Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Pérez-Reverte: con el corazón desbocado
JORGE A. GUDIÑO
El alfabeto de Babel
SALOMÓN DERREZA
Sergio Ramírez: de una tierra de pólvora y miel
RICARDO BADA
Siete mujeres y Picasso
HÉCTOR CEBALLOS GARIBAY
Rius: 75 años en su tinta
JUAN DOMINGO ARGÜELLES entrevista con EDUARDO DEL RÍO
Juana de Ibarbourou: 80 años de Juana de América
ALEJANDRO MICHELENA
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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
Corporal
MANUEL STEPHENS
El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO
Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA
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Felipe Garrido
Casorio
¡Lo que son las desgracias, señor! Primero fue la muerte de don Matías, tan repentina, y luego el joven Alejandro: paralítico lo trajeron de la sierra, ¡el mismo día!, que por unos gases que la mina desprendía. La verdad es que la boda podía haberse aplazado unos meses, pero la viuda de don Matías, la madre de Alejandro, no quiso ni siquiera discutirlo. ¡De palo fierro era aquella mujer! ¡De roca tenía las entrañas! Fue preciso guardar lo que ya tenía la niña Tere y coser de nuevo el vestido, bordar otras sábanas, conseguir medias, velos, zapatos... De luto riguroso entró la niña a la iglesia: ¡una Dolorosa parecía! Y el novio en unas andas que dos amigos le armaron con los brazos. Negros los azares, negros los cirios, negra la ropa que cubría el lecho nupcial. Y mientras las primas mayores instalaban a Alejandro entre los almohadones negros, Teresita sacó unas muñecas que tenía bajo la cama, cubrió de besos sus tocas negras y se puso a jugar. |