La enseñanza de la danza
a danza, como toda disciplina artística, requiere para su enseñanza de un código y metodología adecuados para lograr los objetivos propuestos, y es aquí donde surgen un sinnúmero de interrogantes: ¿bailar perfecto?, ¿desarrollar cuerpos ideales?, ¿propiciar talento?, ¿animar a la creatividad?, ¿qué cosas saber comunicar?
Naturalmente que su estudio dista mucho del de los licenciados en ingeniería, biología, leyes, medicina o filosofía y letras, entre otros. En danza, graduarse de licenciado en los múltiples aspectos que requiere no garantiza talento ni creatividad. Sin embargo, para ser un buen bailarín sin lugar a dudas se necesitan condiciones físicas y habilidades natas de oído y manejo en el espacio. En otras palabras, se nace con el talento y las habilidades.
Muchos dicen que la danza, como la música, el canto o la pintura, es un don natural, un don que se habilita, se desarrolla, se educa, pero no se otorga, no se inventa, es nato, está. Un buen profesor sabría como encauzar dicho talento.
Otros en cambio, por ignorancia, frecuentemente no saben qué hacer con pupilos tan talentosos, y los encasillan en los códigos académicos e impiden el desarrollo de la curiosidad, la libertad creativa, las posibilidades inmensas del artista verdadero.
Hay también quienes dicen que México es país de bailarines y que la mayoría son afeminados, otros desnudistas y, en general, un montón de pobretones. Algunos saben que la danza se encuentra enclavada en el alma nacional, y otros preguntan por qué diablos durante la historia de la educación artística en el país, y pese a lo que se ha gastado y se sigue gastando, aún no ha surgido la figura de calibre mundial en este arte, esa figura que signifique un orgullo y bandera de la cultura nacional.
Enseñar es un acto de generosidad, de amor
y aprender, un acto de humildad, de sed inmensa del conocimiento, de la necesidad urgente de dar, de expresar.
Son aspectos que raramente se explican en la educación piramidal, autoritaria y vertical acostumbrada en el país, desde sus orígenes más dolorosos y remotos, como en la Conquista y Colonia española.
Es conocido el antiguo precepto: Saber de danza es conocer el sentido de la vida
. ¿Cómo podría un maestro licenciado
en técnica académica o en coreografía, entre muchos otros temas, transmitir a sus alumnos un sentido de la vida que le permita afirmar su personalidad, su libertad creativa sin la cortapisa de un criterio elemental? ¿Cómo se podría enseñar a los niños y jóvenes a pensar, a interrogar y descubrir?
No es difícil prever el trayecto y la ruta de cientos de generaciones inmoladas en el fuego de la realidad, las carencias, la pobreza y la desilusión. ¿Hasta dónde llegarán? ¿Cuál será su destino? ¿Entregarse a éste o aquel otro grupo por amor al arte
? ¿Engordar el presupuesto de los afortunados que lograron amarrarse de por vida al presupuesto nacional?¿Cuánto tiempo dura un bailarín y cuánto los maestros y coreógrafos? ¿Cuántos alumnos se inscriben? ¿Cuántos se gradúan? ¿Cuántos trabajan en su profesión? ¿Cuántos maestros están en activo?
Multitud de interrogantes saltan a la vista y continuamos aprendiendo por error y eliminación hasta el infinito. Buena sería una labor de planificación educativa y profesional en los campos de trabajo existentes para los egresados, víctimas, tal vez, de un sistema en el que urgen las reformas educativas en todo el país, en el que obviamente se ha optado por hacerse fósiles y no mover ni una hoja de los intereses creados, lo cual sin duda es delicado.
Hoy la dialéctica del tiempo ha desarmado por completo todo credo único e inamovible. La Graham, la más ortodoxa de las técnicas de danza contemporánea, invadida por otras corrientes y nuevas modalidades, tiene un poco de todo. Ahora es también teatro, acrobacia, circo, maromas, efectos, técnica computarizada y todo lo que pueda ser un vehículo libre de expresión.
Los ortodoxos han pasado a la historia y personas o grupos que no se adapten y comprendan la nueva realidad están ya en el pasado. Hay que aprender la lección y planear el futuro, no desperdiciar el esfuerzo de cientos de bailarines que no saben expresarse por sí mismos; es urgente dar apoyo a nuevos valores, les toca el subsidio.
Cada compañía es una torre de marfil, una fortaleza inexpugnable en su complicada trama burocrática oficial estacionada en el pasado, sin haber preparado una continuidad, como hizo el célebre coreógrafo Merce Cunningham, inteligentemente previsor y generoso, quien antes de morir a los 90 años dejó un legado de orden y planeación de su compañía y obra, con el propósito de que los años de búsqueda, esfuerzo y presupuesto no sean devorados por el olvido y la decadencia.
Urge un cambio de actitud hacia la comunidad dancística. Basta de mitología y retórica. Hay que abrir compuertas y buscar nuevas realidades, intentar otros conceptos, escuchar otras voces en los procesos de enseñanza-aprendizaje. Educar para aprender sin soberbia en la utopía de la renovación de la danza.