stos días me enteré por varios periódicos nacionales y españoles que la Secretaría de Educación Pública (SEP) es una gran productora de piratería. Y de piratería a gran escala, elaborando y haciendo circular millones de ejemplares ilegales como los que generan esos grupos que actúan al margen de la ley y son perseguidos por la policía.
La SEP se pirateó, sin hipérbole, los derechos de un artista invirtiendo la imagen de una de sus pinturas, agregándole el fragmento de otra, también pirateada, para crear
con ese collage una tercera obra que aparece en los libros de sexto año de primaria. Es como si pusiéramos a gravitar alrededor de El hombre en llamas, de Orozco, impreso de cabeza, las famosas Sandías de Tamayo para hacer, en un rapto de supremo ingenio a la mexicana, otro mural.
¿La institución encargada de proteger los derechos de autor y de educar al futuro de México (así llaman a los niños en los discursos oficiales) no respeta a unos ni otros?
Pero los actos de piratería institucional según intelectuales, pedagogos y maestros, no se limitaron a violentar el mural de Iker Larrauri El paso de Bering, sino también a pretender modificar nuestro pasado al excluir, en el libro de historia de quinto año de primaria la conquista y la Colonia, dos episodios fundamentales en la historia de México. Más de 300 años borrados en aras de la modernidad educativa.
Los funcionarios de la SEP se defienden diciendo que esos periodos de nuestra historia nacional se tocarán en otros grados… Y la verdad tienen razón: esos sangrientos momentos de nuestra historia son tema obligado en las preparatorias y universidades. Lo malo es que la presente generación de alumnos que no lleguen más allá de la primaria aprenderán, al parecer, una historia mocha, como el águila mocha del sexenio de Vicente Fox.
¿Se imagina si estos expertos de la SEP tuvieran a cargo escribir la historia del pueblo judío? Probablemente excluirían de sus programas de estudio el Diario de Ana Frank y reducirían el Holocausto a unas cuantas líneas similares en número a las que ha sido reducido el movimiento estudiantil de 1968 en los libros de texto de la SEP.
Según el titular de la Secretaría de Educación Pública, son los medios informativos los responsables de la supuesta confusión respecto de los libros de texto. Como su jefe el presidente Calderón y como el ex presidente Fox, piensa que los mensajeros son los culpables. ¿No convendría que en un ejercicio de transparencia y en honor a Demóstenes y a los estudiantes de primaria los funcionarios de la SEP hicieran públicos programas de estudio, bibliografías, escritores, consultores y especialistas a quienes se recurre en la tan delicada tarea educativa? Si nada malo se esconde, ¿por qué no abrir la mano y mostrar lo que se tiene? ¿Los funcionarios de la SEP terminarán limpiando la imagen de la Iglesia católica imprimiendo en los libros de texto que ni Miguel Hidalgo ni José María Morelos murieron excomulgados, como ahora nos quiere hacer creer la Arquidiócesis de México, contraviniendo el aluvión de maldiciones que nos traen las evidencias históricas mismas?
Es verdad que sin pasado no hay futuro. También que sin punto de partida no hay destino posible. Tal vez por esa falta de visión de país buena parte de los funcionarios de la actual administración vivan dando tumbos con cargo al presupuesto y a costa del futuro de un país que ni siquiera imaginan.