AGENDA RURAL
Evento: Mesas Redondas “Encrucijada
Energética”. Organiza: Fundación Heberto
Castillo Martínez A. C., Instituto de Estudios
para el Desarrollo Rural Maya, Campaña
Nacional Sin Maíz no hay País. Lugar:
Centro Cultural Veracruzano (Miguel Ángel
de Quevedo 687, en Coyoacán). Fecha: 10,
17 y 24 de septiembre a las 18:00 horas.
Informes: [email protected]
Evento: Foro Público. Organiza: Campaña
Nacional Sin Maíz no hay País. Lugar:
Instituto Nacional de Nutrición Salvador
Zubirán. Fecha: 15 de septiembre a las 12:30
horas. Informes: www.sinmaiznohaypais.org /
[email protected]
Evento: Primer Foro Nacional de Comercio
Justo y Producción Orgánica. Organiza: Comercio Justo México. Fecha: 29, 30 de
septiembre y 1 de octubre de 2009. Lugar:
Polyforum Cultural Siqueiros. Ubicación:
Insurgentes Sur 701, esquina con la calle
Filadelfi a, en la Colonia Nápoles, Distrito
Federal. Informes: www.comerciojusto.com.mx / www.forocomerciojustoyorganicos.com.mx
Evento: Día Nacional del Maíz. Organiza:
Campaña Nacional Sin Maíz no hay
País. Lugar: Zócalo capitalino. Fecha:
29 de septiembre de 2009. Informes:
www.dianacionaldelmaiz.org / www.
sinmaiznohaypais.org / sinmaiznohaypais1@
gmail.com
Video - Documental: Súper Engórdame
(Super size me). Dirección y guión: Morgan
Spurlock. Un fi lme destinado a causar agruras
y otros malestares a las grandes cadenas de
comida rápida del mundo. Este documental da
respuesta a una pregunta que nos concierne a
todos: ¿puede una persona vivir sólo a base de
cajitas felices y papas extra-grandes?
Video – Documental:
¿Qué comeremos
mañana? (The
future of food).
Dirigido, producido y
escrito por: Deborah
Koons García. El
documental revela las
oscuras estrategias
que están usando las
grandes compañías
trasnacionales como
Monsanto para controlar el futuro de los
alimentos. Estas compañías, de la mano de
inescrupulosos, gobiernos están utilizando
a la población como ratas de laboratorios
al llenar el mercado de alimentos alterados
genéticamente aun cuando hay una gran
incertidumbre sobre la seguridad de los
transgénicos. Monsanto está generando así la mayor cantidad de ganancias a costa de
nuestra salud.
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Video – Documental:
La Corporación
(The Corporation). Director: Jennifer
Abbott, Mark Achbar.
Documental sobre
el nacimiento, el
crecimiento y la
madurez de ese
tumor maligno que
son las grandes
corporaciones, visto
desde una perspectiva muy crítica y real.
Además cuenta con estrellas invitadas como
Nike, la Coca Cola, IBM (…) y con grandes
“presentadores” como son Noam Chomsky,
Michael Moore, Milton Friedman entre otros.
Video: Migrar o morir: Jornaleros agrícolas
en los campos tóxicos de Sinaloa.
Informes: Con Teresa de la Cruz, teléfono:
01 (757) 4761220 y fax 01 (757) 4761220 /
[email protected] Migrar o morir
es una cinta que documenta la tragedia de
miles de familias indígenas de Guerrero que
se encuentran sumergidas en el olvido y la
indiferencia institucional. |
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Los campesinos entre la gran crisis y la recesión
Armando Bartra
Si preguntamos por los efectos agrarios
de la recesión económica los campesinos
hablan de astringencia crediticia,
se muestran temerosos de que disminuya la
demanda de cultivos alimentarios no básicos
y si son exportadores reconocen que la devaluación
del peso los benefició, nada demasiado
dramático para lo que son los usos rurales.
