o estaba en Pittsburg, por cierto, el puente aludido en la pieza de Arthur Miller, si bien la reunión del G-20 la semana pasada acepta la lectura dramática de los intercambios entre algunos de sus personajes. Como en el segundo trimestre del año las economías de Alemania, Francia y Japón mostraron leves crecimientos y la de Estados Unidos apenas decreció –mientras la mexicana se desplomaba en caída libre– casi todo mundo habló de reactivación y de cómo, en palabras de Paul Krugman, se evitó una segunda Gran Depresión gracias al tan vilipendiado Big Government, que intervino en forma masiva en los rescates financieros y en programas de gasto anticíclico, a ambos lados del Atlántico. Así lo expresaron en su comunicado los gobernantes del G-20: Nuestra enérgica respuesta contribuyó a detener la peligrosa y aguda caída de la actividad económica global y a estabilizar los mercados financieros... Nuestros compromisos nacionales para restaurar el crecimiento se expresaron en el estímulo fiscal y monetario más cuantioso y coordinado de que se tenga memoria. Juntos incrementamos drásticamente los recursos destinados a evitar que la crisis se extendiera alrededor del mundo. Nuestras acciones para reparar sistemas de regulación destruidos e implementar reformas de fondo reducen el riesgo de que los excesos financieros desestabilicen de nuevo la economía mundial
. El espectáculo casi olvidado de los gobiernos interviniendo sin remilgos para reparar las fallas de los mercados fue el de mayor relieve en el panorama desde Pittsburg.
Es claro que el esfuerzo anticíclico no ha sido de dimensión y alcance similares entre los 20. Algunos se quedaron cortos, lo que produjo la impresión de que otros se excedieron. Los consensos expresados en el comunicado reflejan más las actitudes avanzadas y positivas que las tímidas y reticentes. Disimulan, tras una retórica tan elaborada como, a veces, impenetrable, las agudas diferencias de enfoque cuya discusión trajo cierto dramatismo milleriano a varios debates, como el de la oportunidad y magnitud para iniciar el retiro de los estímulos públicos, de los que depende la continuidad de la reactivación observada. Quizá llegó a preguntarse si entre los 20 había uno o varios free raiders. Esta actitud de esperar a que las acciones de otros terminen por rescatar a uno mismo es la que, a juzgar por ciertas declaraciones del secretario de Hacienda, es la que México ha decidido asumir, sin embozos, casi alegremente.
Por ventura se evitó el riesgo mayor que acechaba a la tercera cumbre del G-20 desde el inicio de la crisis: una declaración prematura de que lo peor había pasado, de que podía volver a actuarse como en el pasado. El comunicado contiene, en este sentido, prevenciones muy claras: El proceso de recuperación y reparación no ha concluido. En muchos países el desempleo es muy alto para ser aceptable. No existen aún condiciones para que se recupere la demanda privada... Sostendremos nuestra vigorosa respuesta de política hasta asegurar una recuperación duradera y asegurar también que, junto con el crecimiento, retornen los empleos. No descansaremos hasta que la economía mundial sea saludable por completo y las familias en todas partes puedan encontrar trabajos idóneos. Evitaremos el retiro prematuro de los estímulos
. No es otra cosa, por cierto, lo que, a la luz de la situación en México y en el exterior, recomienda el documento divulgado por la UNAM en septiembre: La emergencia no ha sido superada. Es urgente que la política anticíclica reciba la más alta prioridad, conectándola con una transformación de gran aliento del modelo de desarrollo; esto es, articulándola con el diseño de un nuevo curso para la nación
(México frente a la crisis: hacia un nuevo curso de desarrollo, www.unam.mx.)
En cuanto al dilatado proceso de reforma de las instituciones multilaterales, el comunicado de Pittsburg (www.g20pittsburghsummit.org) recoge dos acuerdos que merecen consideración cuidadosa. Primero, proclama al G-20 como el foro por excelencia para la cooperación económica internacional. Segundo, compromete transferir a países cuyas cuotas en el FMI están por debajo de su ponderación en la economía y el comercio mundiales por lo menos 5 por ciento de las cuotas de aquellos que disponen de montos excesivos respecto de su dimensión económica. El debate sobre este último extremo fue el que alcanzó en Pittsburg dimensiones dramáticas.
Nada asegura que el G-20 adquiera mayor influencia que el G-7 o el G-8, excepto un compromiso político real. Nada garantiza que el G-7 o el G-8 no impongan su voluntad en el G-20, excepto la firme determinación de los otros 12 (o 13, o 14) para asegurar consensos genuinos. El G-20 podría actuar como un consejo de seguridad de la economía y las finanzas mundiales.
La transferencia de cuotas en el FMI acordada en Pittsburg supone avances y falencias. Se reconoce que hay países, sobre todo en Europa, cuyo poder de voto en el Fondo excede con mucho a su importancia económica-financiera y otros, sobre todo entre las economías emergentes, en las que ocurre lo contrario. La transferencia de por lo menos 5 por ciento de las cuotas de los primeros a los segundos es claramente insuficiente para requilibrar la situación. Realizar la transferencia con arreglo a la actual fórmula de cálculo de las cuotas equivale a no tocar el origen mismo del desequilibrio. Se abre la opción de corregir estas deficiencias con el compromiso de concluir, antes de enero de 2011, el proceso de actualización de los métodos de gobierno del FMI.
De nuevo, como señala el documento universitario, éste es uno de los empeños a los que México debe contribuir con imaginación, armonizando su voz con la de otras naciones: los países emergentes de mayor relevancia, como China e India, y en América Latina, Argentina, Brasil y Chile, en especial
. Infelizmente, es improbable que lo haga en los siguientes tres años.