12 de septiembre de 2009     Número 24

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

opiniones, comentarios y dudas a [email protected]

AGENDA RURAL

Evento: Mesas Redondas “Encrucijada Energética”. Organiza: Fundación Heberto Castillo Martínez A. C., Instituto de Estudios para el Desarrollo Rural Maya, Campaña Nacional Sin Maíz no hay País. Lugar: Centro Cultural Veracruzano (Miguel Ángel de Quevedo 687, en Coyoacán). Fecha: 10, 17 y 24 de septiembre a las 18:00 horas. Informes: [email protected]


Evento: Foro Público. Organiza: Campaña Nacional Sin Maíz no hay País. Lugar: Instituto Nacional de Nutrición Salvador Zubirán. Fecha: 15 de septiembre a las 12:30 horas. Informes: www.sinmaiznohaypais.org / [email protected]


Evento: Primer Foro Nacional de Comercio Justo y Producción Orgánica. Organiza: Comercio Justo México. Fecha: 29, 30 de septiembre y 1 de octubre de 2009. Lugar: Polyforum Cultural Siqueiros. Ubicación: Insurgentes Sur 701, esquina con la calle Filadelfi a, en la Colonia Nápoles, Distrito Federal. Informes: www.comerciojusto.com.mx / www.forocomerciojustoyorganicos.com.mx


Evento: Día Nacional del Maíz. Organiza: Campaña Nacional Sin Maíz no hay País. Lugar: Zócalo capitalino. Fecha: 29 de septiembre de 2009. Informes: www.dianacionaldelmaiz.org / www. sinmaiznohaypais.org / sinmaiznohaypais1@ gmail.com


Video - Documental: Súper Engórdame (Super size me). Dirección y guión: Morgan Spurlock. Un fi lme destinado a causar agruras y otros malestares a las grandes cadenas de comida rápida del mundo. Este documental da respuesta a una pregunta que nos concierne a todos: ¿puede una persona vivir sólo a base de cajitas felices y papas extra-grandes?


Video – Documental: ¿Qué comeremos mañana? (The future of food). Dirigido, producido y escrito por: Deborah Koons García. El documental revela las oscuras estrategias que están usando las grandes compañías trasnacionales como Monsanto para controlar el futuro de los alimentos. Estas compañías, de la mano de inescrupulosos, gobiernos están utilizando a la población como ratas de laboratorios al llenar el mercado de alimentos alterados genéticamente aun cuando hay una gran incertidumbre sobre la seguridad de los transgénicos. Monsanto está generando así la mayor cantidad de ganancias a costa de nuestra salud.


Video – Documental: La Corporación (The Corporation). Director: Jennifer Abbott, Mark Achbar. Documental sobre el nacimiento, el crecimiento y la madurez de ese tumor maligno que son las grandes corporaciones, visto desde una perspectiva muy crítica y real. Además cuenta con estrellas invitadas como Nike, la Coca Cola, IBM (…) y con grandes “presentadores” como son Noam Chomsky, Michael Moore, Milton Friedman entre otros.


Video: Migrar o morir: Jornaleros agrícolas en los campos tóxicos de Sinaloa. Informes: Con Teresa de la Cruz, teléfono: 01 (757) 4761220 y fax 01 (757) 4761220 / [email protected] Migrar o morir es una cinta que documenta la tragedia de miles de familias indígenas de Guerrero que se encuentran sumergidas en el olvido y la indiferencia institucional.