En cambio cuando se menciona la crisis
ambiental abundan en recuento de daños:
sequía, temporal errático, retraso de los tiempos
de siembra, incremento de plagas, inundaciones…;
pero también resienten el alza
de precios de fertilizantes y combustibles derivado
de la crisis energética, padecen como
consumidores la carestía generada por la crisis
alimentaria que paradójicamente poco los
beneficia como productores, y les pega fuerte
tanto la escasez y encarecimiento de la mano
de obra ocasionados por la migración y las remesas,
como la ruina que en las familias dependientes
de los envíos de dólares ocasiona
su progresiva reducción. Vapuleados desde
hace años por la debacle ambiental, energética,
alimentaria y migratoria, los pequeños
productores agropecuarios acusan menos el
reciente estrangulamiento económico.
Agro y crisis. A fines de 2008 el tropezón
financiero opacó la crisis múltiple que se
debatía intensamente antes que las secuelas
globales del desfondamiento de las hipotecas
inmobiliarias en Estados Unidos (EU) acapararan
la atención. Y la recesión importa,
pero hay que ponerla en el contexto del estrangulamiento
polifacético y duradero que
nos aqueja desde fines del pasado siglo. En
cuanto al campo, la recesión también lo golpea,
sin embargo sus particularidades hacen
que el impacto sea relativamente menor ahí
que en la industria y los servicios. En cambio
la Gran Crisis, que incide en todo, es más
severa en el agro.
Capoteando la recesión. La agricultura
tiene un comportamiento contracíclico, es
decir que su desempeño no sigue las tendencias
del resto de la economía. Esto es así pues
gran parte de la producción agropecuaria es
de alimentos, que tienen una demanda poco
flexible, además de que en un sector caracterizado
por la diversidad agroecológica, la obsolescencia
y renovación tecnológica son menos
homogéneas y más lentas que en otros.
Así, en el primer semestre de 2009, mientras
la economía mexicana presentaba un crecimiento
negativo de más de nueve por ciento,
la producción agropecuaria seguía expandiéndose
a una tasa de 1.3 por ciento. Es decir
que el campo está relativamente desamarrado
del resto de la economía e igual que
el crecimiento en industria y servicios no lo
arrastra, tampoco sigue a éstos en la recesión.
Por otra parte, en años recientes la producción
agropecuaria, pesquera y forestal ha representado
alrededor del 3.5 por ciento del Producto
Interno Bruto (PIB), de modo que en términos
monetarios su comportamiento poco significa
para el conjunto de la economía, acotado por la
dinámica de los servicios y la industria.
El campo cuenta mucho más de lo que
pesa en el PIB, pero esto se debe al valor
no directamente económico de sus aportaciones:
garante de la seguridad alimentaria,
fuente de “servicios” ambientales, matriz
cultural, hábitat de casi un tercio de la población,
retaguardia social en las crisis, espacio
de gobernabilidad o ingobernabilidad, entre
las más importantes. Acosado por la debacle sistémica. Poco sensible a la recesión, el agro es, en
cambio, víctima principal de todas demás dimensiones
de la debacle sistémica. Veamos:
Aunque menor que el urbano-industrial, es
sustantivo el aporte agrario de gases de efecto
invernadero inductores del cambio climático
y el deterioro de los recursos naturales:
bosques, tierras, aguas, biodiversidad, entre
otros, ocurre mayormente en su ámbito y en
gran medida es su responsabilidad. En cuanto
a sus efectos, es claro que el calentamiento
global lo padecemos todos pero sequías, lluvias
torrenciales y huracanes frecuentes y poderosos
impactan más al mundo rural.
La crisis energética lo golpea con fuerza
no sólo porque los hidrocarburos le son indispensables
como fertilizantes y combustibles,
sino también porque la opción de los
agroenergéticos supone un cambio en el patrón
de uso de tierras y aguas que constriñe a
la agricultura alimentaria.
La crisis alimentaria cimbra al agro al poner
en evidencia su decisiva importancia no
tanto en la economía monetaria como en el
sostenimiento de la vida, y al emplazarnos
a emplear los recursos naturales conforme
prioridades sociales y de modo sustentable si
no queremos que se extienda la hambruna,
la rebelión social, la ingobernabilidad (…)
(Cabe destacar que aun si se expresa en los
precios, la debacle alimentaria forma parte
de la Gran Crisis porque es un problema de
escasez. En cambio no es previsible un tropiezo
agrícola por sobreoferta generalizada y
caída de cotizaciones, lo que sería una crisis
de sobreproducción y formaría parte de la recesión.
