Moscú decidió realizar el operativo sin coordinarse con 20 países que buscaban la nave
La impresión es que estaba más interesado en recuperar la carga que en salvar a la tripulación
Viernes 21 de agosto de 2009, p. 23
Moscú, 20 de agosto. Los presuntos ocho piratas que exigieron un millón de euros de rescate por el carguero Arctic Sea pasarán esta noche en la prisión moscovita de alta seguridad de Lefortovo, mientras 11 de los supuestos plagiados –¿o cómplices?–, de los 15 miembros que componían su tripulación rusa, lo harán en una casa vigilada, ambas moradas involuntarias al cuidado del Servicio Federal de Seguridad de Rusia (FSB, por sus siglas en ruso), dependencia sucesora del KGB soviético.
Los mejores agentes del FSB interrogan a unos y otros para tratar de averiguar qué ocurrió en realidad desde que, el pasado 24 de julio, en aguas territoriales de Suecia, ocho hombres armados –cuatro ciudadanos de Estonia, dos de Letonia y dos de Rusia, al parecer todos con un largo historial delictivo– abordaron el buque mercante que, bajo bandera de Malta y con tripulantes rusos, zarpó de un puerto de Finlandia para llevar un cargamento de madera a Argelia.
El Arctic Sea, a bordo del cual se encuentran sólo el capitán, el segundo oficial y dos mecánicos, se dirige hacia el puerto ruso de Novorrosisk, en el mar Negro, escoltado por buques de guerra de la Armada rusa.
Al menos, esta es la versión oficial de un caso que llegó a generar las más diversas especulaciones –algunas inverosímiles o dignas de un guión hollywoodense– y que sigue rodeado de misterio, pues hasta para traer a un reducido grupo de personas desde el archipiélago africano de Cabo Verde, en el Atlántico, el ejército ruso utilizó tres aviones pesados IIyushin-76 capaces de transportar 40 toneladas de carga cada uno.
Los aviones aterrizaron hoy en el aeródromo militar de Chkalov, en las afueras de la capital rusa, y de uno descendieron los ocho detenidos y sus custodios; de otro, los 11 tripulantes del carguero y varios agentes del servicio secreto ruso; y del último, unas cuantas personas más, presumiblemente los funcionarios del FSB a cargo de la investigación.
Hace unos días, tras ubicar al carguero en el Atlántico, a 550 kilómetros de Cabo Verde, unidades de élite de la Armada rusa sometieron a los secuestradores, en un operativo no coordinado con la veintena de países implicados en las labores de búsqueda, lo cual provocó más suspicacias que aplausos al dar la impresión de que a Rusia le importaba más recuperar la carga que liberar a la tripulación.
Y el problema es que, se mire por donde se mire, el precedente del Arctic Sea es grave de suyo: si no se trata de tráfico ilegal de armas, sustancias radiactivas o drogas, sería el primer caso de piratería en aguas territoriales de un país de Europa.
En este segundo supuesto, la geografía de los plagios de embarcaciones mercantes para exigir rescate, hasta ahora restringida prácticamente al Cuerno de África y el sureste de Asia, se podría extender a todo el mundo, empezando por una zona patrullada día y noche por buques de guerra y aviones de combate tanto de la Organización del Tratado del Atlántico Norte como de Rusia.
El hermetismo de las autoridades rusas no contribuye a despejar una duda esencial respecto de si la desaparición del Arctic Sea, cuyo rastro se perdió el 28 de julio tras mantener su último contacto radiofónico cuando cruzaba el paso de Calais, en el Canal de la Mancha, se debió a un acto de piratería, con o sin complicidad de parte de la tripulación.
Por el contrario, al no permitir a los tripulantes hacer declaraciones a la prensa, invocando el secreto del sumario para no entorpecer las investigaciones, el FSB da veracidad a cualquiera de los rumores que involucran a Rusia en un asunto turbio, aunque en realidad nada tuviera que ver.
Cuesta creer que una operación tan delicada como sería el tráfico ilegal de armas, por utilizar como ejemplo esta especulación alimentada por el manejo informativo del FSB, se encomendara a una tripulación normal
y no a un grupo especialmente adiestrado de los servicios secretos rusos, que para empezar hubiera opuesto resistencia al asalto de ocho piratas.
Sin embargo, mientras las autoridades rusas no esclarezcan el misterio del Arctic Sea, seguirá circulando ampliamente la especie de que el carguero llevaba misiles crucero (que podrían tener varios países de la antigua Unión Soviética), no muy modernos pero con capacidad suficiente como para provocar un serio conflicto armado en Medio Oriente y, con ello, hacer que se volvieran a disparar los precios internacionales del petróleo, un escenario indispensable para reanimar la economía de Rusia.
Pero esa versión es tan válida como podría serlo cualquier otra –por descabellada que parezca– hasta que este país presente un informe detallado y convincente acerca de qué ocurrió en realidad.
Mientras no lo haga, lejos de quedar eximida de cualquier responsabilidad al capturar a los supuestos piratas, la sombra de la duda seguirá cayendo sobre Rusia.