Los campesinos entre la gran crisis y la recesión

Armando Bartra

Si preguntamos por los efectos agrarios de la recesión económica los campesinos hablan de astringencia crediticia, se muestran temerosos de que disminuya la demanda de cultivos alimentarios no básicos y si son exportadores reconocen que la devaluación del peso los benefició, nada demasiado dramático para lo que son los usos rurales. En cambio cuando se menciona la crisis ambiental abundan en recuento de daños: sequía, temporal errático, retraso de los tiempos de siembra, incremento de plagas, inundaciones…; pero también resienten el alza de precios de fertilizantes y combustibles derivado de la crisis energética, padecen como consumidores la carestía generada por la crisis alimentaria que paradójicamente poco los beneficia como productores, y les pega fuerte tanto la escasez y encarecimiento de la mano de obra ocasionados por la migración y las remesas, como la ruina que en las familias dependientes de los envíos de dólares ocasiona su progresiva reducción. Vapuleados desde hace años por la debacle ambiental, energética, alimentaria y migratoria, los pequeños productores agropecuarios acusan menos el reciente estrangulamiento económico.

Agro y crisis. A fines de 2008 el tropezón financiero opacó la crisis múltiple que se debatía intensamente antes que las secuelas globales del desfondamiento de las hipotecas inmobiliarias en Estados Unidos (EU) acapararan la atención. Y la recesión importa, pero hay que ponerla en el contexto del estrangulamiento polifacético y duradero que nos aqueja desde fines del pasado siglo. En cuanto al campo, la recesión también lo golpea, sin embargo sus particularidades hacen que el impacto sea relativamente menor ahí que en la industria y los servicios. En cambio la Gran Crisis, que incide en todo, es más severa en el agro.

Capoteando la recesión. La agricultura tiene un comportamiento contracíclico, es decir que su desempeño no sigue las tendencias del resto de la economía. Esto es así pues gran parte de la producción agropecuaria es de alimentos, que tienen una demanda poco flexible, además de que en un sector caracterizado por la diversidad agroecológica, la obsolescencia y renovación tecnológica son menos homogéneas y más lentas que en otros. Así, en el primer semestre de 2009, mientras la economía mexicana presentaba un crecimiento negativo de más de nueve por ciento, la producción agropecuaria seguía expandiéndose a una tasa de 1.3 por ciento. Es decir que el campo está relativamente desamarrado del resto de la economía e igual que el crecimiento en industria y servicios no lo arrastra, tampoco sigue a éstos en la recesión.

Por otra parte, en años recientes la producción agropecuaria, pesquera y forestal ha representado alrededor del 3.5 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), de modo que en términos monetarios su comportamiento poco significa para el conjunto de la economía, acotado por la dinámica de los servicios y la industria.

El campo cuenta mucho más de lo que pesa en el PIB, pero esto se debe al valor no directamente económico de sus aportaciones: garante de la seguridad alimentaria, fuente de “servicios” ambientales, matriz cultural, hábitat de casi un tercio de la población, retaguardia social en las crisis, espacio de gobernabilidad o ingobernabilidad, entre las más importantes.

Acosado por la debacle sistémica. Poco sensible a la recesión, el agro es, en cambio, víctima principal de todas demás dimensiones de la debacle sistémica. Veamos:

Aunque menor que el urbano-industrial, es sustantivo el aporte agrario de gases de efecto invernadero inductores del cambio climático y el deterioro de los recursos naturales: bosques, tierras, aguas, biodiversidad, entre otros, ocurre mayormente en su ámbito y en gran medida es su responsabilidad. En cuanto a sus efectos, es claro que el calentamiento global lo padecemos todos pero sequías, lluvias torrenciales y huracanes frecuentes y poderosos impactan más al mundo rural.

La crisis energética lo golpea con fuerza no sólo porque los hidrocarburos le son indispensables como fertilizantes y combustibles, sino también porque la opción de los agroenergéticos supone un cambio en el patrón de uso de tierras y aguas que constriñe a la agricultura alimentaria.