Que además de especulación hay un
problema de disponibilidad de granos básicos,
es decir de tendencial escasez, lo evidencia
el que sus precios bajaron algo respecto a
los de 2007 y 2008, pero siguen altos respecto
de las tendencias históricas.)
Éxodo rural: entre la Gran Crisis y la
recesión. Un ejemplo claro de cómo la multidimensionalidad
de la crisis tiene sobre el
campo un efecto mucho más profundo que
la sola recesión económica, es el impacto de
una y otra sobre la migración de origen rural.
IMAGEN: Francisco de Goya /
Saturno devorando a un hijo / Museo del Prado |
Ha corrido mucha tinta en torno al presunto
regreso multitudinario de connacionales
con motivo de la recesión en EU y
se ha seguido con atención la tendencia de
las remesas que con la pérdida de empleos
en el país vecino han tenido una reducción
compensada en parte por la devaluación del
peso. Sin embargo el ramalazo es menor de
lo anunciado por los alarmistas y posiblemente
para el próximo año sus efectos remitirán,
en parte, cuando se recupere la economía
estadounidense.
Menos visible pero más profundo e irreversible,
es el efecto acumulado de la migración
remota y prolongada de los jóvenes rurales sobre
las estrategias de sobrevivencia productivas
y transgeneracionales de las familias y comunidades,
núcleos campesinos que, contra su
lógica ancestral, dejan de convertir en ahorro
productivo el ingreso temporal que representan
el trabajo extraparcelario a jornal y ahora las remesas,
para invertirlo básicamente en bienes de
consumo duraderos. Esto significa que muchos
pequeños productores dejaron de ver más allá
de esta generación y que la pérdida de valores,
saberes y recursos materiales puede hacer irreversible
la descampesinización en curso.
Hay quien piensa que la emigración es positiva
pues reduce población rural y también
es favorable que gran parte sea externa pues
quita presión a la proverbial incapacidad de
la economía mexicana de crear empleos al
tiempo que las remesas reaniman el mercado
interno. Grave miopía: con la emigración
dilapidamos el “bono demográfico”, pues la
mayor parte de la riqueza creada por nuestros
jóvenes transterrados se queda en EU. Esto,
junto con la desocupación, el subempleo y
el trabajo subterráneo que no contribuye con
cuotas a la seguridad social, está ocasionando
una merma de ahorro nacional que nos llevará
a la catástrofe en unos 20 años, cuando seamos
un país de viejos que no tomó precauciones
económicas ni fiscales para hacerle frente
a la inversión de la pirámide demográfica.
El éxodo rural no es sólo ni principalmente
un virtuoso ajuste del mercado global de
trabajo. En sentido fuerte, la emigración masiva
es uno de los efectos más dramáticos de
la erosión espiritual y material que el capital
ejerce sobre el tejido socioeconómico del
mundo agrario, devastación tan irreversible
y peligrosa como la que practica sobre los
ecosistemas y recursos naturales.
La utopía campesina, opción civilizatoria. La peculiar ubicación de lo rural dentro del
sistema capitalista hace que el impacto del retroceso
económico general sea ahí distinto y
en cierto sentido más leve que en la industria
y los servicios, donde en cuestión de semanas
se perdieron decenas de millones de puestos
de trabajo. Esto dificulta la formulación de
una alternativa campesina integral dirigida específicamente
a la recesión, entre otras cosas
porque a diferencia de los trabajadores de la
industria y los servicios, cuyo empleo depende
de que la economía recupere su dinamismo
global, los labriegos no ganan gran cosa con
que se reanude la frenada acumulación de capital.
Pero si no les preocupa demasiado que
reviva el postrado capitalismo urbano industrial,
sí están vitalmente interesados en ponerle
límites y candados a un orden que siempre
ha amenazado su existencia. Porque el sistema
se las tiene sentenciada, el proyecto que los
campesinos de México y el mundo han ido
bosquejando en las recientes décadas, es una
respuesta puntal y visionaria a las calamidades
que resultan de las diversas dimensiones de la
Gran Crisis sistémica.
