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Crisis de precios Hugo Alonso García Rañó Recientemente la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) dio a conocer sus perspectivas sobre la situación alimentaria en el mundo y consideró que la tendencia de los precios de los alimentos, particularmente de los granos, es hacia la baja, como resultado de dos años de buenas cosechas. Pero aun cuando en el escenario global exista una mayor cantidad de alimentos; en los países en desarrollo los precios se mantendrán altos. La explicación, aparentemente simple por parte de la FAO , es la falta de canales de comercialización que garanticen un eficiente suministro de alimentos en los países que dependen de las importaciones. Las implicaciones que ello tiene rebasan por mucho la estrecha visión de la FAO y de otros organismos internacionales. Esto se puede observar en el caso de México. Entre 1999 y 2009 la producción de maíz creció gradualmente, en 30 por ciento, y alcanzó 22 millones de toneladas (de acuerdo con publicaciones de la Secretaría de Agricultura). No obstante, las importaciones se elevaron en 80 por ciento, a nueve millones de toneladas. Aunque aumentó la cantidad de grano disponible, continuamos pagando precios altos por la comercialización y venta final de maíz. Usted se preguntará ¿cómo puede ser esto? ¿Acaso no fue el argumento oficial durante la crisis del maíz en 2007 que el precio de la tortilla tenía que subir en respuesta al precio internacional del grano? Ahora que el precio internacional ha bajado 37 por ciento ¿por qué el gobierno federal mantuvo el acuerdo de incrementar el precio de comercialización de maíz? (La Jornada, 02/05/2008), cuando esto perjudicaba al consumidor final, al productor y algunos de los vendedores de tortilla.
Se permitió que el precio de comercialización de maíz se incrementara 37 por ciento en los 12 meses recientes, por encima de los tres mil 900 pesos por tonelada –lo cual garantizó los márgenes de ganancia de comercializadores–, mientras que el precio pagado al productor se determinó con la referencia de la cotización internacional, y el precio de la tortilla se ha fijado sólo en las zonas donde la Procuraduría Federal de Protección al Consumidor (Profeco) mantiene control. Tenemos más grano disponible, los precios internacionales están bajando, pero seguimos pagando precios altos para garantizar el suministro de alimentos. ¿Es en verdad la falta de canales de comercialización lo que explica esto? Considérelo usted. Durante el 2008 las importaciones de maíz sumaron 9.1 millones de toneladas, de los cuales 8.5 millones fueron de maíz amarillo. Estas compras tienen como objetivo cubrir la falta de producción nacional que, de acuerdo con la Secretaría de Agricultura, es menor a un millón de toneladas; mientras que si nos referimos a los resultados del reciente censo agrícola del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, Inegi (dado a conocer en abril de 2009), las importaciones serían complementarias de la producción nacional de maíz amarillo, que asciende a poco más de cuatro millones de toneladas. La discrepancia no es poca. Y la realidad es todavía más distante: importamos 30 por ciento de la oferta total de maíz que es de 31 millones de toneladas (producción más importaciones); de esta oferta total se comercializa el 60 por ciento, esto es entre 18 y 20 millones de toneladas; esto significa que las importaciones representan casi 50 por ciento del grano comercializado (en comparación con 25 por ciento una década atrás). Se ha dado preferencia a la importación del grano como un instrumento que permite agilizar la comercialización, en beneficio de un grupo de comercializadores e industriales, en lugar de impulsar el aprovechamiento de 10 millones de toneladas que no entran en el circuito comercial y que son producidos, principalmente, por pequeños productores. Tras la crisis del maíz hemos optado por la dependencia de las importaciones como un mecanismo para garantizar el abasto de grano aceptando el costo que esto implica en términos económicos y sociales. La aparente estabilidad en la demanda de maíz amarillo para agrocombustible no significa que podamos prevenir un escenario como el de 2006, de desbalance en la oferta del grano, ni sus consecuencias sobre los precios y los volúmenes comercializados de maíz ( La Jornada del Campo, 12/06/2008). ¿Es posible continuar pensando en el futuro sin reflexionar sobre las lecciones del pasado?, ¿usted qué cree? Investigador del Programa sobre Ciencia, Tecnología y Desarrollo de El Colegio de México
Chiapas Maíz criollo orgánico Emanuel Gómez Cada año Chiapas ocupa el tercer o cuarto lugar como productor de maíz de México, el primero o segundo en riqueza biológica, hídrica y patrimonio cultural. Tierra rica y pueblo pobre: las condiciones de explotación, los programas de ganaderización y desmonte del trópico húmedo, la urbanización cada vez más acelerada y la explotación desmedida de sus recursos han llevado a la tierra de los antiguos pueblos del maíz a ocupar cada año, desde hace décadas, el primero o segundo lugar en pobreza extrema, desastres ambientales, conflictos políticos y, recientemente, expulsión de población migrante. Doscientas mil familias integradas por cinco a diez hijos por mujer en edad fértil dependen del maíz de autoconsumo, de la madera de monte para cocinar, de los ríos –regados por plaguicidas y drenaje– para abastecerse de agua, todos los días. La tierra resulta ser insuficiente: una hectárea por familia en promedio, donde se siembra maíz, frijol, calabaza con el sistema tradicional milpa, que desde hace siglos, y pese a las políticas de liberación comercial, sigue siendo base de la economía campesina y fuente de diversidad biológica local. La milpa en riesgo. Ante la reducción de bosques y selvas, se calcula que en menos de 30 años (una generación) los únicos ecosistemas que sobrevivan serán las unidades de producción campesina: las milpas, los cafetales y potreros, pero el uso indiscriminado de fertilizantes, plaguicidas, herbicidas, semillas híbridas y ahora transgénicas hace evidente que estos agroecosistemas también están en un deterioro acelerado. El sistema milpa, subsidiado por programas como Maíz Solidario y Alianza para el Campo con paquetes tecnológicos de fertilizantes, herbicidas y semillas híbridas, requiere su transformación a la producción orgánica de semillas criollas. Las semillas híbridas hacen dependiente al campesino de las empresas y de los programas que les surten este insumo. Incluso con el Programa Especial de Seguridad Alimentaria (PESA), se promueve la distribución de semillas híbridas de Quality Production Maize (QPM), que los campesinos aceptan sin saber que si estos granos reemplazan las semillas criollas o nativas, aumentan los costos de producción y la dependencia de empresas o programas de gobierno que les regalen las semillas. Es tan absurdo como pensar en sustituir agua por refrescos, y regalar el popote.