La crisis alimentaria cimbra al agro al poner en evidencia su decisiva importancia no tanto en la economía monetaria como en el sostenimiento de la vida, y al emplazarnos a emplear los recursos naturales conforme prioridades sociales y de modo sustentable si no queremos que se extienda la hambruna, la rebelión social, la ingobernabilidad (…)

(Cabe destacar que aun si se expresa en los precios, la debacle alimentaria forma parte de la Gran Crisis porque es un problema de escasez. En cambio no es previsible un tropiezo agrícola por sobreoferta generalizada y caída de cotizaciones, lo que sería una crisis de sobreproducción y formaría parte de la recesión. Que además de especulación hay un problema de disponibilidad de granos básicos, es decir de tendencial escasez, lo evidencia el que sus precios bajaron algo respecto a los de 2007 y 2008, pero siguen altos respecto de las tendencias históricas.)

Éxodo rural: entre la Gran Crisis y la recesión. Un ejemplo claro de cómo la multidimensionalidad de la crisis tiene sobre el campo un efecto mucho más profundo que la sola recesión económica, es el impacto de una y otra sobre la migración de origen rural.


IMAGEN: Francisco de Goya /
Saturno devorando a un hijo / Museo del Prado

Ha corrido mucha tinta en torno al presunto regreso multitudinario de connacionales con motivo de la recesión en EU y se ha seguido con atención la tendencia de las remesas que con la pérdida de empleos en el país vecino han tenido una reducción compensada en parte por la devaluación del peso. Sin embargo el ramalazo es menor de lo anunciado por los alarmistas y posiblemente para el próximo año sus efectos remitirán, en parte, cuando se recupere la economía estadounidense.

Menos visible pero más profundo e irreversible, es el efecto acumulado de la migración remota y prolongada de los jóvenes rurales sobre las estrategias de sobrevivencia productivas y transgeneracionales de las familias y comunidades, núcleos campesinos que, contra su lógica ancestral, dejan de convertir en ahorro productivo el ingreso temporal que representan el trabajo extraparcelario a jornal y ahora las remesas, para invertirlo básicamente en bienes de consumo duraderos. Esto significa que muchos pequeños productores dejaron de ver más allá de esta generación y que la pérdida de valores, saberes y recursos materiales puede hacer irreversible la descampesinización en curso.

Hay quien piensa que la emigración es positiva pues reduce población rural y también es favorable que gran parte sea externa pues quita presión a la proverbial incapacidad de la economía mexicana de crear empleos al tiempo que las remesas reaniman el mercado interno. Grave miopía: con la emigración dilapidamos el “bono demográfico”, pues la mayor parte de la riqueza creada por nuestros jóvenes transterrados se queda en EU. Esto, junto con la desocupación, el subempleo y el trabajo subterráneo que no contribuye con cuotas a la seguridad social, está ocasionando una merma de ahorro nacional que nos llevará a la catástrofe en unos 20 años, cuando seamos un país de viejos que no tomó precauciones económicas ni fiscales para hacerle frente a la inversión de la pirámide demográfica.

El éxodo rural no es sólo ni principalmente un virtuoso ajuste del mercado global de trabajo. En sentido fuerte, la emigración masiva es uno de los efectos más dramáticos de la erosión espiritual y material que el capital ejerce sobre el tejido socioeconómico del mundo agrario, devastación tan irreversible y peligrosa como la que practica sobre los ecosistemas y recursos naturales.

La utopía campesina, opción civilizatoria. La peculiar ubicación de lo rural dentro del sistema capitalista hace que el impacto del retroceso económico general sea ahí distinto y en cierto sentido más leve que en la industria y los servicios, donde en cuestión de semanas se perdieron decenas de millones de puestos de trabajo. Esto dificulta la formulación de una alternativa campesina integral dirigida específicamente a la recesión, entre otras cosas porque a diferencia de los trabajadores de la industria y los servicios, cuyo empleo depende de que la economía recupere su dinamismo global, los labriegos no ganan gran cosa con que se reanude la frenada acumulación de capital. Pero si no les preocupa demasiado que reviva el postrado capitalismo urbano industrial, sí están vitalmente interesados en ponerle límites y candados a un orden que siempre ha amenazado su existencia. Porque el sistema se las tiene sentenciada, el proyecto que los campesinos de México y el mundo han ido bosquejando en las recientes décadas, es una respuesta puntal y visionaria a las calamidades que resultan de las diversas dimensiones de la Gran Crisis sistémica.