Anticapitalismo innato. Golpeados de
frente por el deterioro ambiental y el cambio
climático, de los que son parcialmente responsables;
víctimas directas de la crisis energética
que dispara sus costos y en la opción
de los agrocombustibles, compite por tierras y
aguas; protagonistas de la debacle alimentaria
y opuestos a falsas soluciones como los transgénicos,
que no sólo atentan contra productores
y consumidores sino contra la diversidad
biológica; torrente fundacional y aun caudal
importante del éxodo transfronterizo; damnificados
mayores de un sistema político que si
en general está en deuda con la verdadera democracia,
en el campo sigue repitiendo las fórmulas
clientelares del viejo “ogro filantrópico”
los campesinos han ido edificando propuestas
que al confrontarse con los filos más caladores
del capitalismo en su modalidad agraria, esbozan
una alternativa rural antisistémica no por
belicosa y airada sino por radical y visionaria.
Veamos: Rescatar el campo es oponerse a la
desruralización que el capitalismo emprendió
desde sus años mozos; plantear una nueva y
más justa relación entre agricultura e industria
y entre el campo y las ciudades es marchar a
contracorriente de la ancestral tendencia del
sistema a desarrollar al mundo urbano-industrial
a costa del rural-agrario; proponer e impulsar
en la práctica una conversión agroecológica
orientada a la sustentabilidad social y
natural es confrontarse con los patrones científico-
tecnológicos depredadores del hombre
y la naturaleza impuestos desde la primera
revolución industrial; reivindicar tierras,
aguas, biodiversidad, saberes y cultura como
bienes colectivos es hacerle frente a la compulsión
capitalista de mercantilizarlo todo;
reclamar el derecho a la alimentación y a un
trabajo digno, pues comida y empleo no pueden
ser dejados a los designios del mercado, es
atentar contra el sagrado principio de la libre
concurrencia; concebir y edificar el “mercado
justo”, entendido como una relación no sólo
económica sino principalmente social donde
productores y consumidores acuerdan cara a
cara, es un oximoron –un contrasentido– en
un orden donde el mercado es por definición
ciego y desalmado; levantar las banderas de la
autogestión económico-social y la autodeterminación
política dentro de un sistema donde se
pretende que todos nos sometamos a los dictados
del mercado y del Estado es un atentado
a los principios del liberalismo individualista
acuñados desde la Ilustración; proclamar “
el “buen vivir” como opción a un “progreso”
y un “desarrollo”, siempre discutibles como
conceptos y que además incumplieron sus
promesas, es poco menos que una herejía.
Estas alternativas campesinas y muchas
más, permiten avizorar algunos de los rasgos
que deberá tener una modernidad otra. Altermundismo
que en algunos es pura elucubración
de cubículo mientras en el mundo
rural es realidad en construcción, es utopía
hecha a mano.
Quizá porque habitan en la periferia del
sistema, quizá porque sin estar del todo fuera
sí están al margen de las formas más densas
del capitalismo urbano-industrial, quizá porque
tanto el gran dinero como el socialismo
clásico los expulsaron de sus utopías, quizá
porque siempre han sido vistos como desubicados
y anacrónicos, a los campesinos se
les da lo antisistémico: imaginan fácilmente
alternativas civilizatorias poscapitalistas. No
tienen la receta –nadie la tiene, por que no
la hay– pero sin duda son inspiradores.
FOTO: Carlos Cisneros / La Jornada |
“Era una lluvia de balas”
Testimonios de sobrevivientes, al otro
día de la matanza de Acteal
Jesús Ramírez Cuevas
La comunidad de Acteal está prendida
sobre la pendiente de una montaña
empinada, al borde de la carretera que
comunica San Pedro Chenalhó con Pantelhó,
a 60 kilómetros de San Cristóbal de las Casas,
en el corazón de Los Altos de Chiapas. A fines
de 1997, en Chenalhó miles de indígenas, bases
de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (EZLN) y del grupo Las Abejas,
huyen de sus comunidades por la violencia de
grupos paramilitares del PRI y del Partido Cardenista,
entrenados por miembros del Ejército
mexicano y protegidos por policías estatales,
como lo han revelado documentos del Pentágono,
recientemente desclasificados. Es la
estrategia de guerra del gobierno en su contra.
