Opinión
Ver día anteriorLunes 12 de octubre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El Sistema S.A.
E

spero que no te importe dormir con todos esos muertos al lado, me dijo Paula al mostrame el dormitorio donde pasaría la noche. Sobre el buró de un cuarto donde no parecía haber dormido nadie recientemente se exponía una maraña de pequeños retratos, en su mayoría de viejos. Una lamparita votiva en forma de vela parpadeaba al lado, como escapada de un árbol de Navidad, enchufada a la pared, inextinguible, desolada.

No. No me importaba. Paula se retiró a la habitación vecina, donde la esperaba Guiseppe. Habíamos llegado tarde, muertos de cansancio. ¿Cuáles eran las historias de esos retratos? Quizá los más viejos murieron de su propia muerte, como diría Bernal Díaz del Castillo. ¿Y los jóvenes? Eso comenzaría a entenderlo la mañana siguiente, al descubrir que estábamos en un territorio en guerra.

Pasé de la vaga noción un barrio al norte de Nápoles a saber que se trataba de Scampia, casa matriz de la Camorra, una de las organizaciones criminales más poderosas del mundo. El escenario central del notable bestseller Gomorra (Mondadori, 2006), de Roberto Saviano, que parece novela balzaciana (cuentas, montos, miles de millones de euros, rutas mercantiles), pero es, en escencia, periodismo documental.

No se trata de un chiste; por eso, a su fama se suma la desgracia de estar amenazado y vivir escondido y con escolta a los 30 años. Nada más porque se vino a meter con su vespa y su bloc de notas a todos los territorios de la Camorra, vio, sacó cuentas y transcribió todos los nombres que escuchaba.

Scampia es el barrio natal de Giuseppe, aunque ya no vive aquí. La casa desocupada donde pasamos la noche pertenece a su abuela, que tampoco vive aquí. Y aunque es lo que llamaríamos vivienda de interés social, cuando pude compararla con el resto me pareció casi lujosa. El recorrido que me ofrecen esta mañana de octubre Giuseppe y Paula por las calles y las unidades habitacionales de Scampia, Miano y Tercer Mundo son un poco metafórico descenso al infierno.

La Camorra es todo, dice Giuseppe. Ella no se autodenomina así, sino el Sistema, que es un nombre más preciso. El aparato comercial de la mayor organización criminal de Europa (por su número de afiliados escribe Saviano) es la encarnación cruda y sin matices del verdadero capitalismo contemporáneo. Su poder político, electoral, territorial y de acción violenta son sólo instrumentos para lo único que importa: la ganancia, el negocio, el aspecto financiero.

Viniendo del México de Calderón, en la Italia de Berlusconi hay una doble sensación: dejá vu, y premonición de cómo se puede poner el futuro.

Al internarnos en Scampia con el carrito de Giuseppe, atravesamos decenas de grandes unidades habitacionales, semidestruidas pero habitadas (más bien ocupadas) por familias, deben ser miles, que trabajan para la Camorra, o al menos viven bajo sus reglas. La imagen es de pobreza posapocalíptica. Edificios enteros carecen de ventanas, puertas, pintura, pero están pletóricos de gente, ropas tendidas, muebles y coches semiabandonados.

Desembocamos en una bulliciosa avenida, topamos concretamente con un largo muro entre olivo y siena. Una caserna, dice Giuseppe. Una base militar en forma, con alambre de púas electrificado, artillería, vehículos blindados. Apenas volteando, Giuseppe señala al otro lado de la calle, hacia una unidad habitacional tipo Tlatelolco, menos ruinosa que las anteriores, con todo un mercadito ambulante en la banqueta y varios comercios establecidos en los bajos de los edificios. Ese es el cuartel general de la Camorra, dice, donde manda la familia Amato. Literalmente, la droga fluye bajo las narices del Ejército.

Para Guiseppe y Paula, como para todo el mundo, es evidente la conexión de los clanes de la Camorra con el gobierno regional y el nacional, la policía y el Ejército. En la Italia de Berlusconi el crimen organizado y la ultraderecha se mueven a sus anchas, se permiten ser cínicos. Sus ultras monopolizan los estadios y las celebraciones futboleras. La xenofobia se mezcla con la violencia gratuita. El consumo de drogas mala onda en Italia es uno de los más elevados del mundo, y la libertad de expresión está seriamente, ya no amenazada, mutilada.

De hecho, la única crítica de Giuseppe al libro de Saviano (publicado por una editorial propiedad de Berlusconi), a quien reconoce valentía y talento narrativo, es que omite esa conexión, mientras describe al detalle la historia y el panorama del Mondo Camorra, sus tentáculos en Europa, China, África y los mares, los clientes que la favorecen en las grandes empresas italianas y trasnacionales. No menciona la complicidad, colaboración, asociación o lo que tenga con las instituciones nacionales, incluso mayor que la Mafia y la Cosa Nostra, los otros grandes cárteles de Italia, más allá de cualquier ficción hollywoodense.

Eso sí, como en una Tijuana cualquiera, los militares patrullan las calles, aquí y en todo el país. Berlusconi ha sacado el Ejército a las calles.