Ofreció un concierto en el Salón José Cuervo, como parte de su gira Black Magic Woman
La Sandunga, Justicia, Paloma negra y Vámonos fueron algunos de los temas de la noche
Perro negro, inspirado en el arte surgido del movimiento magisterial, uno de los momentos destacados
Lunes 12 de octubre de 2009, p. a15
Una joven pareja, de unos 20 años, se abrazó mientras escuchaba La Sandunga. Se mecieron y escucharon embelesados la tradicional canción oaxaqueña. Al final, el muchacho alzó y bajó la cabeza y los brazos extendidos, como ante un altar, en tanto su novia aplaudía con entusiasmo.
Lila Downs convocó a gran cantidad de jóvenes durante el concierto que realizó en la ciudad de México como parte de su gira Black Magic Woman.
Será porque ha logrado reinterpretar la tradición de tal modo que cuando canta están presentes al mismo tiempo las raíces y lo moderno.
Como en Justicia, dedicada a Oaxaca, su estado natal. Se escucharon dulces acordes de cuerdas y entró la voz de Downs, aguda, apenas murmurando las primeras palabras. Entró la batería y la guitarra eléctrica y la canción se tornó roquera con ritmos latinos: Justicia, te busqué en la calle, te busqué en el diario, la televisión, en las voces sordas de los tribunales
. Y continuó: Sigo creyendo que lo malo acaba, que lo bueno viene, la conciencia te llama
.
Sobre un escenario limpio de decoración, a diferencia de otros conciertos, Lila Downs y los magníficos músicos con quienes lleva años parecían una familia. Una familia que se la estaba pasando muy bien: daban brinquitos, sonreían entre sí, bailaban. Todo mientras tocaban como si fuera un juego: Celso Duarte en el arpa y violín, Leo Soqui en el acordeón, Paty Piñón en la percusión, Rey David Alexander en el trombón, Luis Huerta en la batería, Jesús Chuco Mendoza en el bajo, Ángel Chacón en la guitarra y Paul Cohen en el saxofón.
La cantante bailaba despampanante, de trenzas y en un vestido amarillo oaxaqueño moderno que luego cambió por uno blanco.
¡Hermosa! ¡Te amo!
, le gritó una mujer.
¡Baila, Lila!
, gritó un hombre desde la parte trasera del Salón José Cuervo. Cuando vio que la cantante tomó una guitarra, cambió su pedido: “¡Paloma negra, pues!” Y el público acompañó con su canto esta clásica ranchera desgarradora, como si estuviera en una enorme cantina.
Los chiflidos y gritos que siguieron eran ensordecedores. Muchísimas gracias... ¡el hermosísimo público de México!, ¡chingao!
, exclamó la artista.
Sobre pantallas, a ambos lados del público, se proyectaron imágenes.
Durante Vámonos, del maestro José Alfredo Jiménez, que fue coreada por todos, se exhibieron escenas de apasionados besos que fueron filmados hace unos días en la ciudad de México.
La llorona conmovió
Luego, en Perro negro, inspirada en el arte que apareció en los muros oaxaqueños durante el movimiento popular y magisterial (“…en las paredes busca la verdad/ dicen la verdad, dicen la verdad”), aparecieron en las pantallas imágenes de los esténciles creados por artistas oaxaqueños, como los agrupados en Arte Jaguar: Pedro Infante porta un sombrero negro con una estrella roja, se leen mensajes como Justicia, tierra y libertad
y La resistencia continúa
.
Durante la emotiva interpretación de La llorona, un hombre de barba se llevó la mano a la frente, cerró los ojos y se mantuvo así, balanceándose ligeramente. A primera vista parecía borracho. No: cuando terminó la canción volvió en sí y habló animado con sus amigos. La canción simplemente lo había transportado a algún otro lugar.
Al final del concierto, un músico que estaba entre el público, maravillado de cómo Lila Downs explora su voz y de la emotividad que expresa, comentó que una vez le dijo a la cantante: si tan sólo algún día pudiera cantar con la mitad del gozo con el que tú lo haces
.
Luego del segundo encore, cantó un bolero que incluirá en un próximo disco. Dedicará un álbum a boleros de América Latina.
La artista que se crió en México y Estados Unidos y que actualmente vive temporadas en uno y en otro, se despidió con: Como México no hay otro
.
Después del concierto, la gente demoraba en irse: en los rostros había amplias sonrisas, los asistentes bromeaban, reían quién sabe de qué, se abrazaba, se besaba, se tomaba fotos frente al escenario, bailaba al compás de Calle 13.
Un rato después, cuando ya quedaban pocos, en la pista una pareja bailaba pasitos norteños al ritmo de una música imaginaria.