Las laderas alrededor de Acteal hierven
como un hormiguero de familias desplazadas
que sobreviven en refugios muy precarios,
pasando hambre y frío. Llueve todos los
días. Los caminos y las veredas son lodazales
interminables. Entre cafetales y en el bosque
se hallan escondidos cientos de tzotziles.
La ermita de Acteal, una construcción modesta
de tablas desnudas en cuyo interior hay
una docena de bancas y una mesa de madera
que es el altar, se ha convertido en el centro de
actividades de Las Abejas –un grupo católico
pacifista, declarado neutral en el conflicto entre
el EZLN y el gobierno. Cuando llueve, la
iglesia sirve de albergue para niños, ancianos
y personas enfermas que se apretujan. Cerca
de ahí, a 50 metros de la carretera, hay un claro
rodeado de árboles de chalum y matas de
café, donde los indígenas improvisaron frágiles
techos con hojas de plátano, sostenidas por
endebles varas. Ese es el “campamento” denominado
Los Naranjos, donde se instalaron
350 indígenas tzotziles de las comunidades
vecinas de Quextic, Tzajalucum y del mismo
Acteal, que han huido de la violencia. A unos
200 metros hacia el sur está la escuela primaria
y más allá otros campamentos diseminados
por la pendiente inclinada de la montaña.
Ese es el escenario previo a la matanza de
Acteal, ocurrida el 22 de diciembre de 1997.
Un crimen anunciado por los medios de comunicación
con antelación, ante lo cual el
gobierno de Ernesto Zedillo no hizo nada,
por el contrario.
FOTO: Pedro Valtierra / La Jornada |
Camino a la masacre. La violencia en
Chenalhó ya dura varios meses. Los grupos
paramilitares tienen el control de una docena
de comunidades. En todas ellas han instaurado
un régimen de terror: hombres armados
vigilan los accesos e impiden salir a sus habitantes,
a los que obligan a cooperar para comprar
armas; los paramilitares se entrenan a las
afueras de los pueblos, queman casas, roban
cosechas, asesinan a los que se oponen… El
gobierno crea consejos de seguridad pública
en cada comunidad, bajo el control de los
priístas armados, y la policía estatal se instala
en esos pueblos para protegerlos.
Así, después de varios actos de provocación
que frustran el diálogo entre zapatistas, abejas
y priístas y cardenistas, el 21 de diciembre de
1997, los jefes paramilitares se reúnen en Pechiquil
y acuerdan atacar Acteal. Por testigos
se sabe que participan priístas de Los Chorros,
Puebla, Chimix, Quextic, Pechiquil y Canolal,
comunidades del municipio de Chenalhó.
El motivo de la decisión, alegan, es el asesinato
del hijo de un indígena “rico” de Quextic,
que curiosamente se había negado a colaborar
con los paramilitares, por lo que éstos le habían
decomisado dos armas, dinero y café.
Uno de los testigos del cónclave relata: “Ya
por la tarde estaba perfectamente planeado
lo que iban a hacer. El acuerdo fue que iban
a entrar en Acteal el lunes a masacrar a la
gente. Los jefes paramilitares dieron la orden
a toda la gente priísta y que el objetivo era
acabar con los zapatistas y cargar con todo el
café que tenían (...)”
Dos indígenas secuestrados por los paramilitares,
escapan y van a dar aviso a los desplazados.
Por la madrugada, las bases zapatistas
deciden evitar cualquier enfrentamiento y a
pie por la montaña, cientos de indígenas se
dirigen a Polhó, distante a cuatro kilómetros.
Las Abejas deciden quedarse. Alonso
Vázquez Gómez, catequista de Acteal desde
hacía 22 años, los convence de permanecer
en el campamento como señal de que son
neutrales y no son culpables de nada.
“Pensamos que era mejor no huir, sino esperar.