Anticapitalismo innato. Golpeados de frente por el deterioro ambiental y el cambio climático, de los que son parcialmente responsables; víctimas directas de la crisis energética que dispara sus costos y en la opción de los agrocombustibles, compite por tierras y aguas; protagonistas de la debacle alimentaria y opuestos a falsas soluciones como los transgénicos, que no sólo atentan contra productores y consumidores sino contra la diversidad biológica; torrente fundacional y aun caudal importante del éxodo transfronterizo; damnificados mayores de un sistema político que si en general está en deuda con la verdadera democracia, en el campo sigue repitiendo las fórmulas clientelares del viejo “ogro filantrópico” los campesinos han ido edificando propuestas que al confrontarse con los filos más caladores del capitalismo en su modalidad agraria, esbozan una alternativa rural antisistémica no por belicosa y airada sino por radical y visionaria.

Veamos: Rescatar el campo es oponerse a la desruralización que el capitalismo emprendió desde sus años mozos; plantear una nueva y más justa relación entre agricultura e industria y entre el campo y las ciudades es marchar a contracorriente de la ancestral tendencia del sistema a desarrollar al mundo urbano-industrial a costa del rural-agrario; proponer e impulsar en la práctica una conversión agroecológica orientada a la sustentabilidad social y natural es confrontarse con los patrones científico- tecnológicos depredadores del hombre y la naturaleza impuestos desde la primera revolución industrial; reivindicar tierras, aguas, biodiversidad, saberes y cultura como bienes colectivos es hacerle frente a la compulsión capitalista de mercantilizarlo todo; reclamar el derecho a la alimentación y a un trabajo digno, pues comida y empleo no pueden ser dejados a los designios del mercado, es atentar contra el sagrado principio de la libre concurrencia; concebir y edificar el “mercado justo”, entendido como una relación no sólo económica sino principalmente social donde productores y consumidores acuerdan cara a cara, es un oximoron –un contrasentido– en un orden donde el mercado es por definición ciego y desalmado; levantar las banderas de la autogestión económico-social y la autodeterminación política dentro de un sistema donde se pretende que todos nos sometamos a los dictados del mercado y del Estado es un atentado a los principios del liberalismo individualista acuñados desde la Ilustración; proclamar “ el “buen vivir” como opción a un “progreso” y un “desarrollo”, siempre discutibles como conceptos y que además incumplieron sus promesas, es poco menos que una herejía.

Estas alternativas campesinas y muchas más, permiten avizorar algunos de los rasgos que deberá tener una modernidad otra. Altermundismo que en algunos es pura elucubración de cubículo mientras en el mundo rural es realidad en construcción, es utopía hecha a mano.

Quizá porque habitan en la periferia del sistema, quizá porque sin estar del todo fuera sí están al margen de las formas más densas del capitalismo urbano-industrial, quizá porque tanto el gran dinero como el socialismo clásico los expulsaron de sus utopías, quizá porque siempre han sido vistos como desubicados y anacrónicos, a los campesinos se les da lo antisistémico: imaginan fácilmente alternativas civilizatorias poscapitalistas. No tienen la receta –nadie la tiene, por que no la hay– pero sin duda son inspiradores.


FOTO: Carlos Cisneros / La Jornada

“Era una lluvia de balas”

Testimonios de sobrevivientes, al otro día de la matanza de Acteal

Jesús Ramírez Cuevas

La comunidad de Acteal está prendida sobre la pendiente de una montaña empinada, al borde de la carretera que comunica San Pedro Chenalhó con Pantelhó, a 60 kilómetros de San Cristóbal de las Casas, en el corazón de Los Altos de Chiapas. A fines de 1997, en Chenalhó miles de indígenas, bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y del grupo Las Abejas, huyen de sus comunidades por la violencia de grupos paramilitares del PRI y del Partido Cardenista, entrenados por miembros del Ejército mexicano y protegidos por policías estatales, como lo han revelado documentos del Pentágono, recientemente desclasificados. Es la estrategia de guerra del gobierno en su contra.

