Aun así, el trámite continúa siendo muy lento.
Por previsión simplemente, un electricista con 24 años de antigüedad y residencia en Cuautitlán Izcalli llegó desde las 4:30 de la mañana, acompañado por su esposa, a la sucursal Cuajimalpa.
Y fue cerca del mediodía cuando concluyó su trámite. Ya de retirada se ufanaba de haber contribuido con sus ahora ex compañeros para organizar a los solicitantes ante la posible intentona de algunos colados
de adelantarse en la fila.
Siguieron llegando mujeres con el apremio de saber cómo cobrarán la pensión alimentaria establecida por algún juez, luego del proceso de divorcio. Las respuestas, a muchas, no las hacía nada felices. Recibirán la parte proporcional de la liquidación del ex cónyuge cuando éste acuda a recoger su finiquito y siempre que presenten la comprobación legal de dicha obligación.
Así, ayer, apenas eran las 15:30 horas y una vendedora de dulces guardaba en cajas de cartón y con actitud resignada su mercancía. Hoy apenas vinieron unas 30 personas. No más. Nada que ver con los dos días anteriores.
En efecto, a esa hora ya prácticamente nadie aguardaba ni hacía fila en la sucursal de Puente de Piedra, en Tlalpan.
Y nadie mejor que ella para hacer ese conteo, pues lleva años instalada en la banqueta. Hace una semana, cuando ocurrió la toma de las instalaciones de Luz y Fuerza, sus clientes desaparecieron. Por ello hoy sólo le hacen el gasto
quienes van por su liquidación o los policías federales que resguardan la sucursal.
En la siempre conflictiva sucursal de Doctor Lavista, cerca de las 14 horas, en la calle ya no había solicitantes. Quienes aguardaban su finiquito ocupaban las sillas instaladas dentro de la sucursal, hasta hace una semana destinadas a los usuarios con algún reclamo o problema en sus instalaciones o recibos de consumo eléctrico.
Hoy, por ironías de la vida y decisiones gubernamentales, eran ellos, los electricistas, quienes veían pasar lentas las horas mientras aguardaban su turno para llegar a la ventanilla
.
Tampoco se vio por ahí a los activistas sindicales, quienes en los días previos trataban de convencer a sus compañeros de resistir y no recoger sus cheques. Así, este viernes el mediodía caluroso era una especie de atmósfera de sorpresa superada, donde los propios empleados del Sistema de Administración y Enajenación de Bienes se permitían el lujo, por vez primera, de llamar ellos, y no ser exigidos a gritos, a quienes desearan cobrar.
En Cuajimalpa, un hombre de unos 60 años, delgado pero muy fuerte, lucía desconcertado, triste, y buscaba hacerse oír:
“Esto ya lo viví. Me pasó en 1998, cuando liquidaron Ferrocarriles Nacionales de México para privatizar la empresa. La diferencia es que nuestro líder (Víctor Flores) estaba vendido. La empresa era costeable, pero el robo era desde arriba. Cuando anunciaron su desaparición yo tenía 29 años, 11 meses y 27 días de trabajo como operador de locomotoras. ¡Me faltaban sólo tres días para jubilarme, de acuerdo con nuestro contrato colectivo!
Total, finalmente me dieron una exigua jubilación porque mi salario integrado se fue para abajo. A mí y a otros nos dejaron otros dos años por contrato para capacitar a los chavos. Después me lanzaron a un estanque de agua fría. Lloré, se lo juro. Hoy, que es mi yerno quien viene por su jubilación, siento muy feo, sobre todo por mis nietas. Aparte, tengo un hermano que le tocó liquidación en Ferrocarriles Nacionales y ahora aquí. Imagínese. Aquí no hay democracia, todo es pura desigualdad. A mi nieta qué le espera.