Si nos querían matar, sería mejor ponerse
a orar, sin tomar las armas. Los priístas nos provocaban
a que tomáramos las armas. Hubo un
asesinato en Quextic. Nos amenazaron y el 19
de diciembre tuvimos que huir de ahí. Teníamos
apenas tres días en Acteal cuando sucedió
la masacre”, cuenta Mariano Vázquez Ruiz.
“Dispararon mientras rezábamos arrodillados”. Desde el amanecer del 22 de diciembre
de 1997, los desplazados de Las Abejas
comienzan a orar en la ermita de Acteal, una
pequeña casita de madera de cinco por diez
metros, para pedir por la paz en Chenalhó;
muchos rezan en los alrededores.
Hacia las 10:30 de la mañana comienzan a
escucharse los primeros balazos, todavía distantes.
Alonso les pide trasladarse a la explanada
de tierra, a 40 metros de distancia, cerca
de cinco grandes cruces verdes de madera
que los tzotziles colocan para señalar lugares
sagrados como templos, manantiales y cuevas.
Ahí, sobre la tierra se arrodillan los 350
indígenas. Entre el humo de copal, sólo se
escucha un rumor de rezos en tzotzil, el chiporroteo
de velas y voces apagadas de niños,
interrumpido de tanto en tanto por disparos.
“La mañana del 22 yo quería salir, pero escuchamos
unos balazos y rumores de que venían
los paramilitares. Primero nos quedamos
a rezar en la ermita, después fuimos al clarito
que hay en el cafetal. Llevábamos dos días de
ayuno para que hubiera paz sin derramamiento
de sangre”, relata Mariano Luna Pérez,
quien perdió a su esposa embarazada, Juana
Pérez, y a su hijito Juan Carlos, de dos años.
No había transcurrido ni media hora cuando,
el sonido de las balas comienza a escucharse
desde varias direcciones, primero intermitentes
y luego en ráfagas. Como el terreno es
muy accidentado, los atacantes no se acercan
de golpe, disparan mientras saquean las casas
de alrededor. “Se ve que ellos mismos tenían
miedo porque se escondían mientras tiraban
hacia abajo”, recuerda Mariano Luna.
FOTO: Frida Hartz / La Jornada |
“Unos venían de Acteal el Alto y dispararon
desde arriba por la carretera, también los
que venían de Los Chorros bajaron de sus
vehículos y se internaron por la vereda que
baja; otros venían de Quextic (ubicado kilómetros
cañada abajo) y salieron por el lado
de la ermita; otros paramilitares venían de
Chimix y llegaron por el lado de Acteal centro
(por la ladera desde el norte, siguiendo
la carretera)”, explica Juana Luna Vázquez al
reconstruir el horror de ese día.
Juanito, de diez años, escapa a la muerte por
casualidad, había salido a un mandado: “Venía
subiendo por los cafetales cuando llegaron los
priístas, venían bien armados. Me preguntaron
qué hacía yo ahí y les contesté que un mandado.
Entonces me dijeron: ‘¿quiénes son esos
que están ahí abajo? (señalando en dirección a
los que rezaban). No sé, les respondí. Me pidieron
que los acompañara, no quise y me eché
monte abajo”. Las balas comienzan a sentirse
en la explanada, rebotan en el suelo y se clavan
en los árboles cercanos; entonces, una mujer
mayor, presa del terror, corre hacia donde se
ubican los primeros atacantes que saquean las
casitas de un lado de la vereda que baja de la carretera;
ahí cae sobre la hierba cerca de un árbol.
Entre los hincados caen los primeros; los
demás corren entre gritos de espanto y dolor,
se esconden brincando obstáculos, algunos
se aprietan contra los platanares que hay un
poco más abajo, otros se tiran en la hierba,
detrás de las piedras o se protegen en el tronco
de un árbol caído terreno abajo.
“Como a las 11 de la mañana empezaron
la disparazón; cuando lo vimos más cerca,
todos salimos a escondernos y es ahí cuando
nos agarraron. Las mujeres empezaron a esconderse
en las piedras, los arroyos y algunos
se fueron hasta el río. Pero a mi esposa y a
mis hijitos les tocó entre las piedras. Tuve
que salir porque ya no sabía que seguía; después
de mi esposa y de mis hijitos, pero en la
salida ya no supe donde quedaron”, recuerda
con lágrimas en los ojos Mariano Luna.
