Opinión
Ver día anteriorJueves 17 de septiembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La lección
E

n el centenario del natalicio de Eugène Ionesco, Enrique Singer con apoyo del Centro Cultural Helénico y la Fundación BBVA Bancomer eligió del autor rumano francés La lección, una de sus primeras obras, en que utiliza el lenguaje para subvertir a la realidad. Si con el estreno de La cantante calva llenó de pasmo al público francés (y al mexicano, cuando se presentó entre nosotros) con esta nueva obra que Alexandro Jodorowsky estrenó en nuestros escenarios en 1960, más de un crítico de la época enfureció de verdad ante lo que entendía como una tomadura de pelo. Hubo de pasar bastante tiempo para que se tomara en serio a Ionesco y a los otros autores del llamado teatro del absurdo y así se entendió que el manejo del idioma francés y sus posibilidades era una piedra angular de la obra de quien ocuparía una silla en la Academia Francesa. Estudiosos como Geneviève Serrau establecieron que si en La cantante calva el uso de giros y tópicos del idioma era una manera de chasquear la realidad, en el nuevo drama cómico el abuso de incoherencias verbales por parte del profesor ocultaba un siniestro deseo criminal. El autor declaró su intención de equilibrar lo burlesco y lo trágico.

La escenificación del teatro de vanguardia, en este caso del llamado absurdo, puede darse de dos maneras. Una, la que se ha utilizado sobre todo en Francia de establecer un tono realista que acentúa aún más lo disparatado de diálogos y situaciones. Otra, la de replicar lo absurdo del texto con el absurdo escénico en el montaje y este último es el que parece haber elegido Singer, aunque con matices en la dirección de actores. Mientras el autor pide un estudio y comedor reales, incluso detallándolos, las escenógrafas Auda Caraza y Atenea Chávez realizaron un diseño un tanto expresionista, con esa puerta en arco inclinada, los viejos libros regados por todas partes e incluso formando una escalera, los simbólicos huesos tirados en el piso y los dos únicos asientos de oficina, si no contamos las sillas de diferente textura frente a la puerta, en donde se sentarán la Alumna al principio y algunas jóvenes espectadoras. La iluminación de Juliana Faesler y el vestuario debido a Lenin Mejía tampoco son realistas, quizás a excepción del muy chillón de la Alumna, siendo viejo y roto el del Profesor y muy anticuado el de la Sirvienta que tiene un maquillaje que oscurece las líneas de los ojos, como se puede observar en filmes y cuadros expresionistas.

Por todos estos datos, y porque se lo sugiriera la mera enunciación de ocupaciones sin nombre preciso de los personajes, es muy posible que Enrique Singer haya deseado traducir al expresionismo la obra de Ionesco para explicitar algunos contenidos simbólicos del texto que quizás tengan que ver con la chabacanería de la enseñanza actual en la estrambótica lección filológica,por un lado y por el otro la oculta intencionalidad del Profesor. Para este último efecto, los matices que da ese excepcional actor que es Arturo Ríos que pasa de una actitud tímida y casi servil al engolosinamiento de su exposición que se va convirtiendo en furia despiadada con un atisbo sexual; para ello olvida todo realismo, se encarama en la silla giratoria de la chica, se dirige al público, en algún momento parece cotillear con un espectador muy a tono con el principio en que la Sirvienta da instrucciones al público acerca de los lugares a ocupar (y aquí el director juega un poco también con la idea brechtiana del distanciamiento), blande un cuchillo –que según el autor puede ser real o imaginario y que aquí es de una hoja arrancada de un libro– y luego intenta propasarse con la Sirvienta.

El dolor de muelas de la Alumna encarnada por Mónica Torres es deliberadamente exagerado en su reacción de arrastrarse casi convulsivamente por el piso adonde se ha lanzado y contrasta con su primera actitud modosita de buena estudiante, como si la exaltación del otro y el asomo de locura que demuestra la envolviera en un ataque de terror más allá del propio dolor. En cuanto a la Sirvienta, incorporada por Cecilia Romo, sus intensas miradas de quien sabe que las matemáticas llevan a la filología y después al crimen le dan un aire casi siniestro que contrasta con el maternal con que trata después al Profesor.