upita López brindó al público la muerte de su primer novillito; un caramelito de la ganadería de Pepe Garfias y lo citó con la muleta en la mano izquierda y le ha dado una tanda de pases naturales en los que templó y mandó y remató con mucha torería. Se asustó Lupita de lo que había hecho y ya no volvió a encontrar el son, ni el ritmo a la faena. Qué gracia y qué picardía temblaban en el recorte de la Plaza México. Aire de torería mexicana, a falta de novilleros con coraje en la actualidad, las toreras han levantado el ambiente.
Risa, encanto, garbo y brío sobre el ruedo de la plaza torera. De torería solo la tanda de Lupita y un par de estocadas. Lo demás sólo ilusiones para despertarnos con el airoso atavío de las guapas toreras a pesar de la molesta lluvia. La plaza se veía más maciza y bella su piedra y no se sabía si subía al cielo o bajaba a los infiernos, o se perdía en los túneles. Cuantas historias de amor, sin rumbo y sin ventura, se iniciaron en sus barreras. Aire que se llevó el aire, pasiones de fuego, prendidas en la hermosura de una bailadora que se dejó querer. Mística del amor y el toreo que es el dolor. Mientras las novilladas se continúan sin chispa, sin torería sólo la gracia y la picardía de las jóvenes toreras.
Plaza México, mausoleo de las grandes corridas que se quedaron grabadas en las huellas del redondel. En los tendidos se va perdiendo el color de la emoción.
Plaza de piedra que se desdibuja y pierde su color sólo reflejado en el espacio. Cuentan que adoloridos los aficionados pasan las horas y los días en extraños delirios. Sólo asisten a la plaza los días que no hay corridas para recordar.
Camino de la plaza, siempre alumbrada por el tiempo tequilero de la temporada de lluvias en espera de la luz extra de las mágicas verónicas que salgan de las huellas del ruedo.