o desde siempre, pero desde hace algunos años el primero de septiembre lo he dedicado a ver y escuchar el Informe presidencial por televisión. Ahora no lo hice. Me dio flojera fundamental presenciar un acto tan solemne, a veces aburrido, sin la presencia del jefe del Ejecutivo federal. Las razones eran obvias: el propósito de evitar incidentes como los que se han presentado antes llevó a los encargados de la seguridad del mandatario a inventar un procedimiento distinto, trasladando a la privacía del Palacio Nacional la expresión de lo que me pareció un discurso bien dicho y con elementos interesantes que reflejaron la certeza del presidente Felipe Calderón de que en estos tres últimos años de gobierno no cuenta con el apoyo del Congreso de la Unión en sus planes económicos. De ahí su petición de que los partidos puedan llegar a aceptar propuestas que no estarán marcadas por el sello panista, sino orientadas a resolver, por acuerdo alcanzado, los principales problemas del país.
No me pareció mala la idea, pero veo difícil su ejecución. Los cambios en el gabinete y la supresión de algunas secretarías de Estado responden, sin la menor duda, a la opinión mayoritaria de que los señores secretarios y sus anexos no han cumplido cabalmente sus compromisos. La situación alarmante de la economía es buena prueba de ello.
El hecho me recordó el discurso de Venustiano Carranza pronunciado el primero de diciembre de 1916, con el que inauguró el Congreso Constituyente. En lo esencial, planteó la ruptura del equilibrio entre los poderes Legislativo y Judicial con el Ejecutivo, otorgando facultades: ese fue su pedimento, que permitieran al presidente de la República actuar sin el apoyo de esos poderes.
Ese discurso sonó como una invitación a la dictadura que se manifestó en el texto constitucional, lo que permitió al Ejecutivo contar con facultades que lo liberaban de esos apoyos. Con ello Venustiano Carranza quería evitar los conflictos que la historia de nuestro país había sufrido desde la Constitución de 1857.
Por muchos años el Ejecutivo ha sido un poder preponderante. Ahora no. La única alternativa, planteada por Felipe Calderón con absoluta claridad, es la subordinación del Ejecutivo a las decisiones de un Congreso en el que no cuenta con la mayoría pero que podrá convenir en reformas en función de una especie de coincidencia sobre su necesidad.
Aparentemente los partidos, y de manera especial el PRI, no han considerado descabellados esos propósitos. El PRD no podrá desempeñar un papel preponderante. La etapa desastrosa que enfrentó por la necesidad de un cambio de presidente del partido lo lesionó de manera casi irremediable. Hoy, su principal bastión, Andrés Manuel López Obrador, actúa por su cuenta y no siempre de la mejor manera, como lo ha demostrado su apoyo a ese personaje de caricatura que es el famoso Juanito. Los demás institutos cuentan menos salvo, tal vez, el Verde Ecologista, hoy comprometido a formar una mayoría con el PRI, que no convence a nadie. Y mucho menos al propio PRI.
Lo difícil va a ser encontrar soluciones que satisfagan a las mayorías. Las propuestas presentadas hasta ahora, por conducto de los financieros gubernamentales, han sido recibidas, por lo menos, fríamente. Empieza a cultivarse un ambiente de franca oposición a cualquier medida gubernamental que, dadas las circunstancias, puede acabar de mala manera.
Los factores contrarios son tan evidentes y tan rotundos que será muy difícil desprenderse de ellos. La pobreza creciente, la inseguridad absoluta, la falta de empleo y la subida de los precios no tan fácilmente se van a resolver.
A la Presidencia de la República le corresponderá adoptar las iniciativas y someterlas a consideración de los partidos. Dadas nuestras inveteradas costumbres, todo tendrá su precio. Lo que ocurre es que la mayoría de la población, desconfiada de los partidos, no parece muy dispuesta a aceptar soluciones que no resuelvan sus problemas fundamentales, planteados por el Presidente en la relación de sus diez objetivos. El precio tendría que ser atractivo para la población y eso es difícil que se logre.