Más de 18 mil personas reunidas en el Hollywood Bowl celebraron el arribo del venezolano
Me siento muy orgulloso de ser latino. Estoy emocionadísimo
, expresó el joven director
Lunes 5 de octubre de 2009, p. a11
Una fina corriente eléctrica recorrió más de 18 mil epidermis reunidas frente a la Filarmónica de Los Ángeles en un concierto que duró cinco horas, con luminarias en torno al trabajo comunitario y de barrio, para culminar con la Novena sinfonía de Beethoven, dirigida por Gustavo Dudamel, aclamado como rock star, héroe de epopeya, ejemplo para el mundo.
Los alaridos, los aplausos, las aclamaciones inclusive interrumpieron varias veces el concierto que transcurrió, con los vítores entretejidos a la música, en una algarabía solemne y simple al mismo tiempo. La velada se tituló Bienvenido Gustavo, en el debut del joven de 28 años como director titular de ésa que es una de las mejores orquestas del planeta. El Himno de Friedrich Schiller, que adoptó Beethoven para su Sinfonía Coral, cobró entonces vida en el majestuoso Hollywood Bowl, coronado con una explosión de fuegos artificiales: ¡Alegría, hermosa luz divina!
Desde el mediodía del domingo se congregaron familias enteras, sobre todo pieles morenas de niñas y niños frente a ese ya legendario escenario al aire libre. A las cuatro de la tarde empezó el desfile de luminarias con su música compartida con grupos de jóvenes y niños angelinos: el maestro Herbie Hancock; Flea, bajista de los Red Hot Chili Peppers; David Hidalgo, líder del grupo de rock chicano Los Lobos, y el maestrísimo del blues, Taj Mahal. Todo era alegría y expectación.
Conexión voltaica
Cuando por fin apareció en el escenario Gustavo Dudamel, enfundado en un traje blanco, una corriente voltaica se conectó entre él y la multitud. ¡Viva Venezuela! ¡Viva Gustavo!
Se escuchaban las voces de los niños y las pronunciaciones de angloparlantes entre la gritería. La nube voltaica se destiló en un sentimiento generalizado que se conectó a quienes seguimos las acciones desde casa, vía Internet: orgullo. Legítimo orgullo compartido.
Y una fina corriente eléctrica recorría el cerebelo.
“¡Viva Gustavou!”: la voz de una fan gringa se confundió con los primeros acordes del Allegro ma non troppo, un poco maestoso, el primero de los cuatro movimientos de la sinfonía novena de Ludwig van, y desde ese primer instante la atmósfera se electrizó colmada de emociones positivas. Esta partitura, por ejemplo, la dirigió Leonard Bernstein para despedirse de la vida: fue su última aparición pública antes de morir y era impresionante verlo, vestido todo de blanco, sobre el podio dirigiendo y cantando el texto de Schiller (¡Alegría, hermosa luz divina!
) y mojado en lágrimas.
Gustavísimo, The Dude, El Grande
Envuelto en su traje de lino blanco, Gustavo Dudamel contuvo las lágrimas, contuvo al público que no cesaba de aclamarlo en interminable delirio desde las tribunas y desbordó la belleza de la partitura de Beethoven y la juntó con la belleza de la paz, de la concordia. Más tarde diría en el micrófono: este es uno de los momentos más importantes de mi vida. Quiero decir que me siento muy orgulloso de ser latino, de ser venezolano. Estoy emocionadísimo
.
Gustavo apenas llegó y ya fue adoptado como uno de los héroes de Los Ángeles. Le dicen Gustavísimo, The Dude, Gustavo El Grande o simplemente y siguiendo esa costumbre nueva en aquella ciudad de onomatopeyizarlo todo con las iniciales de las frases (“Oh My God” es, por ejemplo OMY: o-em-yí), es simplemente GD (yídí).
Todo era una fiesta
La melena recién cortada (La Jornada, 21 de septiembre de 2009) ya empieza a cimbrarse en todo su esplendor: cada rizo parece emitir, cuando el joven Gustavo cabecea, una nota cada uno de esos resortes negros. Su casi perfecto control de las densidades, los volúmenes, el balance orquestal, su mano izquierda vehemente mientras la derecha fulmina como Zeus en fortissimi de alarido. Un gran director, consagrado, al frente de una gran orquesta.
Fue tan especial el concierto de bienvenida de Gustavo que la cuarteta de solistas no solamente rindió excelencias, sino que la mezzo aportó tonalidades insólitas de soul: Michelle DeYoung, belleza negra de cabellera afro, hizo modulaciones, vocalizó y colocó la voz de tal manera que muy claramente se percibieron esas límpidas dirty notes de la música negra. Ah, y el bajo era alto; es decir, que el cantante de tesitura baja es de estatura física elevada.
Todo era una fiesta. Una corriente eléctrica recorría el occipucio. El mundo, representado en vivo por 18 mil personas y vía Internet por la exactísima cantidad de Un Titipuchal, se puso nuevamente a los pies y a la melena ensortijada de Gustavo El Grande, Gustavísimo, The Dude, o simplemente Yidí.
¡Bienvenido, Gustavo!