l llamado TIFF, como le dicen los locales, cumplió su cometido de costumbre, aunque las ventas se reportaron previsiblemente menos exitosas. Dada la crisis, los compradores se vieron más cautelosos. No hubo en esta ocasión un éxito total, como lo fue Quisiera ser millonario en 2009. La película de Danny Boyle se volvió de visión obligatoria en el festival, ganó con ventaja el premio del público y se perfiló desde entonces como una candidata segura al Óscar. Ningún título prometió esa onda expansiva este año.
Esta vez el público votó mayoritariamente por Precious: Based on the Novel Push
by Sapphire (sí, ese es su título completo. ¿Cabrá en una marquesina?). El segundo largometraje de Lee Daniels ya había ganado tres premios en Sundance y puede comprobarse la medida de su alcance publicitario por la visita al festival de su productora ejecutiva, nada menos que Oprah Winfrey. Si alguien lleva la cuenta de películas canadienses que han ganado aquí, pero no se han distribuido en México, el premio al mejor largometraje fue para Cairo Time, de Ruba Nadda, y el de mejor opera prima para The Wild Hunt (La caza salvaje), de Alexandre Franchi.
En su papel de termómetro del estado mundial de la industria cinematográfica, el extenso programa del festival ilustró en general una buena salud. La crisis sí ha afectado a varias instancias productoras, pero no ha causado un déficit de material de calidad. Aunque no se vio una riqueza abundante, como en ese año milagroso que fue 2007, la media ha sido muy aceptable. De aquí saldrán los principales títulos que alimentarán las salas de arte el año próximo.
En cuanto al cine abiertamente comercial, podría compararse la situación a lo que vivió Hollywood en los años 30; la Gran Depresión no mermó a la industria, sino al contrario. Las ganancias en taquilla de este verano demostraron que la gente sigue dispuesta a pagar por la que sigue siendo la forma de escapismo más barata.
Hablando de los 30, no estaría de más que algunos productores ejercieran una mano de hierro similar a la de los hermanos Warner, Louis B. Mayer o David O’Selznick en ese entonces. Si algo caracteriza a la película de hoy es el exceso de metraje. Casi 80 por ciento de lo visto en Toronto pecaba de ese defecto y lo común fue ver películas con tres o cuatro finales. Fueron contadísimos los casos en que se justificara la actual duración promedio de dos horas y pico. Un premio debe otorgarse a Manoel de Oliveira por haber conseguido, a sus cien años, el largometraje más corto del festival: 64 minutos, justo lo necesario para contar una sencilla historia de amor desengañado en Excentricidades de una joven rubia.
Y ya que estamos en esas, sería necesario imponer también una regla para evitar que los títulos de las películas de un mismo año se parezcan tanto. En Toronto se exhibieron A Single Man, A Solitary Man y A Serious Man. O sea, un hombre soltero, solitario y serio. Además de generar confusión, puestos juntos parecían más un anuncio clasificado que un programa de cine.
El cambio más significativo en la historia del festival se prevé para el próximo año, cuando el cuartel general estrene su nuevo hogar en el Bell Lightbox, situado en la zona más turística de la ciudad. Aunque esto estaba anunciado hace tres años, ahora se promete que segurito, va en serio, no hay de otra que el edificio deberá estar por lo menos parcialmente concluido para estas alturas de 2010. Eso implicará una renovación hasta en el ambiente que vivirán los asistentes e invitados. Tal vez hasta se acorten las distancias entre las principales salas de cine y hoteles, que hasta ahora han sido llevaderas sólo para gente acostumbrada a hacer ejercicio.