Las laderas alrededor de Acteal hierven como un hormiguero de familias desplazadas que sobreviven en refugios muy precarios, pasando hambre y frío. Llueve todos los días. Los caminos y las veredas son lodazales interminables. Entre cafetales y en el bosque se hallan escondidos cientos de tzotziles.

La ermita de Acteal, una construcción modesta de tablas desnudas en cuyo interior hay una docena de bancas y una mesa de madera que es el altar, se ha convertido en el centro de actividades de Las Abejas –un grupo católico pacifista, declarado neutral en el conflicto entre el EZLN y el gobierno. Cuando llueve, la iglesia sirve de albergue para niños, ancianos y personas enfermas que se apretujan. Cerca de ahí, a 50 metros de la carretera, hay un claro rodeado de árboles de chalum y matas de café, donde los indígenas improvisaron frágiles techos con hojas de plátano, sostenidas por endebles varas. Ese es el “campamento” denominado Los Naranjos, donde se instalaron 350 indígenas tzotziles de las comunidades vecinas de Quextic, Tzajalucum y del mismo Acteal, que han huido de la violencia. A unos 200 metros hacia el sur está la escuela primaria y más allá otros campamentos diseminados por la pendiente inclinada de la montaña.

Ese es el escenario previo a la matanza de Acteal, ocurrida el 22 de diciembre de 1997. Un crimen anunciado por los medios de comunicación con antelación, ante lo cual el gobierno de Ernesto Zedillo no hizo nada, por el contrario.


FOTO: Pedro Valtierra / La Jornada

Camino a la masacre. La violencia en Chenalhó ya dura varios meses. Los grupos paramilitares tienen el control de una docena de comunidades. En todas ellas han instaurado un régimen de terror: hombres armados vigilan los accesos e impiden salir a sus habitantes, a los que obligan a cooperar para comprar armas; los paramilitares se entrenan a las afueras de los pueblos, queman casas, roban cosechas, asesinan a los que se oponen… El gobierno crea consejos de seguridad pública en cada comunidad, bajo el control de los priístas armados, y la policía estatal se instala en esos pueblos para protegerlos.

Así, después de varios actos de provocación que frustran el diálogo entre zapatistas, abejas y priístas y cardenistas, el 21 de diciembre de 1997, los jefes paramilitares se reúnen en Pechiquil y acuerdan atacar Acteal. Por testigos se sabe que participan priístas de Los Chorros, Puebla, Chimix, Quextic, Pechiquil y Canolal, comunidades del municipio de Chenalhó. El motivo de la decisión, alegan, es el asesinato del hijo de un indígena “rico” de Quextic, que curiosamente se había negado a colaborar con los paramilitares, por lo que éstos le habían decomisado dos armas, dinero y café.

Uno de los testigos del cónclave relata: “Ya por la tarde estaba perfectamente planeado lo que iban a hacer. El acuerdo fue que iban a entrar en Acteal el lunes a masacrar a la gente. Los jefes paramilitares dieron la orden a toda la gente priísta y que el objetivo era acabar con los zapatistas y cargar con todo el café que tenían (...)”

Dos indígenas secuestrados por los paramilitares, escapan y van a dar aviso a los desplazados. Por la madrugada, las bases zapatistas deciden evitar cualquier enfrentamiento y a pie por la montaña, cientos de indígenas se dirigen a Polhó, distante a cuatro kilómetros. Las Abejas deciden quedarse. Alonso Vázquez Gómez, catequista de Acteal desde hacía 22 años, los convence de permanecer en el campamento como señal de que son neutrales y no son culpables de nada.