“Alonso Vázquez –recuerda su hermana
María– sólo pedía más oración y ayuno…
diciendo que ellos, los paramilitares, no pueden
matar nuestras almas, que sólo el Señor
es dador de vida. Así siguió sosteniendo su
palabra en medio de las lluvias de balaceras.
Se arrodilló diciendo: ‘te entrego mi alma no
tomes en cuenta mi pecado señor. Cuando
se levantó una bala le dio y cayó sobre su mujer
y su hijo, que habían muerto a su lado.
Según Antonio Gutiérrez, “en medio de la
tronadera, una bala atravesó a la esposa de Alonso,
matándola junto con su bebé que llevaba
en brazos. Al verla caer, Alonso fue a ayudarla.
‘Levántate mujer, mujer levántate’, pero ya no
respondió ni se movió. Se levantó con los brazos
hacia el cielo y llorando alcanzó a decir: ‘Padre,
perdónalos, no saben lo que hacen’, luego dos
balazos atravesaron su cabeza y cayó sobre ellos”.
“Las balas eran como agua”. Victorio Vázquez,
hermano del catequista, relata: “Estábamos
rezando a un lado de la ermita. Teníamos
dos días de ayuno y oración. Como a las 10:30
comenzaron los disparos. Primero se escucharon
a lo lejos. Después se oyeron en los alrededores,
hasta que los empezamos a sentir.
Todos corrimos a escondernos más abajito, en
un pequeño barranco donde nace el arroyo”.
Manuel Jiménez, de 60 años, escapa a las
balas. Sus ojos se nublan de tristeza al recordar:
“Comenzaron a disparar desde las partes
altas. Vi sus armas, eran largas. Estábamos
rodeados. La única salida era la barranca del
arroyo y por ahí corrimos’’.
Los gritos se confunden con la tronadera,
las balas levantan la tierra y las hojas y
rebotan en las piedras. Algunos corren en
dirección del arroyo por el rumbo norte,
pero se encuentran a otro grupo de paramilitares
que sube por esa ladera. El grupo más
grande, unos 250, se esconde en un pequeño
barranco donde nace un manantial de un
pequeño agujero, entre rocas y árboles. “Toda la familia se fue a esconder
detrás de una piedra. Yo quería que nos
fuéramos más lejos, pero mi esposa tenía
miedo. Tomé al niño y me alejé un poco.
La balacera nos alcanzó a todos. A mí me
dieron por muerto y me dejaron. Recibí tres
balazos, pero ninguno de gravedad”, dice
Mariano Vázquez Ruíz. Acostada sobre una
banca, herida su pierna en la huida, María
Pérez Luna, describe el horror: “Corrimos;
y la mayoría se tiró a la barranca. Ahí intentaron
protegerse de las balas, pero llegaron
los priístas a disparar. Los que se salvaron
salieron como pudieron por entre las piedras
y el lodo del arroyo’’.
“Las balas se veían como agua pasando
sobre nuestras cabezas –relata Catalina Jiménez
Luna–. Abajito había un lugar para
esconderse. Ahí fuimos. Se veía cómo los
tiros pasaban, levantaban la tierra donde pegaban.
Los niños estaban llorando, gritaban.
Los agresores nos escucharon y fueron donde
estábamos. Fue cuando nos empezaron
a disparar por parejo a todos los que estábamos
ahí. Nos mataron a todos. Yo me salvé
porque me escondí en un barranco con mi
hermanito”. Manuel, el hijo mayor de Alonso
Vázquez, un niño de unos ojos negros, penetrantes,
tuvo suerte: “Estaban disparando
desde arriba, desde la ermita y abajo de ella.
Se veía la lluvia de las balas que pasaban sobre
nosotros. Al ver cómo caían cerca de mí,
me escondí entre la maleza. Cuando ya había
muchos muertos en el suelo, un joven con un
pañuelo en la cabeza bajó y remató a los que
aún se movían o se quejaban. Ahí estaba mi
papá en el suelo, con mi mamá y mi hermanita,
sin moverse. El muchacho les volvió a
disparar; nomás se levantaban los cuerpos
con las balas. Ahí me quedé hasta la noche,
por eso conocí a varios de los agresores”.
