Toreras o el resurgimiento de los ismos
smo, entre otros significados, es sufijo de sustantivos que suelen significar doctrinas, sistemas, escuelas, movimientos o actitudes (platonismo, voluntarismo, entreguismo). Y una acepción de ista es la de sufijo utilizado en adjetivos que habitualmente se sustantivan, y suelen significar ‘partidario de’ o ‘inclinado a’ (fascista, garcista, tomasista).
Las épocas de mayor esplendor de la fiesta de los toros, es decir, cuando el espectáculo tuvo empresarios y promotores capaces de ponerse en los zapatos del público y, desde esa posición, ofrecer toreros y toros capaces de protagonizar una tauromaquia interesante a las masas no sólo a los conocedores, la función taurina se sustentó en la rivalidad de sellos y de celos de los hombres vestidos de luces.
En estos tiempos de monopolios y duopolios sin imaginación ni sensibilidad social, el abuso sistemático de unos que figuran ha sustituido el sentido de la rivalidad en igualdad de circunstancias. Nunca en la historia del toreo los toreros taquilleros disfrutaron de mayor comodidad y ventajas de ganado y alternantes, de empresas y de crítica. Por eso las plazas están semivacías, porque casi no sucede nada en el ruedo, ni con la bravura ni con la entrega.
Mi interés por el fenómeno taurino nació de ver y escuchar las acaloradas discusiones entre mi padre y mis tíos por temas tan trascendentes como quién había sido el mejor banderillero, no el de mayor elegancia sino el más eficaz: si David Liceaga, si Juan Espinosa, si Ricardo Torres o si Carlos Arruza.
La sobremesa se convertía entonces en un polvorín como si se discutiera sobre una cuantiosa herencia y a mí me sorprendía la increíble pasión con que cada interlocutor acompañaba sus argumentos. Nunca se ponían de acuerdo, pero esa exaltación aparentemente injustificada me definió la esencia del toreo: apasionamiento.
Por eso la importancia taurina de las tres mujeres que el domingo pasado, casi sin haber toreado, hicieron el paseíllo en la Plaza México, tres expresiones distintas y celosas del triunfo que detonaron el casi olvidado partidarismo, esa saludable adicción a un estilo o a una personalidad en los toros.
A ninguna de las tres han sabido valorar los empresarios mexicanos, como si no se tratara de tres garbanzos de a libra. Hilda Tenorio, cerebral, sobria y dominadora de los tres tercios; Elizabeth Moreno, sin idea con el capote pero con una muleta auténticamente prodigiosa que en este país le ha servido para… ¡subir de peso!, y Lupita López, con un sentimiento fuera de serie.
La lógica empresarial al uso es que ningún torero empiece a cobrar y menos se cotice ante el público, por lo que quizá pasen otros cinco años para volver a ver este cartel de lujo, con tres toreras que a gritos merecen más oportunidades, no sólo en la México sino sobre todo en las plazas de una alelada competencia.