Amigos de quien documentó la identidad de Chiapas recuerdan su talento y humanismo
En el futuro se descubrirá el verdadero genio de la fotógrafa Marcey Jacobson
Sus imágenes eran tomadas con el alma, con amor
, afirma su colega Cisco Dietz
La gracia que me ha salvado la vida es la comunión con la gente, con la naturaleza, decía Jacobson Foto del archivo de Cisco Dietz
Lunes 24 de agosto de 2009, p. a12
San Cristóbal de Las Casas, Chis., 17 de agosto. Yo ya estaba viendo fotos del mundo antes de hacerme fotógrafa
, afirmaba Marcella Jacobson, y todo mundo estaba de acuerdo con ella. La fotógrafa estadunidense murió el pasado 26 de julio, a la edad de 97 años, en esta ciudad.
“El ojo de Marcey era extraordinariamente natural –sostiene Cisco Dietz–; no pertenecía a ninguna escuela, era original. Su fotografía era tomada con alma, con amor.”
Dietz, de Los Ángeles, California, es fotógrafo y dueño de la galería Studio Cerrillo. “Durante 15 años conocí a Marcey. Nuestra relación fue la fotografía, sosbre la que tuvimos muchas conversaciones. Todo el tiempo me decía: ‘yo no soy fotógrafa, no estudié eso; es mi pasión por documentar la vida en Chiapas’.
“Mi relación se reafirmó muchísimo cuando curé su exposición 50 años en Chiapas, para la asociación Na Bolom. Busqué en todos los archivos para seleccionar las imágenes, fui la primera persona a la que permitió entrar en su cuarto oscuro para investigar sus orginales; en todos sus negativos existe información precisa sobre la luz, la apertura, la velocidad; también indicaba cuando usaba agua de lluvia para revelar y, desde luego, el lugar y la fecha de la imagen.
“Marcey era un genio de la fotografía –considera Cisco–; conocía el momento exacto para tomar la foto, y su estilo consistía en que sólo tomaba una, cuando la mayoría de los fotógrafos toman 10 o 20.
Paraíso personal
“Tiene una llamada Árbol Y, porque el árbol tiene esa forma a la que consideraba la más perfecta. Adoraba el cuarto oscuro; ‘entro a un mundo diferente, olvido todo, este cuarto es mi paraíso’, decía”.
Marcey Jacobson tuvo dos exposiciones en la galería Studio Cerrillo: la primera en 2006, sobre músicos de Chiapas, y la segunda en 2007, titulada Chiapas es mujer.
“En el futuro –comenta Cisco–, cuando Na Bolom o alguna otra organización imprima la obra de Marcey, es posible que se encuente su verdadero genio y lo excepcional de sus imágenes. Tenía sensibilidad para tomar la foto en el momento perfecto, y solamente capturaba una.”
Ámbar Past, poeta, fundadora del Taller Leñateros, dice de Jacobson: “Cuando hablo de ella siempre digo que era mi amiga, comunista, gay, fotógrafa, de origen judío, humanista. Marcey nació en una familia muy pobre de inmigrantes rusos, en el Bronx de Nueva York; me contaba que era niña de la calle (quedó huérfana a muy temprana edad). Me platicaba cómo jugaba pelota con los muchachos en terrenos baldíos, que a veces le robaban las papas al verdulero para asarlas en una fogata, como en una escena de Los olvidados, de Buñuel”.
Ámbar recuerda que la fotógrafa viajaba mucho a los Altos de Chiapas, con Gertrudy Duby y con Calixta Guiteras, y que fue comadre de Miguel Comate, maestro de ritual y músico de San Pedro Chenalhó.
El actual, hijo de Miguel es ahijado de Marcey.
Defensora de la justicia
Past también cuenta que “era una persona muy sencilla, sin ningún afán de sobresalir. Era miembro del Partido Comunista en Nueva York; participó en manifestaciones en favor de los Rosemberg, que fueron acusados de espías y ejecutados durante la época del macartismo.
“Siempre fue de ideas comunistas, defensora de las personas que menos tienen y en favor de la justicia. Siempre leía La Jornada y The Nation... y a los 91 años aún manejaba su auto.”
Ella y Janet Marren, su compañera, fueron mis primeras amigas aquí, en San Cristóbal, en 1979
, recuerda Irene de Suárez Oberstenfeld (Kiki Suárez), pintora y dueña de La Galería.
A Marcey la recuerdo más como amiga que como fotógrafa, me llevaba muchos años y nunca sentí la diferencia; decía que la edad no existe. Podía hablar de todo con ella: de política, de cosas emocionales, porque era muy abierta, le gustaba mucho escuchar y sabía hacer las preguntas indicadas, a veces me sentía incómoda al hablar con ella, porque le daba al clavo.
Kiki Suárez afirma: Tenía muy buen ojo; el valor de sus fotos es histórico, capturó momentos de un tiempo de la ciudad
.
Rememora una exposición montada en La Galería en agosto de 1994, fotografías de Marcey Jacobson tomadas en San Cristóbal de 1960 a 1981, donde justamente vemos el paso del tiempo en esta ciudad.
La misma autora escribe en su libro La carga del tiempo: “Mi reciente exposición reveló el paso del tiempo al presentar fotografías contrastantes, en pares de ‘entonces’ y ‘ahora’ de la ciudad... Se ha perdido tanta belleza para beneficiar al ‘progreso’. Los antiguos molinos, que servían para moler trigo, han caído en el abandono, y los campos donde crecía trigo y maíz están cubiertos de casuchas. El río, que antes estaba sombreado por ramas de robles vivos, no es más que una zanja barrosa”.
Continúa: “En verano, cuando por primera vez comencé a pensar en este libro, me pregunté si había algo en común en la diversidad de mis fotografías. Entonces me pregunté qué era lo que estaba realmente buscando. La gracia que me ha salvado la vida –y la mayoría de las otras vidas– es la comunión con la gente, con la naturaleza, con algo que va más allá del tiempo. Eso es lo que trato de capturar en cada foto que tomo. Siempre hay una ventana, una puerta, una vereda hacia el quieto centro”.