“Pensamos que era mejor no huir, sino esperar. Si nos querían matar, sería mejor ponerse a orar, sin tomar las armas. Los priístas nos provocaban a que tomáramos las armas. Hubo un asesinato en Quextic. Nos amenazaron y el 19 de diciembre tuvimos que huir de ahí. Teníamos apenas tres días en Acteal cuando sucedió la masacre”, cuenta Mariano Vázquez Ruiz.

“Dispararon mientras rezábamos arrodillados”. Desde el amanecer del 22 de diciembre de 1997, los desplazados de Las Abejas comienzan a orar en la ermita de Acteal, una pequeña casita de madera de cinco por diez metros, para pedir por la paz en Chenalhó; muchos rezan en los alrededores.

Hacia las 10:30 de la mañana comienzan a escucharse los primeros balazos, todavía distantes. Alonso les pide trasladarse a la explanada de tierra, a 40 metros de distancia, cerca de cinco grandes cruces verdes de madera que los tzotziles colocan para señalar lugares sagrados como templos, manantiales y cuevas. Ahí, sobre la tierra se arrodillan los 350 indígenas. Entre el humo de copal, sólo se escucha un rumor de rezos en tzotzil, el chiporroteo de velas y voces apagadas de niños, interrumpido de tanto en tanto por disparos.

“La mañana del 22 yo quería salir, pero escuchamos unos balazos y rumores de que venían los paramilitares. Primero nos quedamos a rezar en la ermita, después fuimos al clarito que hay en el cafetal. Llevábamos dos días de ayuno para que hubiera paz sin derramamiento de sangre”, relata Mariano Luna Pérez, quien perdió a su esposa embarazada, Juana Pérez, y a su hijito Juan Carlos, de dos años.

No había transcurrido ni media hora cuando, el sonido de las balas comienza a escucharse desde varias direcciones, primero intermitentes y luego en ráfagas. Como el terreno es muy accidentado, los atacantes no se acercan de golpe, disparan mientras saquean las casas de alrededor. “Se ve que ellos mismos tenían miedo porque se escondían mientras tiraban hacia abajo”, recuerda Mariano Luna.


FOTO: Frida Hartz / La Jornada

“Unos venían de Acteal el Alto y dispararon desde arriba por la carretera, también los que venían de Los Chorros bajaron de sus vehículos y se internaron por la vereda que baja; otros venían de Quextic (ubicado kilómetros cañada abajo) y salieron por el lado de la ermita; otros paramilitares venían de Chimix y llegaron por el lado de Acteal centro (por la ladera desde el norte, siguiendo la carretera)”, explica Juana Luna Vázquez al reconstruir el horror de ese día.

Juanito, de diez años, escapa a la muerte por casualidad, había salido a un mandado: “Venía subiendo por los cafetales cuando llegaron los priístas, venían bien armados. Me preguntaron qué hacía yo ahí y les contesté que un mandado. Entonces me dijeron: ‘¿quiénes son esos que están ahí abajo? (señalando en dirección a los que rezaban). No sé, les respondí. Me pidieron que los acompañara, no quise y me eché monte abajo”. Las balas comienzan a sentirse en la explanada, rebotan en el suelo y se clavan en los árboles cercanos; entonces, una mujer mayor, presa del terror, corre hacia donde se ubican los primeros atacantes que saquean las casitas de un lado de la vereda que baja de la carretera; ahí cae sobre la hierba cerca de un árbol.

Entre los hincados caen los primeros; los demás corren entre gritos de espanto y dolor, se esconden brincando obstáculos, algunos se aprietan contra los platanares que hay un poco más abajo, otros se tiran en la hierba, detrás de las piedras o se protegen en el tronco de un árbol caído terreno abajo.

“Como a las 11 de la mañana empezaron la disparazón; cuando lo vimos más cerca, todos salimos a escondernos y es ahí cuando nos agarraron. Las mujeres empezaron a esconderse en las piedras, los arroyos y algunos se fueron hasta el río. Pero a mi esposa y a mis hijitos les tocó entre las piedras. Tuve que salir porque ya no sabía que seguía; después de mi esposa y de mis hijitos, pero en la salida ya no supe donde quedaron”, recuerda con lágrimas en los ojos Mariano Luna.

