as jornadas –término magnífico que expresa conjuntamente los trabajos y los días de Hesíodo– de un país que padece y se rebela ante el neoliberalismo es el destilado de 25 años de nuestra querida Jornada. Esfuerzo colectivo que nace casi simultá-neamente y a contrapunto (sin el casi) de los programas de ajuste estructural de nuestra economía y de nuestra sociedad.
Por eso La Jornada en sus 25 años es una fuente invaluable para conocer el contenido y el impacto de las políticas neoliberales en nuestro país. Su sección Sociedad y Justicia ha sido cotidiano y crítico recuento de la destrucción, del de-sorden, de los desgarres que estas políticas han acarreado a nuestra sociedad. Como también han revelado, día a día, los episodios dolorosos de esa magna expropiación de la riqueza social, del patrimonio familiar que han constituido los programas oficiales ante la crisis, desde el PIRE de 1982, hasta los actuales despropósitos calderonianos y carstenianos, sin pasar por alto el Fobaproa.
Pero no sólo eso. Si bien la destrucción y el desmadre modernizador han sido draconianos, los grupos que componen esta muy diversa sociedad mexicana no se han cruzado de brazos. Han diversificado y multiplicado su resistencia. Resistencia que es contenido cotidiano de La Jornada, la cual ha hecho crónica de la sociedad que se organiza y se rebela. Ha dado voz a sus actores, ha reporteado sus causas, causas del pueblo. Desde la espléndida rebelión cívica-urbana-solidaria del 19 de septiembre de 1985, cuando La Jornada era apenas unañera, hasta el despertar con que los indígenas del EZLN sacudieron al país de su sueño primermundista el primero de enero de 1994, sin olvidar un campo que no aguanta más y las barricadas oaxaqueñas que Víctor Hugo lamentaría no haber relatado.
Las jornadas de los políticos han recibido aquí tratamiento diferente, porque son días, pero no siempre trabajos. Sin descuidar la importancia del sistema político, La Jornada no lo ha constituido en su centro ordenador; no es politicocéntrica. Tampoco entroniza figuras y dedica sus columnas al chismarajo de los de arriba. Si se quiere encontrar el último encuentro de políticos en restaurant de postín o el más reciente amorío, inútil buscarlo en astilleros o cafés políticos.
Como diría Boaventura de Sousa Santos, La Jornada es un esfuerzo de reportear, analizar y pensar desde el sur, desde los excluidos. Punto de vista asumido, reiterado, no rehuido, no sacrificado en aras de objetividades que no lo son. Punto de vista, pero no para autocontemplarse, sino para mirar al mundo, a los otros desde acá. Pocos lugares tan ricos en la consideración de la lucha del pueblo palestino, de los patriotas vascos, de las mil resistencias latinoamericanas, como las páginas del mundo jornalero.
La Jornada es, en buena parte, el dominio de la otra, de los otros. La otra visión del mundo que nos aportan Chomsky, Wallerstein, Walden Bello. El otro arte, el no comercial, el no dominante, el cuestionador y desafiante, aunque también los otros aspectos de las artes convencionales ni comerciales. Nada artístico le ha sido ajeno, ni Jagger ni Stone; tampoco los Tigres del Norte ni Manu Chao. Ha sido página abierta –Letra S– para las otras preferencias sexuales.
No puede dejar de ser en buena parte periódico chilango. Lo son en buena parte quienes lo confeccionan. Pero se ha prodigado en Jornadas regionales: Morelos, Zacatecas, San Luis, Michoacán. Y nos ofrece espacio a quienes reconstruimos los trabajos y los días de la desencantada provincia mexicana.
Una cosa tengo que reprocharle, muy de tripas a La Jornada. Estoy seguro que en este país habemos más beisboleros que taurinos. Y, sin embargo, nosotros no contamos con una sabrosa crónica semanal como La Fiesta en Paz. El beisbol es sólo escueta numeralia de resultados scores cotidianos. No hay espacio para contar las hazañas basadas en millones de dólares de los tan odiados –y admirados por el que escribe– Yanquis de Nueva York en sus iliádicos duelos contra los siempre eficaces Medias Rojas de Boston ni las proezas de nuestros migrantes de bola o bat de fuego como Joaquín Soria o Jorge Cantú. Si se necesitaran argumentos de autoridad para reforzar las demandas beisboleras habría que preguntarles a AMLO o al Vasco Aguirre.
Nadie es perfecto. No se le puede pedir todo a quien además de todo lo que he escrito, contribuyó a salvarme la vida publicando uno de esos regalos semanales que nos hace Eduardo Galeano. Ya lo conté y lo publiqué. Gracias, Jornada.