“Hasta el ruido dolía”. Manuel Jiménez,
con sus cabellos revueltos por el sufrimiento
de toda la noche, las manos entrecruzadas,
nerviosas, dice entrecerrando los ojos tristes:
“Nos salvamos de milagro, lo tronazón estaba
por todas partes, hasta el ruido dolía (...)”
“¿Qué han hecho con las mujeres y los niños?
Llora mi corazón al ver su ropa tirada, su
sangre, sus zapatos que dejaron en la huída.
Nunca hemos visto esto; es horroroso. Estaban
drogados los paralimitares. Les pagan
cinco mil pesos y creen que el PRI es muy poderoso,
que nunca va a morir, que es como un
Dios, como el sol. Pero ya llegará su castigo’’,
señala Javier Pérez, maestro de Chenalhó.
Testimonios de los sobrevivientes indican
que los agresores son entre 60 y 90, van vestidos
con uniformes azules y negros, “como los
de la policía” y llevan pañuelos blancos en la
cabeza. Portan rifles AK-47, Uzis, R-15, entre
otras armas. Con balas expansivas, asesinan a
45 hombres, mujeres y niños indefensos y dejan
heridos a otros 16. Los agresores salen de
Los Chorros (escoltados por la policía), Puebla,
Chimix (en vehículo del municipio), Quextic,
Pechiquil y Canolal; algunos caminan por la
montaña para llegar a Acteal. Divididos en
grupos rodean el lugar y disparan desde varios
flancos. Jonás, habitante de Acteal, dio aviso
del ataque a la Diócesis de San Cristóbal:
“Cuando se escucharon los primeros balazos
tuve miedo, se oían del otro lado de la carretera. Como a las 11 de la mañana, llegaron varios
oficiales de la policía estatal. Como no hacían
nada, avisé por teléfono a la Conai (Comisión
Nacional de Intermediación)”.
“Como a las cinco y media de la tarde –relata–
dejaron de escucharse los balazos. Un
vecino nos avisó que había escuchado llantos,
que parecía que había heridos. Esperamos
media hora y decidí pedir permiso al comandante
de los policías que estuvieron todo
el día en la escuela y no hicieron nada contra
los agresores. A veces disparaban como para
que nadie se acercara al lugar”.
“El comandante (Roberto García Rivas,
hoy preso) no quiso que me acompañaran los
policías por miedo a que los mataran. ‘Gritas
Cóndor para que no te disparemos’, me
dijo. Con otros tres compañeros entramos a
la explanada junto a la ermita, había algunos
muertos, pero escuchamos lamentos y llantos.
Nos acercamos al arroyito y fue cuando
vimos a mucha gente tirada. Algunos todavía
se movían. Como pudimos sacamos a los heridos.
La policía nunca nos ayudó”.
Durante el ataque, al menos 40 policías de
Seguridad Pública permanecen a 200 metros
del lugar. También se presenta el general de
brigada DEM retirado Julio César Santiago,
coordinador de asesores del Consejo de Seguridad
Pública del estado, así como varios
comandantes policíacos. El general admite
ante el Ministerio Público haber permanecido
cuatro horas en ese lugar mientras se
produce el ataque. Ni siquiera pide refuerzos.
Entrevistado en Acteal después de los
hechos, Roberto García Rivas, ex capitán del
Ejército y primer oficial de la policía, acepta
haber estado ahí durante la matanza. Dice
que los policías se colocaron pecho tierra y
dispararon intermitentemente hacia el lugar,
pero que no intervinieron. “¿Qué tal si nos
matan? Por eso no nos acercamos; de tontos
vamos allá”, dice con un desparpajo increíble.
El comandante acepta que haber informado
a sus superiores y que recibió instrucciones
de no intervenir. Tal cual.
*Muchos de estos testimonios, incluyendo el del comandante
policíaco pueden verse en video en YouTube:
http://www.youtube.com/watch?v=jfQSrte37tw
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