Como pocas veces, el artista habló de su larga trayectoria, sus intereses y amigos
El pintor y diseñador gráfico acudió al ciclo Ven a tomar café con... que organiza el museo
Domingo 30 de agosto de 2009, p. 3
Hombre reservado, de pocas palabras, generalmente reacio a las entrevistas, Vicente Rojo se sobrepuso ayer a su proverbial timidez y habló de su larga trayectoria, de su llegada a México, de su obra, de sus amigos y de sus múltiples intereses artísticos.
Sí, habló como pocas veces, largo y tendido, para beneplácito de quienes asistieron a la sala Federico Gamboa del Museo de Arte Moderno (MAM) a escuchar la charla del pintor y diseñador, dentro del ciclo Ven a tomar café con...
Con el director del MAM, Osvaldo Sánchez, como interlocutor, y ante una audiencia numerosa y variada en edades, Vicente Rojo (Barcelona, 1932) recordó los años de su llegada a México, en 1949; sus primeros estudios y su trabajo como asistente de Miguel Prieto, republicano español exiliado, encargado de diseñar la primera imagen oficial del Instituto Nacional de Bellas Artes, y a cuyo lado Rojo obtuvo un aprendizaje decisivo para su futura labor como diseñador gráfico.
Afortunadas evocaciones
Con él aprendió la democracia visual
, porque ponía el mismo empeño y cuidado en el diseño de una catálogo de, por ejemplo, Diego Rivera, que en el de un boleto de entrada a un museo.
Evocó en seguida los años de su participación en el diseño y elaboración del suplemento México en la cultura, que dirigía Fernando Benítez para el periódico Novedades, y que después se llevó a la revista Siempre! bajo el nombre de La cultura en México.
Son tan escasas y breves la charlas públicas ofrecidas por Rojo, que la de ayer en el MAM habrá de ser, junto con otros materiales y entrevistas, referencia obligada a la hora de contar lo que ha sido la historia de las artes visuales, del diseño gráfico, de la literatura, y en general de la cultura en México, durante la segunda mitad del siglo XX.
Imposible glosar en unos cuantos párrafos la historia presenciada y protagonizada por Rojo –también diseñador de la imagen y del logotipo de La Jornada– y resumida en algo más de hora y media de conversación: su primera exposición, a los 27 años; el porqué de su tendencia a trabajar en series; de su gusto por la música de Bach tanto como por el mambo de Pérez Prado; de la generación de la ruptura, a la que pertenece; de la fundación de Ediciones Era, donde se publicó la colección de reportajes de Fernando Benítez, Los indios de México; de su trabajo y relación con Octavio Paz; de la realización de la portada para la primera edición de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y de Bajo el volcán, de Malcom Lowry; de su trato con Salvador Novo, con Luis Cardoza y Aragón, con Rufino Tamayo y José Luis Cuevas; de sus trabajos de diseño de créditos y letreros para películas como En este pueblo no hay ladrones, Tiempo de matar, Calzonzín inspector, o del diseño de la escenografía para montajes de Juan Ibáñez y Alejandro Jodorowsky.
Al referirse a la importancia del paisaje en su trabajo pictórico, confió a su audiencia que uno de los más importantes en su vida y en la definición de su trabajo estético es el del valle de Cholula, con tiempo lluvioso: ese día germinó en su mente una de sus series más célebres: México bajo la lluvia.