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Usaré todas las armas a mi alcance para ser restituido, advierte

Defiende Zelaya el derecho del pueblo a la insurrección

Nunca perseguí la relección, afirma ante el presidente Calderón

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Cuando hablo del derecho a la insurrección hablo de la insurrección pacífica, no violenta, aclaró el presidente Manuel Zelaya en conferencia de prensa en la cancillería, donde presumió el sombrero que le regaló su homólogo Felipe CalderónFoto Carlos Cisneros
 
Periódico La Jornada
Miércoles 5 de agosto de 2009, p. 5

Mel Zelaya, el presidente errante de Honduras, prometió, como catracho y como originario de Olancho –la mayor provincia de su país, ubicada en el suroriente–, como ésos que llevan tres armas: una en el cinto, otra en la bota y otra en la espalda, que usará todas las armas a su alcance para ser restituido como presidente constitucional de su país. Armas cívicas y pacíficas, como la diplomacia, el diálogo, la comunidad internacional, las cartas de la ONU y la OEA.

Pero también reclamó –ante un presidente Felipe Calderón que lo miraba azorado– que su pueblo tiene el derecho constitucional a la insurrección. Y que si las derechas existen y apoyan los golpes de Estado militares para parar procesos sociales, también los pueblos tienen derecho a ocupar las armas que les proveen nuestros sistemas legales y jurídicos para revertir los golpes.

Manuel Zelaya en México. Todo un hito, pues es un mandatario que no ocupa por ahora la silla presidencial, allá en Tegucigalpa. Aun así, fue recibido aquí como jefe de Estado, no cabe duda. Se le dio la bienvenida en el mismo espacio donde apenas cuatro meses atrás fue recibido el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, la explanada que en honor de Francisco I. Madero existe en Los Pinos.

Recibió honores y pasó revista al Estado Mayor Presidencial. Y como presidente constitucional y reconocido por el Estado mexicano, se le aplicó el mismo protocolo que a cualquier mandatario visitante, incluidos los himnos de los dos países –que causó el discreto lagrimeo de algunos integrantes de la desterrada delegación hondureña–, saludo de niños y banderitas de papel. Como para que Roberto Micheletti tomara nota.

En esta estación del largo itinerario que recorre Zelaya desde que fue expulsado de su país, de su oficina presidencial, de su hogar y literalmente de su cama, El Mel, como le dicen popularmente los catrachos, supo aprovechar cada minuto del tiempo y la coyuntura. Está en México, país gobernado por un partido conservador que en el fondo lo ve como un populista-chavista. No se encuentra en el entorno fraternal de sus aliados de la Alternativa Bolivariana. Quizá por eso destacó en su saludo inicial, al pie de la estatua de Madero: Este acto pasará a la historia hablando bien de México. Y en ese tono continuó.

Jogo de cintura

Supo reconocer en todo momento que la diplomacia mexicana ha sido consistente en su repudio al golpe de Estado desde el primer momento; que el presidente Felipe Calderón fue el primero en invitarlo a su país. Que en el lenguaje diplomático mexicano no se obvió el término golpe militar de Estado, que en otras latitudes se ha ido esfumando poco a poco. Y que fue aquí, en México, donde fue acogida la canciller Patricia Rodas, a quien las fuerzas golpistas quisieron arrestar el mismo día de la asonada. En suma, Zelaya demostró tener jogo de cintura, como le gusta nombrar al presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva a las artes del pragmatismo político. Por cierto, la segunda estación de esta gira es Brasil.

Pero sobre todo, no desperdició la oportunidad de explicar una vez más –ahora frente a Felipe Calderón, para dejarlo clarísimo– que él nunca persiguió la relección y que con su intención de instalar una cuarta urna en las elecciones municipales del 28 de junio no pretendía perpetuarse en el poder, sino reformar un texto constitucional, como lo hacen las sociedades modernas y flexibles, para perfeccionar y profundizar la calidad de la democracia. La supuesta intención releccionista de Zelaya es una de esas informaciones distorsionadas que las campañas mediáticas logran vender a las mayorías como verdades.

Del Stetson al Tardán

Por la mañana, en Los Pinos, Zelaya apareció de riguroso traje y corbata pero con el infaltable Stetson que compró en su exilio en Nicaragua, porque el que usaba habitualmente en Honduras se quedó abandonado en su buró, al lado de su cama, en su casa, cuando él estaba en piyama y fue expulsado por el ejército del país y de la presidencia. Por la tarde había cambiado su simbólico accesorio por un sombrero ranchero –¿sería marca Tardán?– que, dijo en conferencia de prensa, le obsequió Felipe Calderón.

Ahí mismo, conocedor de las mañas que se dan los grandes medios de comunicación, aclaró aquello del derecho constitucional a la insurrección, maliciando que esas palabras serán usadas en su contra –como seguramente ocurrirá– en las grandes empresas mediáticas que ya desecharon el término golpe de Estado como referencia a la crisis hondureña.

Cuando hablo del derecho a la insurrección hablo de la insurrección pacífica, no violenta. Buscamos una restitución pacífica. Si hubiera sido violenta hubiera sido con armas y en forma mucho más contundente. Pero me he opuesto al uso de armas para mi restitución. Somos congruentes con una posición eminentemente pacifista.

Porque sobre la violencia, Manuel Zelaya sabe. En los años 80, cuando era un joven diputado del Partido Liberal y se distinguía por ser voz minoritaria entre los políticos oficialistas que favorecían que el territorio de Honduras sirviera de base para las guerras contrainsurgentes de Estados Unidos contra las rebeliones en Nicaragua y El Salvador, sufrió el primer atentado contra su vida cuando en aquella década viajó con un grupo de periodistas franceses a la base que la contrarrevolución nicaragüense –financiada desde Washington– había asentado en la región de El Aguacate. El último atentado lo vivió dos semanas antes del golpe de Estado, cuando su vehículo fue baleado en la capital hondureña, una de las muchas señales que se sucedieron antes de consumar la asonada.

De ahí una advertencia que expresó durante la conferencia de prensa que ofreció en la Secretaría de Relaciones Exteriores, y que no debe caer en saco roto: Si nace la violencia en la derecha volverá a renacer la violencia de los grupos sociales que dejaron las armas después de la caída del Muro de Berlín. Continuó: a las guerrillas en Centroamérica se les dijo que dejaran las armas y lo hicieron. El Frente Sandinista y el Frente Farabundo Martí son un ejemplo: dejaron las armas por las urnas y los votos. Pero si ahora se les dice que las urnas y los votos no son necesarios y aparecen las armas en manos de la derecha, están abriendo un expediente muy grave para toda nuestra región. Todos debemos oponernos.

Palabras para tomar nota.