Estrategia orgánica. Ante este escenario, los productores de regiones indígenas como Los Altos, Fronteriza, Selva y Sierra Madre de Chiapas han promovido desde 2003 la transición del autoconsumo a la agricultura orgánica. La base es el reconocimiento del trabajo campesino de selección de semillas, conocido técnicamente como fitomejoramiento y sistematizado como metodología por técnicos del Instituto Nacional de Ciencias Agrícolas de Cuba (INCA) con el nombre de fitomejoramiento participativo. La Red Maíz Criollo, integrada por organizaciones de productores de todo el estado, ha impulsado desde 2007 que el programa Maíz Solidario se transforme de ser un esquema de distribución de agroquímicos a ser parte del proceso de transición a la agricultura orgánica y se articule con otros programas en una estrategia integral sintetizada en el documento “Iniciativa popular maíz criollo Chiapas”, entregada a las dependencias de gobierno en marzo de 2008 y respaldada por más de 20 organizaciones y seis mil 500 campesinos. La propuesta técnica de la Red Maíz Criollo, aprobada por la Secretaría del Campo (Secam) desde 2008 como opción orgánica de Maíz Solidario, se basa en la sustitución de fertilizantes químicos por abonos orgánicos comerciales derivados de algas marinas, humus de lombriz, bacterias como a zospyrillum y micorrizas como rizodium. Así como la aplicación de abonos producidos por los campesinos con base en excrementos de todo tipo de animales (cerdos, gallinas, borregos, caballos, vacas, murciélagos, hormigas), compostas de residuos vegetales, cal y cenizas, abonos verdes (frijol, nescafé o terciopelo, leguminosas, hierbas del terreno, alfalfa y chaya). Presupuestos pendientes. Este proceso ha sido avalado por investigadores de Ecosur, CIESAS, INIFAP, Chapingo, UAM, UNACH y por funcionarios de Secam, Sepi, Banchiapas, Semarnat, CONANP, SNICS-Sagarpa, CDI, así como por comisiones legislativas, pequeños empresarios de abonos orgánicos y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), y se conoce en las comunidades indígenas como “el proyecto de maíz criollo orgánico”, sin que se traduzca en una política pública con recursos etiquetados desde el Congreso, por lo que sigue siendo un proceso piloto.
La producción de semillas resulta ser la primera revolución tecnológica, tan antigua como el descubrimiento de la rueda, y sin embargo, sigue sin ser valorada: año con año los campesinos seleccionan el maíz por color, tamaño, textura y lo vuelven a sembrar, garantizando así la agrobiodiversidad, sin que esto sea reconocido por su trabajo. Hay serias dificultades institucionales, particularmente entre técnicos y funcionarios de la vieja escuela de la Revolución Verde , para reconocer el valor de las semillas criollas y la producción orgánica de abonos. Pero no queda otra salida: las crisis ambiental, alimentaria, energética y financiera actual tienen un factor común en la aplicación de agroquímicos: contaminan suelos, bosques y aguas, liberan gases de efecto invernadero, dependen de la petroquímica para su producción y son cada vez más costosos pues con la privatización de Fertimex, el Estado perdió su soberanía en la producción de insumos y ahora requiere importarlos de Ucrania, cuando entre los campesinos hay infinidad de experiencias en aprovechamiento de recursos y una demanda creciente por generación de empleos. La pobreza es otro factor estructural que dificulta este proceso: se requiere capacitación, organización, transporte a lomo de mecapal por caminos intransitables, inversión en obras para construcción de aboneras, centros de acopio regionales, mochilas nuevas para aplicar los abonos líquidos, programas de control de la erosión, diversificación de la milpa tradicional, ferias de semillas criollas, cambios institucionales, alianza con pequeños empresarios honestos, organizaciones de la sociedad civil de nueva generación y visión de largo plazo. Y sin embargo, se mueve. Investigador independiente. Página web de la Red Maíz Criollo Chiapas: http:/groups.google.com/group/sinmaiznohaypaischiapas
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