Opinión
Ver día anteriorLunes 14 de septiembre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Oveja negra
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Fotograma de Oveja negra
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ara nadie es un secreto la crisis por la que atraviesa hoy el cine mexicano, atrapado entre un discurso triunfalista que festeja su repunte virtual por el número de cintas producidas (70 títulos este año), y la realidad que lo desmiente: una cantidad importante de películas que no sobreviven en cartelera más de dos semanas, ya sea por problemas de distribución, por un cálculo erróneo en el número de copias para su lanzamiento, por falta de interés de muchos exhibidores, o por el creciente desdén en un sector importante de la prensa escrita.

Se filma mucho para finalmente exhibir lo que se pueda y cuando se pueda, teniendo como única vitrina de promoción el circuito restringido de los festivales de cine. La agudización de la crisis económica no depara para este cine otras alternativas que alinearse a las fórmulas comerciales dictadas por Hollywood (tanto en temáticas como en procedimientos estilísticos), compitiendo en desventaja con las grandes producciones extranjeras, o intentar, contra viento y marea, sacar adelante una obra personal con estrategias novedosas de producción y distribución. Tal fue el caso hace pocos años de la cinta de ficción El violín, de Francisco Vargas; tal es el caso también de los documentales Mi vida dentro, de Lucía Gajá, o Los ladrones viejos, de Everardo González.

En este panorama, el estreno en un buen número de salas de Oveja negra, un primer largometraje que Humberto Hinojosa Oscariz filma a los 28 años, es una noticia estimulante, no sólo por la calidad de su factura y la libertad que gana al prescindir del esforzado glamur de las estrellas de moda, sino por la ingeniosa recuperación que hace de una comedia rural en deuda con el cine mexicano de la llamada época de oro.

La historia que cuenta el director y también guionista es muy sencilla y, cabe aclarar, nada tiene que ver con el título homónimo de Ismael Rodríguez, estelarizado por Pedro Infante. Es el relato de la amistad de dos jóvenes pastores de ovejas que resisten, con las armas del humor y la inventiva, el acoso combinado de un hacendado y de su hijo prepotente.

José (Christian Vásquez), huérfano protegido por el ranchero acaudalado, padece la rivalidad y envidia de Jerónimo, (Luis Iván Arana), insoportable junior de pueblo que ha crecido al lado suyo como hermano putativo. La aparición de María (Ximena Romo), antiguo amor platónico de José y actual pretendiente de Jerónimo, avivará las animosidades, subrayando de paso las diferencias de clase. En complicidad con el pastor ovejero Kumbia (Rodrigo Corea), su entrañable compañero de infancia, José intentará robar y vender el ganado de su patrón, con el fin de conquistar el amor de la muy frívola y siempre esquiva María.

En la feria de arquetipos que propone el realizador, tienen su previsible acomodo el muchacho bueno, el villano intratable, la hembra ingrata, el patrón injusto, el párroco del pueblo (tan corrupto aquí como lo exigen los nuevos tiempos) y el pícaro de noble corazón y sobrados recursos verbales en su incontenible spanglish, que sueña con emigrar a Estados Unidos. Todos los actores cumplen muy satisfactoriamente el papel asignado: destaca Rodrigo Corea como Kumbia, el joven pocho que con filo irónico intenta corregir los despropósitos sentimentales de José, y queda por debajo de la empresa Ximena Romo, abrumada tal vez por el perfil tan poco agraciado que le toca interpretar.

Lo notable en Oveja negra es la sutileza con la que Hinojosa Oscariz maneja algo tan delicado como el tributo actual a la comedia y al melodrama campirano de la época de oro. No hay embeleso condescendiente por las glorias pasadas (la edad del cineasta facilita tal vez el distanciamiento prudente), ni tampoco el humorismo chabacano que procura las respuestas más elementales del público.

Hay en cambio buenas dosis de malicia, diálogos muy vivos, salidas ingeniosas, y un buen giro narrativo para cerrar la historia. Con una anécdota muy parecida, la película Déficit, de Gael García Bernal, no consiguió mejores resultados. Oveja negra, una historia de jodidos, cuya estratagema es perfilar el triunfo de los jodidos, representa en esta época de crisis algo mucho más novedoso que las circulares crudas morales de los privilegiados.