“Alonso Vázquez –recuerda su hermana María– sólo pedía más oración y ayuno… diciendo que ellos, los paramilitares, no pueden matar nuestras almas, que sólo el Señor es dador de vida. Así siguió sosteniendo su palabra en medio de las lluvias de balaceras. Se arrodilló diciendo: ‘te entrego mi alma no tomes en cuenta mi pecado señor. Cuando se levantó una bala le dio y cayó sobre su mujer y su hijo, que habían muerto a su lado.

Según Antonio Gutiérrez, “en medio de la tronadera, una bala atravesó a la esposa de Alonso, matándola junto con su bebé que llevaba en brazos. Al verla caer, Alonso fue a ayudarla. ‘Levántate mujer, mujer levántate’, pero ya no respondió ni se movió. Se levantó con los brazos hacia el cielo y llorando alcanzó a decir: ‘Padre, perdónalos, no saben lo que hacen’, luego dos balazos atravesaron su cabeza y cayó sobre ellos”.

“Las balas eran como agua”. Victorio Vázquez, hermano del catequista, relata: “Estábamos rezando a un lado de la ermita. Teníamos dos días de ayuno y oración. Como a las 10:30 comenzaron los disparos. Primero se escucharon a lo lejos. Después se oyeron en los alrededores, hasta que los empezamos a sentir. Todos corrimos a escondernos más abajito, en un pequeño barranco donde nace el arroyo”.

Manuel Jiménez, de 60 años, escapa a las balas. Sus ojos se nublan de tristeza al recordar: “Comenzaron a disparar desde las partes altas. Vi sus armas, eran largas. Estábamos rodeados. La única salida era la barranca del arroyo y por ahí corrimos’’.

Los gritos se confunden con la tronadera, las balas levantan la tierra y las hojas y rebotan en las piedras. Algunos corren en dirección del arroyo por el rumbo norte, pero se encuentran a otro grupo de paramilitares que sube por esa ladera. El grupo más grande, unos 250, se esconde en un pequeño barranco donde nace un manantial de un pequeño agujero, entre rocas y árboles.

“Toda la familia se fue a esconder detrás de una piedra. Yo quería que nos fuéramos más lejos, pero mi esposa tenía miedo. Tomé al niño y me alejé un poco. La balacera nos alcanzó a todos. A mí me dieron por muerto y me dejaron. Recibí tres balazos, pero ninguno de gravedad”, dice Mariano Vázquez Ruíz. Acostada sobre una banca, herida su pierna en la huida, María Pérez Luna, describe el horror: “Corrimos; y la mayoría se tiró a la barranca. Ahí intentaron protegerse de las balas, pero llegaron los priístas a disparar. Los que se salvaron salieron como pudieron por entre las piedras y el lodo del arroyo’’.

“Las balas se veían como agua pasando sobre nuestras cabezas –relata Catalina Jiménez Luna–. Abajito había un lugar para esconderse. Ahí fuimos. Se veía cómo los tiros pasaban, levantaban la tierra donde pegaban. Los niños estaban llorando, gritaban. Los agresores nos escucharon y fueron donde estábamos. Fue cuando nos empezaron a disparar por parejo a todos los que estábamos ahí. Nos mataron a todos. Yo me salvé porque me escondí en un barranco con mi hermanito”. Manuel, el hijo mayor de Alonso Vázquez, un niño de unos ojos negros, penetrantes, tuvo suerte: “Estaban disparando desde arriba, desde la ermita y abajo de ella. Se veía la lluvia de las balas que pasaban sobre nosotros. Al ver cómo caían cerca de mí, me escondí entre la maleza. Cuando ya había muchos muertos en el suelo, un joven con un pañuelo en la cabeza bajó y remató a los que aún se movían o se quejaban. Ahí estaba mi papá en el suelo, con mi mamá y mi hermanita, sin moverse. El muchacho les volvió a disparar; nomás se levantaban los cuerpos con las balas. Ahí me quedé hasta la noche, por eso conocí a varios de los agresores”.

