xisten, ya, al menos dos vacunas contra el virus de la influenza A/H1N1, que son aplicadas desde hace dos semanas en algunas naciones. Estados Unidos, uno de los países en los que la vacunación se ha iniciado, dispondrá en breve de 250 millones de unidades para proteger a su población. México, que es uno de los lugares donde pudo originarse esta nueva enfermedad, aún no cuenta con este recurso. Los proveedores se han comprometido a entregar a nuestro país 30 millones de dosis, las cuales, de acuerdo con las estimaciones de la Secretaría de Salud (Ssa), no comenzarán a llegar hasta finales de diciembre. Ésta es una imagen muy elocuente de las diferentes capacidades que hay en el mundo para enfrentar los desafíos de hoy en materia de salud.
Pero no me voy a detener en el examen de estas desventajas. Sólo diré que hay al menos dos áreas en las que la epidemia ha evidenciado nuestro atraso y dependencia: la detección oportuna de nuevos agentes infecciosos y la producción de vacunas y fármacos antivirales. En los dos casos se requiere de la ciencia y la tecnología, y debemos actuar sin dilación en estos campos, con visión de mediano y largo plazos. Pero no hay tiempo para lamentarnos por lo que no tenemos ahora, pues existe un problema de salud que debemos enfrentar de manera responsable para reducir al máximo los daños a la población.
Lo primero que debemos entender es el curso de la enfermedad. Se trata de un agente nuevo, del que sabemos todavía muy poco. Si atendemos las gráficas de la Ssa sobre el número de casos confirmados, vemos que hasta ahora se han presentado tres fases. La primera en la primavera, con el pico máximo en abril; la segunda en el verano, con un máximo a finales de junio, con una base más amplia respecto a la primera, y la tercera que ocurre al comienzo del otoño, de la que no se puede anticipar todavía cuál será su curso ni su nivel máximo, aunque ya rebasó en 50 por ciento el pico de abril. Se trata de una epidemia que no respeta estaciones, por lo que no se puede actuar ante ella como si se tratara de la gripe estacional. También en cada episodio es mayor el número de personas afectadas, aunque hay que decir que las muertes se han reducido, pero sigue habiendo enfermos graves y fallecimientos, y eso no puede satisfacer a nadie.
Lo que resta del otoño y el invierno se espera grave. El virus A/H1N1 se desarrolla bien en ambientes fríos, como se ha evidenciado en los países del hemisferio sur. Si no disponemos de vacunas y lo único que tenemos para enfrentar al nuevo agente, desde el punto de vista de la prevención, son las medidas generales de higiene, entonces se debe realizar una campaña mucho más dinámica de difusión hacia la población, como nunca hubiéramos visto, que llegue a todos los rincones del país. Lo que actualmente se hace es muy pobre y lleno de mensajes contradictorios que resultan incluso muy peligrosos.
Por ejemplo, no puedo entender cómo insiste el doctor José Ángel Córdova Villalobos, secretario de Salud, en minimizar esta enfermedad. Me parece algo irresponsable. Decir, por ejemplo, que el alcoholismo es más grave porque produce más muertes. Ése es un argumento falaz, pues si bien comparativamente mueren más personas por otras enfermedades e incluso por accidentes, ése no es un criterio médico o científico para evaluar una pandemia.
He escuchado el mismo argumento en distintos medios –no médicos, por cierto–, pero la razón por la que la influenza A/H1N1 requiere de la máxima atención y alerta de los sistemas sanitarios del todo el mundo es porque se trata de una enfermedad nueva cuyo comportamiento futuro desconocemos. El genoma del agente puede variar, con resultados que pueden ser fatales y que al parecer el secretario ni siquiera imagina. Sin saber cuál será el comportamiento de la nueva patología, Córdova Villalobos se atreve a decir que se trata de una enfermedad benigna
. ¡Por favor! Yo no conozco ninguna enfermedad benigna
, en especial cuando aumenta el número de personas hospitalizadas y en algunos de los institutos nacionales de salud se habla ya de saturación. Si no tenemos vacunas, al menos seamos prudentes.
Desde el punto de vista de la prevención, la estrategia para enfrentar al nuevo virus en ausencia de vacunas debe ser diferente a la que siguen las naciones que sí las tienen. Además de rediseñar y ampliar los mensajes para la población, es posible que, de acuerdo con el comportamiento que se observe en el otoño e invierno, se tenga que regresar a las medidas de distanciamiento social, a pesar del pánico que produce, ya no la enfermedad, sino el impacto económico de las mismas. Independientemente de los costos económicos o políticos, la autoridad sanitaria tiene la responsabilidad de actuar con criterio médico y científico. Esperemos que ahora sí lo haga.