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Comedores populares en el DF
Lourdes Edith Rudiño Con el programa de Comedores Populares, que nació este año, cada día en la ciudad de México 60 mil personas tienen asegurado su plato de comida –con sopa, guisado, frijoles, tortillas, agua de frutas y postre– a un precio de diez pesos o incluso gratis, y con ello el gobierno del Distrito Federal afirma atender el derecho a la alimentación que la Constitución consigna. Pero esta cantidad de platillos se queda corta ante las necesidades de los pobres o indigentes de la capital, pues cuando menos tendría que duplicarse para cubrir así todas las colonias de alta o muy alta marginalidad, que son 600. Hoy tales comedores suman 300 y cubren la mitad del mapa territorial de la pobreza en la capital. Las comidas se sirven en los llamados comedores populares (que suman 50, están en instalaciones y edificios públicos, con comida gratuita que se elabora en tres grandes cocinas ubicadas en Gustavo A. Madero, Iztacalco y Xochimilco, y en muchos casos atienden a gente en situación de calle); también se ofrece a diez pesos en los comedores comunitarios (160, donde los propios vecinos elaboran la comida, han sido dotados con mobiliario y enseres y reciben quincenalmente alimentos no perecederos financiados por el gobierno del Distrito Federal) y en 90 comedores que ya existían desde antes del programa, en manos del DIF, y que dan la comida sin costo. Cada comedor sirve 200 platillos diarios; la gente se forma, y entre las 14:00 y las 16:00 horas hay tres o hasta cinco tandas. Los beneficiarios son fundamentalmente personas de la tercera edad, niños y niñas –muchos y con mucha hambre–, personas discapacitadas y personas de edad madura con ingresos sumamente precarios.
“Vengo aquí desde hace 15 días. Tengo 74 años de edad, mi esposa está diabética, la atienden en el ISSSTE, pero la enfermedad genera muchas complicaciones y gastos. No tengo empleo desde hace cinco años. Yo era policía, me pensionaron pero con sólo cuatro mil pesos mensuales. Hoy tejo bufandas, una cada dos días; las vendo a cien pesos cada una. No busco otro trabajo porque mi edad avanzada es un obstáculo”, dice Jerónimo Bautista López, quien alcanzó a entrar en la primera de tres tandas de comidas en el comedor popular ubicado en el centro cultural Faro de Oriente, en avenida Zaragoza. Ese día don Jerónimo comió arroz con epazote, mixiote de pollo con nopales, tortillitas, frijoles negros, agua de sandía y un trozo de papaya. El comedor es pura algarabía, hay música y predominan los pequeños, muchos que toman cursos de computación, pintura, alebrijes, o incluso robótica, en el centro cultural. Pero se ven también caras de preocupación y no es para menos. El desempleo y la precariedad económica están a la vista. A este comedor, vecino de la cárcel de Santa Martha Acatitla, acude sobre todo gente que vive en la unidad habitacional Solidaridad, pero también de otras dos unidades, La Concordia y Fuentes. Dice Noemí Domínguez, de 48 años de edad: “Vengo aquí hace cuatro días. Desde hace un año estoy desempleada. Antes trabajé durante 18 meses en una empresa de medicamentos; mis contratos eran mensuales, y cuando vieron que empecé a faltar –pues empecé a tener problemas renales– suspendieron los contratos. Cuido a uno de mis siete nietos, de 12 años de edad, que entró en la secundaria, es como mi hijo; me sostengo con el apoyo que me dan mis hijos, pero es muy poco, apenas unos mil 500 pesos al mes; ellos tienen sus propias responsabilidades y no pueden darme más; para colmo uno de mis hijos quedó desempleado hace tres meses, era cajero en un hotel, y no ha logrado colocarse. “Yo no busco trabajo porque mi enfermedad del riñón me lo impide y además, junto con mis hermanas, atiendo a mi mamá que tiene también afecciones renales. Me preocupa la carestía. Antes con 50 pesos hacía yo mi gasto diario, pero hoy sólo me alcanza para tortillas, huevo o un kilo de retazo de pollo, unas verduritas y nada más. No alcanza para aceite o azúcar. Yo hago todo lo posible para que mi nieto vaya más o menos comido a la escuela, que no coma chatarra, pues tengo muy presente cuando yo era niña, que éramos nueve hermanos, no teníamos una alimentación adecuada y por eso en la escuela no nos entraba nada, no aprendíamos nada, No aproveché la escuela”. César Cravioto, responsable del Comedores Populares del gobierno del DF, comenta que el presupuesto que cuenta este programa es de 110 millones de pesos (que financian los 160 comedores comunitarios y los 60 populares; los del DIF tienen su recurso aparte). Y este dinero “no es nada, si vemos que estamos garantizando una comida bien balanceada durante cinco días a la semana a gente vulnerable en la situación actual de crisis económica”. El gobierno del DF está buscando que las delegaciones políticas establezcan comedores públicos dentro de sus instalaciones y también se explora la posibilidad de ampliar el presupuesto público para cubrir territorialmente a todas las 600 colonias clasificadas con alta y muy alta marginalidad. Eso implicaría duplicar prácticamente el programa. “El gobierno de la ciudad está verdaderamente preocupado porque en esta crisis la gente más pobre no salga más afectada de lo que ya está siendo. Y por eso este programa. En momentos como el actual es cuando los gobiernos deben volcarse en apoyar a la gente más necesitada y así lo hacemos en la ciudad y nos gustaría que los demás, gobiernos federal, estatales y municipales hicieran lo mismo; que pusieran sus comedores populares. Garantizar el derecho a la alimentación está en la Constitución. Pero a veces no está en las prioridades presupuestales. En el gobierno del DF sí es prioridad”. Martha Iturbe y Sánchez es una señora de 74 años. Se ve bien vestida y con un nivel económico superior al del resto de los comensales, pero también sufre la crisis. Ella ha acudido al comedor de Faro de Oriente desde julio. Consigna: “Una vecina me avisó. La situación económica está muy difícil. Y dije si ese es el modo, me anoto y estoy muy agradecida pues dan muy buen servicio y muy buena comida y muy limpia. Tengo la tarjeta alimentaria de López Obrador y tengo una pensión, que sin ánimo de ofender es de cinco centavos. Me dan dos mil o 2 mil 200 pesos mensuales aunque hubo un error desde que me la asignaron, pues debería ser por lo menos de cuatro mil o cinco mil. Yo fui telefonista de una empresa privada en la hotelería. Mis hijos tienen su vida, sus hijos y sus propios gastos. Aunque quisieran ayudarme no pueden. El comedor es una gran ayuda”. |