Espectáculos
Ver día anteriorMartes 29 de septiembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio

Los Camperos de Valles, Son Pa’ los Amigos y Alma de Apatzingán muestran su finura

Músicos y bailarines entablan diálogo por medio del son de tres regiones de México
Foto
Una de las estampas del concierto, que el público ovacionóFoto Marco Peláez
 
Periódico La Jornada
Martes 29 de septiembre de 2009, p. 9

Este domingo en el Teatro de la Ciudad hubo fandango. Grandes músicos y bailadores del son de tres regiones del país crearon una fiesta en la que mostraron lo más fino y festivo de esta música que viene de tiempos lejanos, pero que se ha ido transformando y está llena de vitalidad.

Los Camperos de Valles, Son Pa’ los Amigos y Alma de Apatzingán fueron entretejiendo canciones para crear un diálogo en el cual músicos de un grupo entraban en la pieza interpretada por otro, hasta culminar con integrantes de los tres grupos tocando y los seis bailadores en la tarima, con el versador. “Estamos reconstruyendo el Teatro de la Ciudad… hoy te estamos poniendo un traje tradicional”, cantaron.

Entrados en el concierto, Ramón Gutiérrez, integrante de Son Pa’ los Amigos y de Son de Madera, de la región de Sotavento, ofreció un solo conmovedor, antiguo, profundo, en su guitarra de son. Ahí estaban presentes cientos de años de historia de la humanidad; remitía al mundo árabe, al español… invocaba hondas penas y a la vez estaba cargado de vitalidad. La bailadora Rubí Oseguera, sobre el cajón al lado de la tarima que ocupaba Pa’ los Amigos, bailaba con movimientos lentos, con aires árabes y de flamenco.

Se volverían mexicanos los cantares extranjeros

Entonces entró en escena el versador Zenén Zeferino Huervo y narró cómo las músicas de distintos puntos del mundo llegaron a México, de cómo confluyeron lo negro, lo indígena y lo español: “Se volverían mexicanos los cantares extranjeros, esas tonalidades marinas llegaron a las costas… abrazamos la hermandad y nos sentimos unidos. Gracias por haber venido”.

Los tres grupos mostraron cómo el son ha ido adquiriendo personalidad distinta dependiendo de la región. Interpretaron, por mencionar una, versiones distintas de Cielito lindo.

A lo largo del fandango, el versador entraba y salía de escena, como ocurre en los pueblos, durante estas fiestas. Y el público festejaba sus palabras.

Lanzaba provocaciones, albures y de modo sutil, sin afán didáctico, iba contando la esencia del son y su historia. Los integrantes le iban contestando, en un ir y venir de versos e improvisaciones, como cuando Patricio Hidalgo, de Pa’ los amigos, lanzó: “Patricio te habla sonriente, me trajo hasta aquí la pura tierra caliente, y aquí va El siquisirí, para el puro gozo”.

Parte fundamental del gozo era la seducción de las mujeres, de modo fino y elegante: Que tú eres más primorosa que una mañana de abril, cantaron.

O el versador que lanzó: La mujer se excita, entre música y poetas, seguido de un profundo suspiro.

Con esos falsetes dice lo que el país tiene claro. Esa Huasteca baila hasta con los pies descalzos, se escuchó.

Los Camperos de Valles es de los grupos de la Huasteca más reconocidos aquí y en el extranjero. En un acto de virtuosismo, el violinista Camilo Ramírez Hernández evocó a Jimmy Hendrix y tocó con su instrumento a la espalda.

“Estamos en el Distrito Federal y llamando al alboroto… a este público bonito que no cambio por otro”, piropo seguido por aplausos y chiflidos de los aludidos, en un teatro con localidades agotadas. Entre el público había de todo: desde niños hasta ancianos, familias enteras, y de muchos caminos de la vida. Tal diversidad se logra en pocos conciertos.

Ahí estaban reunidos para escuchar los sones que cantan “los secretos de una raza… y esos secretos navegan en la quietud del río Balsas”.

Esos sones que se han ido transformando en ese ir y venir de músicos vagabundos.

La idea del concierto, llamado Sones Compartidos, provino del disco del mismo nombre en el cual participan los tres grupos que se presentaron, entre otros.

Un teatro lleno, que pedía otra y luego otra, al segundo encore, luego de cerca de dos horas de concierto, despidió a los músicos de pie, con una ovación. “Ay qué grito más nutrido, sólo les digo… en estos sones compartidos, mi México ha de existir”, clamó el versador. Ya los siento mis amigos, en este momento dado, vamos muy agradecidos por habernos escuchado.

La gente salía de la sala cuando, entre un grupito de jóvenes de apariencia universitaria que habían aplaudido con enorme entusiasmo, uno les dijo a los otros: “Como que faltó algo…” Los demás lo vieron intrigados. “Una hora… que tocaran otra hora”, dijo con amplia sonrisa.