“Hasta el ruido dolía”. Manuel Jiménez, con sus cabellos revueltos por el sufrimiento de toda la noche, las manos entrecruzadas, nerviosas, dice entrecerrando los ojos tristes: “Nos salvamos de milagro, lo tronazón estaba por todas partes, hasta el ruido dolía (...)”

“¿Qué han hecho con las mujeres y los niños? Llora mi corazón al ver su ropa tirada, su sangre, sus zapatos que dejaron en la huída. Nunca hemos visto esto; es horroroso. Estaban drogados los paralimitares. Les pagan cinco mil pesos y creen que el PRI es muy poderoso, que nunca va a morir, que es como un Dios, como el sol. Pero ya llegará su castigo’’, señala Javier Pérez, maestro de Chenalhó.

Testimonios de los sobrevivientes indican que los agresores son entre 60 y 90, van vestidos con uniformes azules y negros, “como los de la policía” y llevan pañuelos blancos en la cabeza. Portan rifles AK-47, Uzis, R-15, entre otras armas. Con balas expansivas, asesinan a 45 hombres, mujeres y niños indefensos y dejan heridos a otros 16. Los agresores salen de Los Chorros (escoltados por la policía), Puebla, Chimix (en vehículo del municipio), Quextic, Pechiquil y Canolal; algunos caminan por la montaña para llegar a Acteal. Divididos en grupos rodean el lugar y disparan desde varios flancos. Jonás, habitante de Acteal, dio aviso del ataque a la Diócesis de San Cristóbal: “Cuando se escucharon los primeros balazos tuve miedo, se oían del otro lado de la carretera. Como a las 11 de la mañana, llegaron varios oficiales de la policía estatal. Como no hacían nada, avisé por teléfono a la Conai (Comisión Nacional de Intermediación)”.

“Como a las cinco y media de la tarde –relata– dejaron de escucharse los balazos. Un vecino nos avisó que había escuchado llantos, que parecía que había heridos. Esperamos media hora y decidí pedir permiso al comandante de los policías que estuvieron todo el día en la escuela y no hicieron nada contra los agresores. A veces disparaban como para que nadie se acercara al lugar”.

“El comandante (Roberto García Rivas, hoy preso) no quiso que me acompañaran los policías por miedo a que los mataran. ‘Gritas Cóndor para que no te disparemos’, me dijo. Con otros tres compañeros entramos a la explanada junto a la ermita, había algunos muertos, pero escuchamos lamentos y llantos. Nos acercamos al arroyito y fue cuando vimos a mucha gente tirada. Algunos todavía se movían. Como pudimos sacamos a los heridos. La policía nunca nos ayudó”.

Durante el ataque, al menos 40 policías de Seguridad Pública permanecen a 200 metros del lugar. También se presenta el general de brigada DEM retirado Julio César Santiago, coordinador de asesores del Consejo de Seguridad Pública del estado, así como varios comandantes policíacos. El general admite ante el Ministerio Público haber permanecido cuatro horas en ese lugar mientras se produce el ataque. Ni siquiera pide refuerzos. Entrevistado en Acteal después de los hechos, Roberto García Rivas, ex capitán del Ejército y primer oficial de la policía, acepta haber estado ahí durante la matanza. Dice que los policías se colocaron pecho tierra y dispararon intermitentemente hacia el lugar, pero que no intervinieron. “¿Qué tal si nos matan? Por eso no nos acercamos; de tontos vamos allá”, dice con un desparpajo increíble. El comandante acepta que haber informado a sus superiores y que recibió instrucciones de no intervenir. Tal cual.

*Muchos de estos testimonios, incluyendo el del comandante policíaco pueden verse en video en YouTube: http://www.youtube.com/watch?v=jfQSrte37tw